En el 2030, según vaticinios, la humanidad alcanzará la inmortalidad.

Fabian Acosta Rico.*

En una era de escepticismo hacia un Dios que nos otorgó un alma inmortal, la humanidad busca nuevas formas de alcanzar la vida eterna. Al desconfiar del más allá divino y aferrarnos a nuestra única vida, exploramos alternativas más tangibles. Culturas antiguas, como la china, también intentaron prolongar la vida; el taoísmo prometía hacerlo mediante la dosificación de elixires y prácticas específicas.

La mitología griega abordaba la inmortalidad de manera fascinante. Se decía que los dioses se mantenían eternamente jóvenes gracias a la ambrosía, un néctar divino. Hebe, la diosa de la juventud eterna, era quien servía este néctar a los inmortales. Durante la Edad Media, los alquimistas europeos se dedicaron a la búsqueda del Elixir Vitae, un brebaje que prometía una vida indefinida, y la Piedra Filosofal, que no solo transformaría plomo en oro, sino que también devolvería al hombre su naturaleza primordial.

En tiempos más recientes, la leyenda de Juan Ponce de León, quien en 1513 exploró la Florida en busca de la Fuente de la Eterna Juventud, ha sido renovada en la cultura popular. Esta búsqueda se refleja en obras como Piratas del Caribe: Navegando en Aguas Misteriosas (2011), que reinventa el mito de la juventud eterna con un enfoque moderno.

La ciencia ficción ha sido un terreno fértil para explorar el deseo de inmortalidad. En la película En el Tiempo (2011), se imagina un futuro en el que la longevidad y la inmortalidad son posibles gracias a los avances tecnológicos. En este contexto, Ray Kurzweil, futurista e ingeniero en Google, sostiene que la inmortalidad será alcanzable a través de la nanotecnología. Kurzweil predice que los nanobots, robots microscópicos que se introducirán en nuestro torrente sanguíneo, actuarán como un segundo sistema inmunológico. Estos nanobots podrían prevenir enfermedades, reparar órganos y tejidos a nivel celular, y ralentizar el envejecimiento.

Kurzweil ha demostrado ser certero en sus predicciones. En 1990, anticipó que una computadora ganaría a un humano en ajedrez en una década, lo cual se concretó en el año 2000. También predijo el desarrollo de Internet y la tecnología inalámbrica. Según sus proyecciones, para 2025 o 2030, la humanidad estará cerca de superar la muerte por enfermedades o causas naturales. En 2030, habremos desarrollado la tecnología necesaria para crear nanobots que permitirán la inmortalidad. Este avance se complementará con tecnologías de almacenamiento de pensamientos, recuerdos y conciencia, como se explora en la serie Altered Carbon (2018).

Aunque Kurzweil ha sido preciso en sus predicciones, el concepto de inmortalidad plantea preguntas sobre sus implicaciones. La introducción de nanobots podría llevarnos a un estado casi inmortal, pero también surgen interrogantes sobre el acceso a esta tecnología. Es probable que no todos puedan permitirse estos avances, creando una posible élite inmortal. Mientras tanto, los que no tengan acceso a estas tecnologías podrían aferrarse a la esperanza de que una divinidad les conceda la vida eterna, un concepto que ha perdurado a lo largo de la historia.

El futuro de la inmortalidad dependerá de cómo se gestionen estos avances tecnológicos y quiénes los controlen. La creación de una élite inmortal podría exacerbar las desigualdades sociales, mientras que una implementación equitativa de estas tecnologías podría ofrecer nuevas perspectivas sobre la vida y la muerte. El acceso desigual a la inmortalidad podría llevar a una división aún más profunda entre los que pueden permitirse estos avances y los que no. Este posible escenario plantea preguntas éticas y sociales sobre cómo distribuiremos los beneficios de estas tecnologías avanzadas.

El impacto de estos desarrollos en la sociedad también dependerá de las políticas y regulaciones que se establezcan. Si bien la tecnología tiene el potencial de transformar radicalmente nuestra comprensión de la vida y la muerte, es crucial que se maneje de manera que beneficie a toda la humanidad y no solo a una élite privilegiada. La inmortalidad, si se alcanza, no debe convertirse en una herramienta de desigualdad sino en una oportunidad para mejorar la calidad de vida de todos.

La posibilidad de vivir indefinidamente podría cambiar nuestras prioridades y la forma en que vemos nuestra existencia. Podría transformar nuestra relación con el tiempo, la muerte y el sentido de la vida. A medida que nos acercamos a la posibilidad de superar las limitaciones biológicas, también debemos considerar las implicaciones filosóficas y éticas de vivir para siempre.

El avance hacia la inmortalidad, como predice Kurzweil, podría revolucionar nuestra comprensión de la vida y la muerte. Sin embargo, es fundamental que estos avances se manejen con cuidado para asegurar que beneficien a toda la humanidad. El futuro sigue siendo incierto y lleno de posibilidades, y como siempre digo, “hasta que el destino nos alcance”, debemos prepararnos para enfrentar los desafíos y oportunidades que nos esperan.

*Universidad de Guadalajara – México

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