El lunes 27 de mayo pasado la Universidad de El Salvador otorgó el Doctorado Honoris Causa post mortem a tres intelectuales destacados que fueron luchadores por la democracia, la libertad y las causas populares: Ítalo López Vallecillos, (1932-1986); Roberto Armijo (1937-1997); y Tirso Canales, (1931-2022).
Por: Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa
Tengo la fortuna de haber conocido a los tres y sido testigo de varios hechos políticos y culturales de El Salvador a lo largo de casi 8 décadas. En ese cauce de vida, la ceremonia en el “Auditorio de Derecho” de la UES me llevó a un anaquel de recuerdos de los 1950 y 1960 en una casa sobre la quinta calle oriente de San Salvador, en los confines de la antigua Lotería, la Praviana y la Iglesia San José, donde funcionaba la Imprenta Universitaria José Belarmino Cisneros, devenida en tiempos del Rector Romero Fortín Magaña, (1954-1959), Editorial Universitaria que tuvo al escritor Ítalo López Vallecillos como su Director fundador.
Ese local era un reducto oasis donde se trabajaba, se hacían libros y se “conspiraba” en tiempos de una dictadura boyante. Al menos, abundaban procacidades e irreverencias que permitían “no guardar un silencio parecido a la estupidez”. Ahí llegábamos por distintos motivos, jóvenes universitarios para imprimir algo u obtener alguna resma de papel para nuestros impresos clandestinos. Desde entonces conocí a Ítalo, a Roberto y a Tirso, los 3 poetas, con quienes tuve relaciones políticas e intelectuales por mucho tiempo hasta el final de sus días
Ítalo era, además de poeta y erudito literato, el articulador de iniciativas políticas; era de izquierda no comunista y tenía relaciones con diversos sectores políticos. Cargó sus encarcelamientos y exilios. El tiranuelo militar Lemus lo encarceló en la antigua penitenciaría (manzana occidental enfrente al Parque Bolívar de San Salvador). El 26 de octubre de 1960, Lemus fue derrocado; una muchedumbre rodeamos la penitenciaría y los nuevos gobernantes ordenaron la libertad de los secuestrados. Ítalo salió de la prisión y fue cargado en hombros junto a Roque Dalton, Abel Salazar Rodezno, Luis Salcedo Gallegos y otros perseguidos políticos.
Poco después de la guerra contra Honduras, en 1969, y ante la escisión en la izquierda influida por el PC en torno al apoyo al gobierno en la aventura bélica, un grupo de izquierdistas nos dimos a la tarea de remozar un instrumento progresista, el MNR, partido centroizquierdista que había sido inscrito en 1967 bajo el liderazgo de su fundador, Rodrigo Antonio Velázquez Gamero. Ítalo, junto a otros universitarios como el médico Gerardo Godoy, el ingeniero Hugo Navarrete y mi persona, nos dimos a la tarea de organizar una convención restauradora del MNR y persuadimos a Guillermo Manuel Ungo, que venía de las canteras católicas universitarias, y tenía fama de progresista y dialogante, para que aceptará ser Secretario General del MNR, cargo para el cual fue elegido en una convención que organizamos Hugo Navarrete y yo el 24 de agosto de 1969 (Guillermo desarrolló una notable carrera política en el cargo, desde 1969 hasta su muerte en 1991).
Roberto Armijo era el poeta erudito, revolucionario y apasionado en sus juicios políticos; pero presto a dialogar con grupos diversos pues, por su calidad literaria, tenía contactos con diversos sectores. Cuando fue Director de la Librería Universitaria, su oficina en el campus universitario era punto de reuniones informales al concluir el día para conversar sobre política y literatura. Ahí comentamos el aparecimiento de Cien años de Soledad y la muerte del Che Guevara. En la Librería discutíamos, en 1967, sobre la campaña rectoral de la UES, para elegir el segundo rector de la reforma, Ángel Góchez Marín, que ganó, y para elegir presidente de la república con Fabio Castillo Figueroa, ex rector, como candidato de la izquierda. Fabio perdió ante el oficialista coronel Fidel Sánchez Hernández, después de haber impulsado una campaña que educó y concientizo al pueblo sobre los grandes problemas nacionales. En esas luchas fuimos compañeros con Armijo quien tuvo la gentileza solidaria de prologar un opúsculo que escribí en 1968 con el título de “El Estudiante en la Reforma Universitaria”.
Tirso fue gran compañero de lucha y dedicado intelectual al servicio de la causa revolucionaria en El Salvador, que vivió siempre en función de una anhelada revolución, ojalá socialista. Fue con quien tuve una relación más prolongada. En 1962, cuando regresó a El Salvador después de un viaje al exterior que incluyó la Unión Soviética, fue encarcelado por varios meses en la célebre y tenebrosa Penitenciaría Central. Estuvo preso, junto a otros universitarios como Félix Villatoro, Ernesto Ramírez Guatemala, Lisandro Cortés Valiente, Ricardo Ayala Kreutz. A todos los visitábamos los domingos para expresarles solidaridad. Todos, en tiempos de esa caverna política que nos deformó, habían cometido la falta de viajar a “países prohibidos”, la URSS, Cuba y todos los países del llamado socialismo real. Valía un comino la libertad de tránsito y en el pasaporte había un sello ominoso que decía con desfachatez: este pasaporte es válido para viajar a cualquier país, excepto a …..y venia la lista de esos países prohibidos para el régimen dictatorial de El Salvador. Mantuve nexos con Tirso hasta el año de su muerte. Incluso estuvimos, hace dos años, junto a Miguel Sáenz Varela y Francisco Guzmán, ambos recientemente fallecidos, en algunos esfuerzos para introducir en la UES un debate sobre la calidad académica al servicio de las transformaciones sociales en El Salvador.
Evoco a los galardonados en esa casa de la quinta calle en San Salvador. Ítalo era el jefe máximo. El taller de impresiones lo dirigía don Antonio Medrano, emblemático maestro de las artes ´graficas, padre de Mario Medrano, fundador de ANDES 21 de junio, y Miriam Medrano, destacada abogada. Había cajistas, linotipistas y correctores de pruebas en galeras, términos ahora desconocidos en la impresión de textos. En estas lides concurrían, bajo el ropaje de un tácito mecenazgo, los poetas Roberto Armijo, Tirso Canales, Roberto Cea, Manlio Argueta y Alfonso Quijada Urías. Seguramente, desde ese espacio fraguaron la publicación de un poemario innovador publicado en 1968, “De Aquí en Adelante”, una suerte de manifiesto que pretendió ser un parte aguas en la poesía salvadoreña. Sería un gran aporte a la cultura nacional una nueva edición de ese poemario y, además, de la excelente obra de Ítalo López Vallecillos, “Gerardo Barrios y su Tiempo” (1967) y la coescrita por Roberto Armijo y Pepe Rodríguez Ruiz, “Francisco Gavidia, la Odisea de su Genio” (1965).
Mucho se ha dicho sobre estos tres intelectuales en cuanto a su compromiso con la Universidad de El Salvador y la revolución social en el país. En mi caso, me place haberlos tenido como compañeros de luchas por la dignidad del país y la integridad de la UES. Sus vidas cubren varios decenios de nuestra historia. Los tres nacieron en el decenio de los 1930 y, habida cuenta que comenzaron a desplegar su compromiso intelectual progresista en los años 1950 y lo concluyeron -en el caso de Tirso- el 2022, se puede decir que sus vidas y pasiones por un mundo mejor abarcan siete décadas en nuestra historia. Por eso, con el homenaje se condensa una larga historia de luchas sociales y culturales en el país.
Como decía José Martí, “Honrar, honra”. La UES y sus autoridades superiores se honran inmensamente al honrar, con los doctorados honoris causa post mortem, a estos tres compatriotas que son parte de lo mejor de sus hijos; pero más importante es que al examinar la vida intelectual de los tres homenajeados se confirma que la Universidad de El Salvador, la primada de El Salvador y parte inherente del estado y la sociedad de El Salvador, es el espacio de altos estudios científicos y humanistas donde se ondean las banderas de estudio y lucha y de marchar siempre hacia la libertad y la dignidad de las personas a través de las expresiones culturales de la sociedad salvadoreña en toda su amplitud y profundidad. Por eso, la universidad no sólo se niega a morir, como proclamó el Rector Mártir Félix Ulloa padre, sino que no puede morir.