Por: Ramón Gutiérrez.
Estamos viviendo un período de la humanidad totalmente horrible, el mundo entero es arrinconado por un virus mortal, al momento no hay noticias esperanzadoras que nos acerquen a una pronta solución, por el contrario el ver día a día las noticias en la TV, el escuchar las noticias verbales de nuestros familiares que aun trabajan nos traen a una realidad oscura en la que nuestros amigos, compañeros, conocidos y desconocidos son presas de la enfermedad que en días los lleva a la muerte.
El virus circula en la comunidad, es la llamada fase 3, el reporte diario informa de los nuevos contagios, las nuevas defunciones y los números se van engrosando cada día más. La tristeza nos consume y nos aterroriza el saber que irremediablemente vamos hacia una fase 4 de la enfermedad. Ahora mismo la situación ya es desesperante, los hospitales casi llegan al límite de su capacidad y los cementerios rebalsan de muertos. Mucha gente opta por la atención privada y los médicos no están preparados para atenderlos, sólo logran obtener el propio contagio y muchos mueren fuera del registro oficial, de manera tal que los números son en verdad más aterradores.
En cierto país suramericano hubo de entrada un desorden tal que los muertos se hallaban en las casas y a veces los sacaban a las calles, el hedor se hacía insoportable. Eso es parte de la fase 4, ya los hospitales no pueden recibir más enfermos, éstos mueren en sus casas y brigadas del ejército entran en juego para recoger los cadáveres y enterrarlos en fosas comunes abiertas hasta en los parques mediante palas mecánicas.
Hoy que todavía no llegamos a ese momento se ofrece la cremación como una solución, en una cremación ordenada y llevada a cabo en una funeraria responsable, lo primero es identificar bien al difunto que se va a cremar, luego colocado en las bolsas aislantes se pone en un ataúd , luego éste sobre una camilla especial que lo ubica en la puerta del horno de incineración, se introduce sólo el ataúd y a una temperatura de 750°aproximadamente durante dos horas se incinera el cuerpo, al final quedan grumos óseos que se aplastan mediante la llamada cremulación para homogenizar las cenizas. Se dice que es posible separar las cenizas de la madera y de las ropas, de manera tal que sólo las puras cenizas del cuerpo después que se han enfriado se vierten en un recipiente, con un peso estimado de un kilogramo de cenizas se llena la urna previamente elegida por la familia y se le entrega junto con un certificado, luego el horno sigue un proceso de depuración o limpieza para eliminar todo vestigio de cenizas, de tal forma que las cenizas de unos no contaminen las cenizas de otros.
Pero esto que anteriormente hemos descrito sucede en condiciones ideales, imaginemos ahora un montón de cadáveres malolientes que esperan su turno. ¡No hay turno! Se incineran si es posible de tres en tres y después esa mescolanza de cenizas se vierte en un recipiente y se entierran aún a veces sin recipiente alguno. Si esta confusión ocurre con cadáveres completos cubiertos en sus bolsas aislantes o talvez ya éstas se terminaron, pero van en una caja de cartón sellada y le dan a cada familia un muerto. ¡El que sea! Con tal que salgan conformes con un muerto.
Y si en caso de los cremados llega una cristiana familia pidiendo el exclusivo cuerpo de su pariente que puede ser su madre, su padre, su hermano, su esposo, su hija. ¡Quién putas sea! ¡Denles un cuerpo para que dejen de joder! Dice el ya desesperado jefe de la morgue o donde quiera que se hallen los amontonados cuerpos pútridos
Y la familia se lleva un cuerpo, pero la duda los carcome y abren la caja sellada y no es su madre la que llevan es un viejo barrigón, al que ya se lo comen los gusanos.
Volvamos a las cenizas que salieron no de un horno depurado en condiciones ideales, sino las cenizas que salen del horno en que incineran de tres en tres y que sólo vierten en cualquier barril y cuando ya está lleno lo entierran en el lugar más próximo. No hay registro previo, ni identificación alguna, es un desorden total, es el caos de la fase 4 de la pandemia.
Y otra cristiana familia llega pidiendo las exclusivas cenizas del cuerpo incinerado de su pariente, ya un conocido de la familia les prometió que el pariente iba a seguir todo el protocolo de una cremación ideal en solitario, pero con el relajo que se vive, se le olvidó y cuando los ve acercarse agarra un trasto cualquiera y de cualquiera de los barriles estima el kilo de cenizas, luego busca una urna de las especiales , todas están llenas, alguna no reclamada antes del caos, avienta en el basurero más cercano las cenizas del continente y lo llena con las nuevas, una mescolanza de cenizas de cuerpos de hombres y mujeres, viejos y niños, personas que fueron buenas durante su vida y criminales muy malos, pero muy malos.
Y se dice que el alma de un hombre mala es un espíritu malvado que causará daño igual muerto que cuando vivo. Y el conocido habiendo resuelto su problema entrega a la cristiana familia la ensalada de cenizas que recogió, quizás del barril que se llenó con las cenizas de los cadáveres de una prisión. Y como nada funciona correctamente en fase 4, mantiene la lustrosa urna en el entrepaño de un armario
Y las cosas siniestras comienzan a suceder, el gato de la familia que profirió espantosos maullidos la noche anterior aparece ahorcado colgando de la rama de un árbol frutal del patio de la casa familiar con las tripas de fuera. El padre poseído por un espíritu maligno comienza a beber y a experimentar con drogas, castiga a sus hijos e hijas de una forma física y psicológica inhumana, por las noches viola a su esposa buena y santa de una manera brutal. La mujer lo mata poseída por otro espíritu maligno y toda la familia se pierde, las muchachas adolescentes se prostituyen, cometen incesto, los muchachos roban, matan, son adictos. El mal entro en esa familia igual que el virus ha entrado en el mundo. No se sabe cómo, no se sabe por qué.