La vicepresidenta Kamala Harris y el expresidente de Estados Unidos Donald Trump tuvieron su último y único encuentro en el debate del martes 10 de septiembre. Entre los muchos temas abordados —como el aborto, la economía y la política migratoria— las propuestas de política exterior de ambos candidatos fueron particularmente relevantes.
Por: Víctor Ferro*
E n este ámbito, los temas que más debate suscitaron fueron la guerra en Ucrania, el conflicto israelí-palestino y la crisis en Venezuela. Si no fuera por esta última cuestión y las menciones a México en el contexto de la política migratoria, América Latina no habría tenido prácticamente representación en el debate presidencial estadounidense.
Sin embargo, esto no significa que los candidatos, tanto el del Partido Republicano como la del Partido Demócrata, no tengan una agenda para la región. En efecto, como una extensión de sus programas internos y de sus visiones de política exterior más amplias, Harris y Trump presentan enfoques muy diferentes hacia América Latina, lo que implicaría escenarios distintos para la región según el candidato que triunfe. En este sentido, surge una pregunta: ¿cuál de los dos candidatos ofrecería un escenario más favorable para las relaciones políticas y económicas entre Estados Unidos y América Latina?
En términos económicos, la elección de Kamala Harris podría generar un mejor panorama para América Latina que la reelección del expresidente republicano por tres razones principales. En primer lugar, la política comercial de Trump, caracterizada por su unilateralismo y su famoso lema “America First”, podría generar dificultades para el flujo comercial con los países latinoamericanos, tanto para las economías más grandes, como México, Colombia y Brasil, donde Estados Unidos es el primer o segundo socio comercial más importante, como para los países más pequeños, como El Salvador y Honduras. No obstante, la política comercial proteccionista y unilateral de Trump resultaría especialmente perjudicial para los países centroamericanos, dado que cerca de un tercio de sus exportaciones están dirigidas al mercado estadounidense. Además, tendría un impacto aún más negativo en México, donde más del 80 % de sus exportaciones dependen de Estados Unidos.
En el caso de México, se presentan dos agravantes. En primer lugar, una victoria de Harris implicaría la continuación de los esfuerzos de nearshoring —reasignación de actividades productivas, en especial de la producción industrial, para países vecinos— promovidos por la administración Biden, que han favorecido a México, convirtiéndolo en 2023 en el principal socio comercial de Estados Unidos, superando a China, el principal rival de la hegemonía económica estadounidense. Sin embargo, una victoria de Trump podría generar un impulso más decidido hacia el reshoring, es decir, la repatriación de actividades productivas a territorio estadounidense, lo que afectaría directamente a México.
En segundo lugar, en 2026 está prevista la revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (USMCA), que reemplazó al TLCAN en 2020, pero que fue renegociado durante el mandato de Trump a partir de 2017. Aunque Kamala Harris votó en contra del USMCA como senadora, argumentó que lo hizo porque el acuerdo no incluía suficientes disposiciones para la protección medioambiental, dejando claro que no es una demócrata proteccionista. Trump, por su parte, ya ha demostrado una postura comercial dura hacia México, imponiendo aranceles temporales en 2018 y 2019 a las exportaciones mexicanas de acero y aluminio, y amenazando con un arancel del 5 % a todos los productos mexicanos en respuesta a lo que consideraba una mala gestión de la política migratoria mexicana.
En segundo lugar, el escenario con Trump sería más desfavorable para América Latina debido a su escepticismo sobre la crisis climática. Este enfoque podría perjudicar a países como Bolivia, Argentina y Chile, que son, respectivamente, el primero, segundo y cuarto en términos de reservas mundiales de litio, un mineral esencial para la producción de baterías eléctricas. La falta de interés de Trump en combatir el cambio climático podría reducir la demanda estadounidense de litio, privando a estos países de exportaciones que podrían convertirse en un nuevo motor de crecimiento económico. Por otro lado, Harris, como presidenta del Senado —un rol que constitucionalmente ejerce el vicepresidente en Estados Unidos— fue decisiva en la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación (Inflation Reduction Act), que incluye disposiciones para fomentar la producción de vehículos eléctricos, lo que implicaría una mayor demanda de litio.
En tercer lugar, la política migratoria de Trump también representaría un obstáculo económico para algunos países de América Latina. Esto se debe a que Estados Unidos es la mayor fuente de remesas para muchos países de la región, especialmente para naciones centroamericanas como El Salvador, Honduras y Guatemala. Las remesas enviadas por los emigrantes de estos tres países desde Estados Unidos representan el 23%, 21 % y 16 % de sus respectivos PIB. Las políticas más estrictas sobre inmigración que Trump ha prometido, que incluirían un aumento en el control fronterizo, mayores dificultades para obtener estatus de refugiado o asilado y deportaciones más agresivas de inmigrantes indocumentados, podrían reducir significativamente los flujos de remesas, lo que afectaría la capacidad de consumo e inversión en estos países.
Políticamente, también es posible afirmar que un gobierno de Trump sería menos beneficioso para América Latina por tres razones. En primer lugar, dado su enfoque unilateral —contrastando el activismo global de Biden y Harris—, una gestión de Trump tendría menos reparos en utilizar cualquier medio a disposición del gobierno estadounidense para lograr sus objetivos en la región. Su política hacia los regímenes autoritarios de izquierda latinoamericanos, como Cuba y, sobre todo, Venezuela, sería mucho más enérgica y directa. Instrumentos como el Acuerdo de Barbados, promovido por la administración Biden-Harris para facilitar la celebración de elecciones mínimamente libres entre el gobierno de Maduro y la oposición venezolana, serían relegados en favor de sanciones económicas que se multiplicarían. Además, intentos de mediación como el de Brasil en la crisis venezolana, que ha sido elogiado por la administración actual, probablemente no contarían con el apoyo de Washington bajo una administración de Trump, que preferiría actuar unilateralmente.
En segundo lugar, los gobiernos latinoamericanos con afinidades ideológicas con Trump, como el caso de Javier Milei en Argentina, no tendrían garantías de obtener beneficios. Un ejemplo claro de esto es la relación entre Brasil, durante la presidencia de Jair Bolsonaro, y el gobierno de Trump. A pesar del declarado alineamiento de Bolsonaro con la política de Washington, el gobierno estadounidense suspendió las cuotas de importación de carne brasileña y solo dio un apoyo tardío a la entrada de Brasil en la OCDE en 2020.
Finalmente, bajo un gobierno de Trump, el diálogo para promover la democracia en la región sería cada vez menos viable. Mientras que Harris mantiene la retórica idealista tradicional del Partido Demócrata en favor de la democracia, Trump no ha dudado en elogiar a líderes autoritarios europeos, como el húngaro Viktor Orbán, o a figuras latinoamericanas sin compromiso con la democracia, como el expresidente brasileño Jair Bolsonaro.
En conclusión, la continuidad que representaría una victoria de Harris ofrecería un escenario más favorable tanto en el ámbito económico como en el político para las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. El unilateralismo de Trump y su rechazo del orden globalizado serían un obstáculo para el diálogo político y la cooperación económica, lo que dificultaría tanto el mantenimiento de las relaciones comerciales actuales como la creación de nuevas oportunidades.
*Latinoamérica21