Hace unos días vi la noticia del atropellamiento y muerte de una venadita embarazada en una carretera cercana a una importante ciudad salvadoreña.
Por: Miguel Blandino
En El Salvador, la muerte de la venadita fue todo un acontecimiento que se comentó bastante, porque los venados son una especie casi extinguida en el país. De hecho, ver un espécimen de cualquier mamífero superior, en estado silvestre, es casi como la experiencia de mirar cara a cara a un extraterrestre, a un ser de otro mundo.
En otras partes del mundo se pueden reír de nosotros. Es que en otros países, como los Estados Unidos o Canadá, ver uno o varios venados muertos, atropellados o devorados por sus depredadores naturales, no es nada raro. Son millones de animales libres en los inmensos bosques. Hay alces, osos, lobos, coyotes, zorros, pumas, y muchos más. No es el caso de mi país, pequeño y devastado. Casi es un milagro ver un toro o una vaca porque los dirigentes del país en su afán “modernizador” terminaron con la ganadería para ocupar los pastizales como zonas habitacionales de lujo que nunca va a poder comprarse el noventa y cinco por ciento de los salvadoreños.
Desde el inicio del actual gobierno el Ministerio de Cultura dio la orden para la destruir el Parque Zoológico de El Salvador. Esa fue una de las primeras muestras del modelo de la cultura oficial que iba a instaurarse.
El extenso terreno que ocupaba el antiguo y hermosísimo parque era un delicioso bocadillo inmobiliario. Demasiado valioso en dólares como para dejarlo para los pobres que no pueden pagar una entrada al cine o para ir a la playa el fin de semana ni mucho menos para vacacionar aunque sea en la hermosa y centenaria Antigua Guatemala.
Lo mismo pasó con otros parques que fueron cercados por las municipalidades. Hoy, los niños ya no tienen donde correr, columpiarse o emocionarse en los sube y baja. Como en Un mundo feliz, de Aldous Huxley, ninguna diversión que no genere las máximas ganancias para el dictador y su banda estará permitida.
Oler la fragancia del pasto perlado de rocío será sospechoso y habrá que aplicarle la dosis de Soma digital al infractor. Google y la IA serán la policía del ojo totalitario: para eso bukele gasto quinientos millones de dólares. Pero, eso sí, cada uno pagará la cadena esclavizante de su preferencia, con diseño de teléfono, reloj o anillo digital.
Hace cincuenta años, hasta los gobiernos más cavernícolas fueron bombardeados con la palabra “ecología” por el recién creado Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Todos crearon la materia de Ecología en Educación Básica.
Aunque el origen del interés fue inicialmente muy malthusiano -financiado por los Rockefeller y sus amigotes-, para la década de los ochenta ya había sido asumido por la sociedad civil y convertido en un discurso por la defensa activa de un mundo donde todos cabemos y al que todos debemos cuidar porque es la única nave disponible.
Por ese tiempo -1981- en El Salvador había una guerra que nació de la pobreza y de la injusticia ejercida desde su poder militar por los nietos de aquellos oligarcas que depredaron rabiosamente el medio ambiente originario para sembrar sus cultivos.
La guerra civil era la expresión descarnada de la guerra sorda que empezó en 1881, cuando los oligarcas se robaron la tierra, esclavizaron a los indígenas y deforestaron sistemáticamente el territorio hasta reducirlo al uno por ciento de la biodiversidad que miraron los españoles al llegar al reino de Kuskatán.
Cuando Roque Dalton escribió su monografía El Salvador, describió con el dolor de un poeta -no con la frialdad de un científico “objetivo”, porque no lo era- en qué condición harapienta se encontraban la tierra, los ríos, los lagos y la población salvadoreños.
Nada que ver con el asombro del Doctor David J. Guzmán cuando describió en su Tesis doctoral la riqueza natural del territorio y la abundancia cultural de sus pueblos originarios. Esa tesis fue escrita justamente en los días cuando estaban siendo paridos los primeros integrantes de la oligarquía criolla depredadora.
De 1881 a 1981: apenas les tomó cien años arrasarlo casi todo. De la naturaleza, solo quedaron unos manchones primigenios al occidente –en el Trifinio- y otros al norte –en el Pital-: el resto fue convertido en cafetal, algodonal, cañaveral, arrozal y mansiones.
Mientras tanto, los aborígenes fueron arrasados física y espiritualmente desde 1932, al grado de que todos los que sobrevivieron se vistieron con faldas y pantalones como en castilla, se esforzaron por aprender el Castellano –desde entonces idioma nacional-, aprendieron a rezar y olvidaron para siempre su vestimenta, idioma y religión.
Un siglo de ecocidio y etnocidio sistemáticos a manos de un capitalismo neo feudal.
Justo el año que comenzó la guerra civil nació bukele, este nuevo dictador salvadoreño, aspirante a oligarca, el nuevo depredador del uno por ciento que sobrevivió al ecocidio de los que antes destruyeron a la naturaleza y a la sociedad.
La primera medida de bukele en materia ambiental fue negarse a firmar el Acuerdo de Escazú, depositado en la ONU, para no tener ataduras legales que lo obligaran a proteger los ecosistemas, garantizar el derecho ciudadano al acceso a la información, la participación pública y el acceso a la justicia en materia ambiental.
La siguiente fue la reforma a la ley de hidrocarburos y minería creada para abrirle una puerta trasera a las empresas mineras, porque hay una ley -publicada en el Diario Oficial del 4 de abril de 2017- que prohíbe todo tipo de explotación minera metálica.
El 4 de enero reformaron de nuevo esa ley, para cambiar su nombre por el de Ley de Exploración y Explotación de Yacimientos de Hidrocarburos, autorizando estudios geológicos y geofísicos, de modo que si “por pura chiripa” encuentran oro en lugar de petróleo, “ya estaría de dios”. A darle los permisos a las mineras para resarcirlos por su encomiable y desinteresada labor de encontrar esas riquezas. Decía Facundo Cabral en Pobrecito mi patrón que, “buscando agua encontró petróleo, pero se murió de sed”. El destino de la población salvadoreña será ver cómo los oligarcas envenenan su única fuente de agua dulce, el río Lempa. Encontrando oro, morirá de sed.
Apenas bukele entró a la presidencia, su propia suegra y una mafia de palestinos inmobiliarios de la que se rodea la ancianita ecocida, ya estaban construyendo mansiones en las orillas del Lago de Coatepeque.
Durante los dos gobiernos anteriores, el proyecto inmobiliario de viviendas para ricos había estado suspendido por los inocultables daños que iba a causarle al lago y a las comunidades de pescadores que vivían de él.
Hoy los daños son la cruda realidad: deforestación y contaminación. Los pescadores sin trabajo tienen prohibido invadir la propiedad privada de los ricos. En menos de cinco años bukele destruyó un lago que la naturaleza tardó millones de siglos para crearlo, con ecosistemas equilibrados, belleza incomparable y la paz que llenaba a quienes lo disfrutaron hasta la aparición de los parásitos antropomorfos que lo asesinaron.
Francisco Rubio y Enrique Carranza publicaron en elsalvadorcom, el 5 de mayo de 2022: “Esto es putrefacción, huele horrible”, hablando de la coloración marrón y el olor desagradable de las aguas del lago.
El gobierno se jacta del progreso de la economía por el otorgamiento de miles de permisos de construcción, eliminando trabas por permisos ambientales, aprobación de las juntas de vecinos, estudios de impacto y medidas de prevención y mitigación.
Aquel uno por ciento de vegetación originaria está siendo talada y por eso los venados ya no tienen donde vivir. Huyen de los talamontes y mueren en las carreteras.
Hace unos días, hordas de bukele asaltaron de noche una comunidad de propietarios de ranchitos de palma a la orilla de la playa e incendiaron todo. Eran hombres enmascarados bajo el mando del jefe de catastro municipal y agentes de las policías nacional y municipal. Sesenta familias quedaron sin su fuente de ingresos y llenas de pavor por la amenaza de que si denuncian serán encarcelados como pandilleros.
Del mismo modo, por todo el territorio nacional, están despojando a los campesinos, a los pescadores, a los pobladores de colonias populares a quienes les han negado en el registro de la propiedad la inscripción de sus viviendas. Miles de personas van huyendo como la venadita embarazada, sin rumbo; personas preñadas de mucho miedo.
El negocio inmobiliario en El Salvador, todo mundo lo sabe, está controlado por agentes del crimen organizado internacional, porque esa es una de las principales modalidades de la gran operación de lavado de dinero. El dueño del negocio es bukele.