Afrontar la muerte de un animal supone tener que pasar por un duelo muy parecido al que atravesamos cuando perdemos a una persona.
Sabemos que hablar en estos términos no será comprensible para muchos, que habrá algunos que no lleguen a entender la trascendencia que los animales pueden llegar a tener en nuestras vidas. Pero, probablemente, esas personas tampoco estén leyendo este artículo.
El vacío que provoca la pérdida de gran parte de nuestra alegría es un abismo que antes ellos llenaban con la felicidad de lo cotidiano, formando parte de nuestra rutina; y en ocasiones, hasta de nuestro desahogo personal.
Eran los cómplices más fieles de nuestras caricias, compañeros que se acurrucaban a los pies de la cama. El primero que se despertaba y el último a quien dábamos las buenas noches. Era el trasto de la casa y quien sabía leer en tu mirada las tristezas al mismo tiempo que las apartaba.
¿Cómo no sufrir por su pérdida?
Su vacío no podrá llenarse nunca. Será esa herida en nuestras fotografías y ese recuerdo que, aunque ahora doloroso, poco a poco bordará tu memoria de gratas escenas, de emociones únicas que harán tu vida más rica. Más plena.
Nunca pidió nada a cambio. Solo un amor que no entiende de egoísmos, solo una caricia al llegar a casa, una mirada cómplice, un hueco en el sofá.
Hay quien no se atreve a decir que su sufrimiento -que su mala cara- se debe al hecho de haber perdido a su mascota. De que ésta, ha fallecido. No importa si es un perro, un gato, o un caballo.
Es un ser vivo que formaba parte de nuestro día a día, de nuestro corazón, así pues, no tengas temor en ponerle palabras sinceras al dolor que sientes. Es verdad que no todo el mundo te entenderá, pero habrá personas que sí lo harán y que de otra manera no podrían.