¿A qué aspiran nuestros jóvenes?

Los datos nos dicen que la población salvadoreña menor de 30 años ronda el 51.4% del total, lo que redunda en que hasta 66 de cada 100 salvadoreños se encuentra en edad productiva en términos económicos. Estas cifras ubican hasta 5.4 millones de nuestros ciudadanos, en la franja que supera los 18 años [ONEC/RNPN], es decir, un alto potencial laboral para nuestro país.


Luis Arnoldo Colato Hernández*


E mpero, las mismas cifras nos dicen que el 42.5% de la población está desempleada o subempleada, lo que por otro lado se corresponde con el promedio de estudio adquirido por la población, de apenas 7,2 años escolares [MINEDUCYT/UNICEF], constituyéndose esto en un valladar insalvable que impide su inserción laboral, de cara a los desafíos que supone una economía globalizada.

Ahora añadamos a la ecuación que hasta el 80% de jóvenes en el país dependen de familias desintegradas, entre las que hasta 68,8% son encabezadas por mujeres jefas de hogar, lo que hace de la familia monoparental la predominante en el horizonte de la base estructural social salvadoreña [UNICEF/nph.org], mientras solo 31,2% hogares son biparentales, nucleares o extensos, y, 13,2% detentan jefatura masculina siendo por extensión monoparentales.

Otros datos de interés son el que solo el 50,8% de la población es dueña de su propiedad, mientras hasta el 40% vive en hacinamiento en los mismos hogares [HabitatElSalvador.org/FUNDASAL], y un 80% son afectados por algún grado de violencia intrafamiliar [cnj.gob.sv].

Si bien el MSPAS cubre formalmente el 80% de la población por razones sanitarias, la OMS señala continuamente al país por no financiar ni equipar adecuadamente al sistema de salud pública, lo que se aprecia en particular tanto en el déficit de personal, como en la crónica carencia de medicamentos, lo que ubica esa atención en deficitaria. Por último, debemos considerar la innegable y creciente desinstitucionalización del estado salvadoreño, lo que ha sido intencionalmente promovido desde el régimen, que promueve así la indefensión de la ciudadanía de cara a los abusos del mismo, lo que ha redundado en una creciente desarticulación del tejido y la organización social.

Entonces, a las carencias por lo estructural debemos añadir las derivadas, como lo son la dependencia de hogares desestructurados, violencia social, pobre escolaridad, alto grado de desnutrición aunada a carencias materiales suscritas a los bajos ingresos, ausencia de representación jurídica por la inexistencia de institucionalidad, y en concordancia a esto, la sobre exposición a los abusos por parte de los diferentes agentes del estado, que los victimizan por la aporofobia estructural que expolia su pobreza.

Esto y más reproduce toda una generación que prioriza su supervivencia por encima de sus obligaciones cívicas, lo que es comprensible, pero que además se divorcia de la realidad, la que reprueba, y sin comprometerse a transformarla; tampoco el fenómeno político es para esta un algo a comprender, si bien reprochable, lo que deriva en esa misma generación ausente de la cosa pública, si bien conviviendo con esa misma cosa pública. Todo un desafío a la comprensión.

Y, sin embargo, ¿podemos reprocharles?

*Educador salvadorño

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