Juventud salvadoreña. «El divino tesoro desperdiciado»

La juventud, divino tesoro…, evocaba Rubén Darío, en su poema, pero hoy, esa juventud enfrenta un abismo entre las promesas retóricas y las realidades crudas.


Por: Miguel A. Saavedra


L a reciente viralización de videos que muestran enfrentamientos violentos entre estudiantes de dos prestigiosos colegios de la capital ha sacudido a la sociedad salvadoreña. Estas escenas, ajenas a nuestra realidad durante años, revelan una preocupante escalada de violencia juvenil. Si bien las causas inmediatas de estos hechos aún son desconocidas, es innegable que subyacen factores estructurales más profundos. La teoría del aprendizaje social, por ejemplo, sugiere que los jóvenes imitan conductas agresivas que observan en su entorno, ya sea en sus hogares, en los medios de comunicación o incluso en las propias instituciones educativas. Asimismo, la teoría de la frustración-agresión plantea que la frustración generada por las desigualdades sociales y la falta de oportunidades puede desencadenar conductas violentas.

En este contexto, la violencia institucional juega un papel crucial. La impunidad, la corrupción y la falta de acceso a servicios básicos fomentan un clima de desconfianza y resentimiento que se manifiesta en actos de violencia entre pares. Estos eventos son, en última instancia, un reflejo de una sociedad enferma, donde la injusticia y la desigualdad se han normalizado

Sin embargo, hoy, esa juventud parece atrapada en un ciclo perpetuo de discursos vacíos que la colocan como el futuro de la sociedad, mientras sus necesidades y desafíos son ignorados en el presente. La reiterada frase “estamos trabajando por ustedes” se siente más como un eco lejano que un compromiso real; pues en la práctica, su situación se ignora hasta que se convierten en un problema social, ya sea en tiempos electorales o cuando se ven envueltos en conflictos y actividades ilícitas.

En vez de ser protagonistas de su propia historia, se convierten en figuras de un drama que otros escriben.

Un futuro prometido, pero ignorado
La juventud es vista como una masa fresca en el escenario político, cada vez que hay elecciones y son vistos como un recurso que los líderes utilizan para sus propios fines. Sin embargo, los esfuerzos tangibles para acompañarlos en su desarrollo son escasos. Este abandono se traduce en una falta de apoyo durante una etapa crucial de sus vidas, donde la presión económica y social los obliga a abandonar sus estudios y lanzarse prematuramente al mundo laboral.

La ironía es que, a pesar de ser los receptores naturales de las nuevas tecnologías, como las TICs y la inteligencia artificial, su capacidad para utilizarlas en beneficio propio se ve comprometida por la falta de oportunidades y recursos.

En lugar de empoderarse, muchos jóvenes se convierten en consumidores pasivos de información y entretenimiento, a menudo en un entorno saturado de desinformación y distracciones.

Condiciones laborales y vivienda: Un ciclo de desesperanza.
El panorama laboral es desalentador. Muchos se ven obligados a aceptar trabajos precarios que no les permiten avanzar, mientras sus salarios permanecen estancados. La esperanza de una vida independiente se esfuma, y muchos jóvenes terminan viviendo con sus padres, incapaces de acceder a una vivienda digna. Las políticas públicas, influenciadas por mandatos de organismos internacionales, descartan la creación de viviendas sociales, considerándolas un gasto innecesario.

La gentrificación y la marginalización se suman a este cóctel de abandono. Los jóvenes que provienen de zonas de bajos ingresos son estigmatizados y perseguidos, no solo por su origen, sino también por las condiciones que les han sido impuestas. Mientras sus abuelos podían construir un hogar con esfuerzo y recursos limitados, la juventud actual se enfrenta a un futuro incierto, donde los sueños de estabilidad y pertenencia parecen cada vez más lejanos.

El desempleo y la baja remuneración
La condición de empleo para los jóvenes es, sin duda, una de las más preocupantes en la actualidad. Muchos se ven obligados a aceptar trabajos mal remunerados que no reflejan sus habilidades ni su potencial, lo que perpetúa un ciclo de precariedad. Estos empleos, a menudo temporal o a tiempo parcial, carecen de beneficios y estabilidad, lo que dificulta la planificación a largo plazo y la posibilidad de independencia económica. A pesar de ingresar temprano al mercado laboral, muchos jóvenes enfrentan salarios estancados y pocas oportunidades de ascenso, lo que perpetúa el ciclo de pobreza.

Esta situación se agrava aún más por la presión familiar y social que enfrentan, obligándolos a renunciar a sus estudios o aspiraciones profesionales para contribuir a la economía del hogar. Así, la juventud se encuentra atrapada en un laberinto de oportunidades limitadas, donde su esfuerzo no se traduce en un futuro mejor, sino en una lucha constante por sobrevivir.

Éxodo de la Juventud
El panorama de relevo generacional se complica, ya que cada vez hay menos jóvenes en el campo. En regiones como los departamentos de Oriente y Cabañas, alrededor del 60% de los jóvenes apenas cumplen 18 años o terminan el bachillerato y buscan su camino hacia el norte, persiguiendo el sueño americano.

Este éxodo actúa como una válvula de escape económica, generando casi 9 mil millones en remesas al año, lo cual se compara con el monto del presupuesto nacional anual. Por esta razón, tanto el gobierno actual como los anteriores han encontrado conveniente que la gente emigre, ya que mientras las remesas satisfacen sus necesidades, y sus necesidades básicas se vean cubiertas por estas transferencias, las familias evitan reclamar o luchar por sus derechos, permaneciendo al margen de las luchas colectivas.

Este flujo migratorio se convierte en una válvula de escape económica, generando casi 9 mil millones de dólares en remesas al año, una cifra que se proyecta en el presupuesto nacional. Para los gobiernos actuales y anteriores, ha sido conveniente que estas personas emigren, ya que las remesas permiten que muchas familias no reclamen ni luchen por sus derechos, logrando así que el compromiso social y la lucha por un cambio en la realidad del país se disipen.

Una respuesta reactiva: La política del garrote y la cárcel
La mirada del abandono se vuelve hacia ellos solo en momentos de crisis. Las campañas masivas de captura y encarcelamiento son una solución reactiva, que ignora las verdaderas causas de la delincuencia y el descontento. En lugar de implementar políticas preventivas que aborden las raíces del problema, el sistema se aferra a una lógica punitiva que deshumaniza a los jóvenes, tratándolos como números en una estadística.

Este enfoque no solo perpetúa el ciclo de violencia y marginalización, sino que también erosiona la confianza en las instituciones. Los jóvenes se sienten invisibles, escuchados solo cuando se convierten en un problema. Este vacío es un terreno fértil para la desesperación, y la falta de inversión en educación, salud mental y oportunidades laborales solo agrava la situación.

Las campañas masivas de captura y encarcelamiento son respuestas típicas de un sistema que no sabe cómo abordar las raíces del problema. En lugar de implementar políticas preventivas que aborden las causas del descontento y la marginalidad, se opta por una lógica punitiva. Este enfoque, que recuerda más a un intento de «tapar el sol con un dedo», ignora la complejidad de las vidas de estos jóvenes y las circunstancias que los llevan a tomar decisiones desesperadas.

El costo de la ignorancia y la perversidad del régimen
La falta de atención y recursos a las comunidades jóvenes no solo perpetúa un ciclo de violencia y delincuencia, sino que también erosiona la confianza en las instituciones. Los jóvenes sienten que su voz no importa, que solo son escuchados cuando se convierten en un problema. Este abandono genera un vacío que, inevitablemente, se llena con desesperación y, en muchos casos, con decisiones dañinas.

Es un ciclo vicioso: el abandono crea condiciones que alimentan la delincuencia, y la delincuencia, a su vez, alimenta la respuesta represiva del Estado. Este enfoque reactivo no solo es ineficaz, sino que también deshumaniza a los jóvenes, tratándolos como números en una estadística, en lugar de reconocer su potencial y sus aspiraciones.

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