Sumisión o dignidad

Empleados públicos en la mira. La hora de elegir entre sumisión o defensa de derechos.


Por: Miguel A. Saavedra


A lerta: Se vienen tiempos difíciles para los empleados públicos en El Salvador. Se empiezan a ver los efectos de un modelo de gobernar que actúa injustamente.

En un contexto de creciente persecución laboral y despidos en el sector público, los empleados del Estado enfrentan una encrucijada: aceptar en silencio condiciones cada vez más opresivas o levantar la voz en defensa de sus derechos. Hoy, la pasividad ya no es refugio seguro; cada trabajador deberá decidir entre sumisión o dignidad.

La frase: “Primero vinieron por los cristianos, y no dije nada porque no era cristiano; luego vinieron por los intelectuales, y no dije nada porque no era intelectual; luego vinieron por mí, y no quedó nadie para decir nada” fue pronunciada por el pastor Martin Niemöller, quien experimentó de primera mano la opresión en la Alemania nazi. Su advertencia no solo expresaba el dolor por aquellos que sufrieron y fueron ignorados, sino que también es un grito que sigue resonando como una advertencia para toda sociedad: Esta reflexión encierra una verdad intemporal: cuando toleramos la opresión hacia otros, sin darnos cuenta, somos cómplices de nuestra propia opresión futura.

Hoy, esta advertencia vuelve a ser relevante en tiempos turbulentos, especialmente para los empleados públicos en El Salvador. Vivimos en una era donde la sumisión ha sido prometida como una vía de “seguridad” y “bienestar” para quienes no se cuestionan, para quienes obedecen y “no se meten en nada.” El mensaje implícito es claro: quedarse al margen, no levantar la voz y seguir el espectáculo mediático, confiando en promesas de “estabilidad”. Pero ahora, en la medida en que se intensifica la “medicina amarga” que se recetó desde el inicio de este régimen, la realidad golpea sin anestesia.

Los empleados públicos que alguna vez confiaron en esa promesa de protección gubernamental, que se mantuvieron al margen, ahora lo sufren en carne propia. Se escuchan historias de acoso laboral, persecución y despidos masivos: desde aquellos que solo pidieron tiempo para atender enfermedades hasta los trabajadores mayores a quienes ahora se les considera un lastre. Han sido seis años de obediencia y silencio, y el precio empieza a ser insostenible. Lo que ya está en su agenda social es el despido de más de once mil empleados más al final de este 2024, los cuales se suman a los más 23 mil despedidos del sector público y alcaldías desde que está el en poder el régimen Bukele, que por cierto es la mayor cantidad de gente despedida desde los tiempos de ARENA en los 90s.

Muchos ciudadanos podrían pensar que, al no trabajar en el sector público, todo esto no les afecta.. «No trabajo en el Estado, no es mi problema», podrían decir. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y sombría. Cuando los empleados públicos son acosados, les inventan faltas y causas en sus expedientes o son acorralados y despedidos de hecho, sin explicación alguna sin derecho al debido proceso, las repercusiones no se limitan a sus oficinas: el país entero se resiente. Habrá menos personal en los hospitales, lo que llevará a meses de espera para citas médicas; la atención será limitada y los recursos, como medicamentos, escasearán cada vez más. En las escuelas, el panorama es igual de sombrío: algunas cerrarán, y el nivel educativo seguirá deteriorándose, con generaciones de ciudadanos apenas superando unos cuantos años de escolaridad, tal como lo confirman los estudios sobre la educación en el país.

Menos personal en centros de salud significa meses de espera para citas, escuelas cerradas indican una educación en picada; un sistema de justicia debilitado promete un futuro sombrío para todos, no solo para los empleados públicos. Mientras tanto, el régimen utiliza este “sacrificio de unos cuantos” para garantizar los favores de sus financiadores globales, un círculo vicioso que hunde al país en más deudas y menos esperanza.

El espectáculo sigue, las plazas se llenan, y el entretenimiento reemplaza la reflexión pues para el régimen mantener shows 24/7 para que la gente olvide «su barriga vacía» le ha funcionado muy bien hasta el momento, creando una sociedad cada vez más desinformada, débil y sin energía para alzar la voz. Si no cuestionamos el rumbo actual, si no vemos que este juego de silencio y obediencia afecta a todos, podríamos encontrarnos en un futuro donde, al igual que en la advertencia inicial, no haya nadie para decir nada.

Es momento de entender que en tiempos de complicidad silenciosa, no existe un “no meterse en nada” sin consecuencias. Lo que hoy afecta a un sector, mañana afectará a todos. ¿Seremos capaces de aprender de las lecciones de la historia, o repetiremos el ciclo del silencio hasta que ya no quede nadie?

¿Y qué futuro le espera a un pueblo que se va quedando en la ignorancia y la enfermedad?

Esto solo facilita el camino a quienes hoy oprimen y manipulan, utilizando la distracción digital y el espectáculo público para mantener a la población agotada, resignada y sin ánimo para cuestionar nada. Así, las plazas se llenan de personas que, por un instante, olvidan el hambre y las carencias diarias, absortas en un show que solo enmascara el vacío.

Todo esto sucede, además, para cumplir con las condiciones impuestas por grandes prestamistas internacionales, mientras el país se ahoga cada día más en deudas. Ni los planes económicos actuales ni el manejo político son sostenibles; tampoco existen instituciones confiables que garanticen un desarrollo sólido y estable para la ciudadanía.

Y en el horizonte, lo que se vislumbra es aún más preocupante: miles de trabajadores del aparato estatal quedarán sin empleo, engrosando las filas de los desocupados. La gobernanza populista y mesiánica sigue cobrando factura, dejando a su paso un ejército de personas excluidas y sin rumbo. A miles de trabajadores estatales les espera la última navidad con celebración familiar con relativa tranquilidad económica.

Hay que sacudirse la comodidad y el miedo que nos atrofia y nos inmoviliza. La única forma de romper este ciclo es atreviéndose a actuar, hablar y apoyar a quienes hoy enfrentan las consecuencias. Defender nuestros derechos y los de otros es la única garantía de que no volveremos a vivir en un país donde el silencio y el conformismo sean la ley.

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