¿El último testigo de una época?

Después de 74 años y tras 700 números justo hace un año dejó de publicarse la revista Les Temps Modernes, titulada así como un guiño a la película de Charles Chaplin. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir fueron sus fundadores y primeros longevos directores. El tercero, hasta su muerte hace justo un año, fue Claude Lanzmann, director del impresionante e imprescindible documental Shoah (1985) y autor de su magnífica autobiografía, La liebre de la Patagonia (2012).

En sus páginas escribieron gigantes: Albert Camus, quien protagonizó en ellas su ruptura con el propio Sartre, Raymond Aron, Maurice Merlau-Ponty, Samuel Beckett, Jean Genet, Richard Wright y Boris Vian, al principio, y más tarde Ernest Mandel, André Gorz y Rossana Rossanda. Allí Beauvoir sacó a la luz las primeras galeradas de El segundo sexo. Gallimard fue su casa editorial al inicio y al final de su andadura y entre medias lo fueron Julliard (1949-65) y Presses d’aujourd’hui (1965-1985).

No fui un lector habitual de esta revista de combate que fue un referente sincopado del mundo intelectual durante mucho tiempo. Una publicación, al inicio mensual, que se meció al albur de peregrinajes ideológicos, de modas y de los avatares que acontecieron, muchas veces dramáticos nunca superfluos. En ocasiones cayeron en mis manos números sueltos en la biblioteca del Colegio de España en París y seguí con interés alguno de sus artículos dejando de lado los habituales referidos al legado de Sartre, bien fueran panegíricos o críticos. Pero, ciertamente, su desaparición constituye el fin de lo que Bernard-Henri Lévy definió como “el siglo de Sartre”, dando titular al libro con el que realizó su particular ajuste de cuentas “con quien hizo del error un régimen de vida intelectual”. Si Eric Hobsbawm bautizó con el término de “siglo corto” al lapso 1914-1989, Lévy usó el nombre del filósofo militante, en su libro de 2002, para definir de otra manera el convulso periodo iniciado tras la liberación de París y que culminó con la llegada a la presidencia de Mitterrand, justo un año después de la muerte de Sartre.

Sin embargo, pareciera que Les Temps Modernes lo hubieran prolongado, pero los nuevos tiempos hacían difícil soportar la edición, ahora trimestral, en papel. Se diría que los lectores seguían la máxima del propio Sartre, no sólo con relación a la misma revista sino a cualquier medio impreso. En efecto, interrogado una vez sobre por qué no tenía biblioteca en su departamento de Montparnasse, contestó: “Para mí un libro leído es un cadáver. No hay nada qué hacer con él más que tirarlo”. ¿Era un anticipo visionario de la actual cultura de la lectura en formato electrónico, de la amenaza al libro tradicional? En el inicio del primer artículo del número inicial de la revista escribió: “Todos los escritores de origen burgués han conocido la tentación de la irresponsabilidad: desde hace un siglo, esta tiene tradición en la carrera de las letras”. ¿Un epitafio para avalar con cinismo los tiempos de post verdad?

Por: Manuel Alcántara, politólogo. Universidad de Salamanca. España.

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