El retorno de los malos

Oligarquía unida, Pueblo dividido.


Por: Miguel A. Saavedra


V uelven los malos y regresan «más perversos», perfeccionando un régimen de represión suave y perpetuando el viejo sistema de acumulación de riqueza, corrupción y privilegios. En las elecciones de 2019, el pueblo salvadoreño votó masivamente en contra de lo que percibían como «los malos» de la clase política tradicional, a un partido sin una ideología clara, que fue impulsado con respaldo, apoyo y mentoría del norte, compuesto por figuras políticas recicladas de los mismos partidos tradicionales que afirmaban combatir, aquellos que durante décadas habían gobernado sin traer los cambios prometidos. Cansados de las promesas incumplidas, hartos de la corrupción y de la falta de soluciones, los votantes decidieron darle la espalda a los partidos históricos.

La población, buscando un cambio, apoyó masivamente Esta vez, el proyecto contaba con el respaldo tanto de la oligarquía criolla como de una nueva élite palestina, históricamente marginada por el gran poder empresarial dominante. En las siguientes elecciones de 2024, a pesar de las controversias sobre la reelección y otras irregularidades, los votantes volvieron a otorgarles un poder absoluto. Así, el pueblo votante, al intentar escapar de los viejos problemas, cayó una vez más en una situación aún peor, enfrentando un escenario de mayor control y represión.Lo que no previeron fue que, en su afán por librarse de los viejos poderes, terminaron impulsando el ascenso de algo aún más siniestro y destructivo; una nueva clase de oligarquía que, ahora con el control total del aparato estatal, reproduce las mismas dinámicas de poder, represión y acumulación de riqueza. Aunque con un rostro distinto, su esencia es la misma, y sin escrúpulo alguno no vacila en eliminar a quien sea necesario ni en usar cualquier medio para despejar el camino de cualquier obstáculo que lo impida.

Los nuevos aliados del gran capital: El surgimiento del clan Bukele.

El electorado, en su desesperación, optó por un candidato presentado como el «salvador», alguien que aparenta ser ajeno a la clase política de siempre. Pero la realidad ha sido muy diferente. Detrás de la promesa de renovación, se ha consolidado una alianza entre la vieja oligarquía criolla y una nueva élite emergente de origen palestino.

Esta nueva oligarquía, que alguna vez fue marginada por el poder empresarial tradicional, ha logrado tomar control del aparato estatal, respaldada por el Ejército y la Policía. El pueblo, sin saberlo, cambió de verdugos, entregando el poder a un régimen que ha perfeccionado las tácticas de dominación y control.

La traición del gran capital: Pragmatismo y poder.

El poder histórico tras el trono del país es decir la gran empresa oligárquica abandona a su partido satélite ARENA y se une como compañero de viaje del nuevo referente político, no porque confíe en ellos sino porque por el momento le es conveniente y estratégico. «Es mejor estar cerca del nuevo poder para no perderse la porción del botín del Estado»

El gran capital, que siempre ha estado dispuesto a aliarse con quien le garantice su supervivencia y su acumulación de riqueza, ha evolucionado ideológicamente de manera pragmática. Lo que alguna vez fue una lucha por mantener el control sobre la propiedad privada y el mercado, ahora es un juego de alianzas con el poder político, sin importar los valores democráticos o republicanos. La gran empresa, al verse frente a una nueva realidad, ha decidido que es más rentable estar con el poder absoluto que resistirse a él. El dinero sigue siendo más importante que cualquier principio.

El ciclo perverso del poder.

El retorno de los malos, esta vez en una versión más oscura y perversa, ha mostrado que el poder, en manos de cualquier grupo, tiende a corromperse. Aunque muchos salvadoreños votaron para «deshacerse de los viejos partidos que ya no querían», terminaron apoyando, sin saberlo, el regreso de lo más sombrío del pasado. El gran capital ha demostrado que, en su afán de acumulación, no tiene fronteras ni lealtades, y que siempre encontrará una manera de adaptarse a las circunstancias.

«De las Brasas al Fogón» se transita a un cambio superficial de una situación insostenible a otra aún peor, que define perfectamente el estado actual de la sociedad salvadoreña. Tras décadas de gobiernos que no ofrecieron soluciones reales a los problemas estructurales del país, el pueblo votó con la esperanza de escapar de un ciclo de corrupción y poder elitista. Sin embargo, se encuentra ahora en una situación donde, en lugar de mejorar, ha caído en manos de una nueva clase dominante que reproduce, con mayor eficiencia y represión, las mismas dinámicas que anteriormente lo oprimían. Mientras enfrentamos «dicotomías casi insalvables» la profunda división social y política que ha paralizado a la sociedad salvadoreña. Por un lado, está la promesa de un cambio radical, liderada por un gobierno que ha consolidado su poder mediante alianzas estratégicas y la manipulación de narrativas. Por otro lado, está la realidad de un pueblo que, a pesar de su apoyo inicial, se encuentra ahora atrapado en una red de indefensión, sin opciones de salida claras ni liderazgos creíbles.

La falta de «vehículos confiables» reflejado por la ausencia de partidos, organizaciones y movimientos o figuras que puedan representar una verdadera alternativa al actual orden. Los viejos partidos políticos desgastados y corrompidos han perdido legitimidad, han quedado reducidos a un papel insignificante, limitándose a aceptar las migajas que el nuevo sistema político les ofrece e incluso negociar bajo la mesa concesiones para subsistir.

Mientras los nuevos movimientos carecen de la fuerza organizativa necesaria para desafiar al poder establecido. Esto deja a la sociedad en un estado de crisis perpetua, donde la esperanza de un verdadero cambio por el momento parece lejana. En este contexto, ante «el ciclo de poder y represión» somos testigos de la continuidad de un sistema donde el control está en manos de élites, sean las antiguas oligarquías o las nuevas que han emergido bajo este régimen.

La represión, ahora más sofisticada, se ha vuelto el medio principal para silenciar a las voces disidentes, mientras que la concentración del poder en unas pocas manos garantiza que las mismas estructuras de explotación y dominación sigan vigentes.

El pueblo, en este ciclo, no solo paga el precio económico y social y de sus errores electorales; sino también el precio de la libertad y la justicia, atrapado en un sistema que no ofrece salidas ni alternativas reales. Lo anterior retrata la triste y trágica realidad de un país que, al intentar escapar de las brasas del viejo orden, ha caído en un fogón aún más ardiente y sofocante. De cada ciudadano depende si cambiamos las cosas. O las dejamos igual o peor de cómo estamos.

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