Por: Francisco Sánchez *
El origen de Haití y la República Dominicana está en la división de La Española acordada en el Tratado de Rijswijk al finalizar la Guerra de los Nueve Años (1688-1697). Carlos II cedió un tercio de la isla a Luis XIV de Francia a cambio de que sus tropas abandonasen Cataluña. La nueva colonia francesa se denominó Saint-Domingue y ocupaba el territorio de lo que hoy se conoce como Haití, nombre que recuerda al topónimo aborigen de la zona.
Los ancestros de los actuales haitianos vencieron a las tropas de Napoleón en 1804 y su revolución independentista fue la primera del llamado «Nuevo Mundo». Es, además, la única protagonizada por esclavos de origen africano que triunfa y consigue acabar con esa abominable práctica en un territorio determinado. La otra parte de la isla siguió siendo formalmente una colonia española –en la historiografía dominicana se conoce a ese período como la «España Boba» por la falta de control efectivo del gobierno colonial– pero estaban también presentes las tropas francesas que habían huido de su excolonia y, sobre todo, «mandaba» una élite criolla que controlaba los medios de producción y recelaba de que se replicase en su territorio una revolución similar.
De hecho, entre 1822 y 1844, tropas haitianas ocuparon toda la isla. El argumento formal para la invasión fue que necesitaban controlar todo el territorio insular para evitar que las metrópolis hiciesen base en el «Haití español» y terminasen con su independencia. Una de las primeras medidas del gobierno de Jean Pierre Boyer fue la abolición de la esclavitud en esa parte del territorio. La resistencia dominicana estuvo liderada por los Trinitarios y, finalmente, obtuvieron la independencia el 27 de febrero de 1844, día en que se celebra la fiesta nacional de la República Dominicana.
«Con la máxima ‘Separación, Dios, Patria y Libertad’ expresan que hay diferencias insalvables estructurales entre los dos países».
Aunque han pasado 180 años, la ocupación haitiana sigue muy presente en la cotidianidad de una sociedad dominicana permanentemente en alerta y vigilante del enemigo haitiano. Así, la construcción de la identidad nacional de sus habitantes se hizo en oposición a lo que para ellos significan Haití y su gente. La máxima nacional «Separación, Dios, Patria y Libertad» resume esa mentalidad. No se trata sólo de insistir en que son dos comunidades que no deben mezclarse, pues ello significaría la haitinización de la República Dominicana, sino que, mayormente, es la puesta en evidencia de lo que consideran insalvables diferencias estructurales entre ambos países.
Con la idea de Dios insisten en marcar el contraste, reivindicando, como parte de su identidad, a un dios heredero de la tradición judeocristiana europea frente a las creencias animistas, de raíz africana, mayoritarias en Haití. Por añadidura, el término Patria, un concepto de compleja definición desde las Ciencias Sociales, donde se conjugan elementos propios de un Estado, como el territorio o el orden jurídico, y de una Nación en tanto «comunidad imaginada». En este caso, imaginan su territorio como un espacio heredero de la tradición hispánica y las civilizaciones europeas, positivamente mestizada con el pasado indígena y la cultura traída por los esclavos africanos, que da como resultado una «patria» –la dominicana– diferente de la «patria» con raíces africanas de su país vecino.
Sin embargo, en este momento, Haití no es una amenaza política o militar para la República Dominicana, pues la crisis multidimensional que atraviesa es profunda y de muy difícil solución. Los desastres naturales que han azotado y azotan el país no sólo han provocado cientos de miles de muertos, también han destruido ciudades e infraestructuras que no se han podido reconstruir por la carencia de recursos económicos y la inestabilidad de sus gobiernos.
Además, Haití está controlado por grupos criminales que ejercen el monopolio de la violencia en sus territorios y que, por su conexión con redes internacionales del crimen organizado, obtienen grandes cantidades de recursos económicos que acrecientan su poder. Según algunas estimaciones, el 80% de su capital, Puerto Príncipe, está bajo el control de estas organizaciones, las mismas que han dado un salto cualitativo y reclaman protagonismo político bajo el liderazgo del ex policía Jimmy ‘Barbecue’ Chérizier, cabeza visible de la coalición de grupos G-9 y la Familia. Ante esta situación, todas las iniciativas locales e internacionales puestas en marcha para atacar alguno de los aspectos de tal crisis sistémica han sido rotundos fracasos.
Otra consecuencia de semejante crisis es la fuerte presión migratoria sobre la República Dominicana, que ha contribuido a activar todos los imaginarios nacionalistas y prejuicios dominicanos en contra de sus vecinos. El presidente Luis Abinader ha dicho, con toda razón, que su país no puede ni tiene por qué hacerse cargo de la crisis haitiana y ha pedido, en varios foros, que la comunidad internacional no les abandone y se implique en solucionar el problema. Pero, a diferencia de su mensaje, las medidas que ha tomado no han sido del todo atinadas. A la manera de Trump, está construyendo un muro fronterizo que actualmente mide 54 kilómetros, mientras la policía hace redadas de haitianos que ya residen y trabajan en República Dominicana para enviarlos a su país y deportaciones «en caliente» en la frontera.
Mientras el caos y la crisis humanitaria continúen en Haití, la República Dominicana seguirá siendo la tierra prometida de los haitianos, aunque no sean bienvenidos
Siguiendo con la comparación entre EE.UU. y República Dominicana, cabe señalar que ambos países persiguen la inmigración a pesar del enorme beneficio económico que de ésta reciben. Los trabajadores haitianos hacen una contribución relevante a la economía de su país vecino. Tal es así que buena parte de las maquiladoras, sector industrial líder en exportaciones, se ubica en complejos industriales binacionales cuyos talleres están del lado haitiano para aprovechar que los sueldos son más bajos, mientras la gestión y exportación se hace a través de República Dominicana. La agricultura y el boom de la construcción también se benefician de los bajos salarios de los trabajadores inmigrantes «ilegales».
Mientras el caos y la crisis humanitaria continúen en Haití, la República Dominicana seguirá siendo la tierra prometida de los haitianos, aunque no sean bienvenidos. Ante las imágenes del otro día, que mostraban las extradiciones masivas en camiones con rejas, pensaba qué le pasaría a la economía dominicana si los planes de cierre de fronteras y expulsión masiva funcionaran de maravilla.
*Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. (Tomado de www.elindependiente.com.)