Iglesias de Estado, patronato nacional y cooptación estatal

La conquista de América se realizó con la Cruz y la Espada. El rey de España ejercía el Real Patronato que le permitía enviar una terna de sacerdotes, entre los cuáles el Papa designaba los obispos, decidía qué órdenes religiosas ingresaban a sus colonias americanas, con lo que definía las políticas pastorales de las mismas y aceptaba o rechazaba la aplicación de las bulas (decretos) papales en sus territorios.


Por: Elio Masferrer Kan*


C onsumadas las independencias nacionales, los nuevos países trataron de regular las relaciones con la Iglesia católica, generando patronatos nacionales que reemplazarían a los del rey de España. El Vaticano no reconoció los nuevos países para no «ofender al Rey», aunque puso condiciones que los nuevos países aceptaron, como la exclusividad de la Iglesia católica como religión de estado.

Estas nuevas repúblicas tenían, en muchos casos, gobiernos débiles, que le permitía a la Iglesia Católica incidir en la vida política nacional. La segunda mitad del siglo XIX fue de fuertes confrontaciones entre proyectos liberales y conservadores para definir nuevas hegemonías. Los liberales triunfaron en México y Uruguay y en otros países hubo complejas negociaciones. Colombia vivió una insurrección conservadora en 1895, que implicó la restauración del poder eclesial.

Evidentemente ya no somos colonias de España, pero muchos países latinoamericanos tienen convenios firmados con el Vaticano, de trato preferencial a la Iglesia, los Concordatos, instrumentos de Derecho Internacional, que subordinan las soberanías nacionales a la Iglesia Católica. Ellos permiten a los presidentes, proponer sacerdotes, en las ternas que envían los episcopados nacionales al papa para designar nuevos obispos. Los políticos observan con atención que propone la Iglesia y habitualmente evitan confrontarse con ella.

El Concilio Vaticano II (1962-65) implicó una fuerte confrontación entre obispos conservadores y liberales, quienes querían modernizar la Iglesia y desligarse de sus alianzas con las oligarquías locales, que les perjudicaban con sus feligresías y habrían espacios a los protestantes históricos aliados con las masonerías locales y su sacramentalismo inocuo, le abría espacios a los pentecostales, quienes hacían más hincapié en el testimonio personal. Las reformas se congelaron con los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

La realidad es que la mayoría de los latinoamericanos son creyentes y habitualmente no engrosan las filas de los ateísmos y agnosticismos, sino que si no se sienten reflejados en la Iglesia católica jerárquica y se pasan al mundo evangélico.

Esto es clave para entender los conflictos de Nicaragua y Venezuela en materia político religiosa. Nos llegan noticias de que el presidente Ortega expulsa sacerdotes, encarcela clérigos y obispos católicos y confisca bienes de las iglesias, tanto evangélicas como católicas, El detalle es que Ortega no está interesado en el ateísmo de estado, sino más bien obligar a la Iglesia Católica a aceptar el liderazgo de un sector católico, que en su momento estaba vinculado con las Comunidades Eclesiales de Base. Le interesa que los obispos estén vinculados a su proyecto político y no que sean la columna vertebral de la oposición.

Emilio Blasco y Martha Patricia Molina, analistas de la Universidad de Navarra, el think tank del Opus dei en España, tienen el asunto más claro. Consideran que Ortega tiene toda la intención de aplicar el modelo de la República Popular China a la Iglesia nicaragüense. En China, después de la Revolución, el Partido Comunista impulsó a la Iglesia Patriótica Católica, una estructura cismática, donde los obispos juraron ser leales al Partido y no necesariamente al Papa.

En estos momentos Francisco está en complejas negociaciones con el gobierno chino, a la vez que es de los pocos países que mantienen relaciones diplomáticas con la República de China (Taiwán). Ortega basa su estrategia en el empoderamiento de ciertos sectores católicos, en una realidad compleja donde además los evangélicos son prácticamente la mitad de la población.

En Venezuela debemos entender que el gobierno de Maduro no impulsa el ateísmo científico, ni nada semejante. También trabaja obteniendo el respaldo de un sector de los católicos, que no están de acuerdo con la Jerarquía católica venezolana, que está decididamente en las filas de la oposición. Simultáneamente, impulsa excelentes relaciones con un sector de los evangélicos vinculados con su proyecto de socialismo del siglo XXI. Instituyó el Día de los Pastores y las Pastoras venezolanas, coopera con equipos de sonidos y otros recursos a ciertos sectores evangélicos, que también lo apoyan políticamente, lo cual es rechazado vehementemente por sectores conservadores de las iglesias evangélicas, quienes al igual que la Jerarquía católica están firmemente enrolados en las filas de la oposición y rechazaron los resultados electorales, desde el primer día de la elección.

Me parece importante que tengamos claro la complejidad del campo político religioso latinoamericano, donde los «profetas de la secularización» pronosticaban que las increencias avanzaban sin límites; podemos apreciar que los sistemas de valores sociales y religiosos son un espacio muy importante en la disputa política. Una vez más percibimos que el asunto no es nada sencillo, de oposiciones maniqueas, de buenos y malos.

Las realidades nacionales ponen constantemente en entredicho las capacidades de los diferentes actores para influir en la sociedad, una cosa son los discursos y otras las realidades. Como se dijo alguna vez, el pasado es complejo y el futuro desconocido.

*Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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