A propósito de la celebración de agosto mes de la Biblia, la Sociedad Bíblica de México hace décadas instituyó el último domingo del mes, como el día de la Biblia. Este festejo implica para la comunidad evangélica una estrategia de alcance para la promoción de la lectura y difusión de la Biblia en el país. Se puede observar cómo las iglesias se suman a la celebración recordando datos históricos de la traducción bíblica al español, así como los desafíos que existe en el presente en la traducción a lenguas indígenas.
Cabe mencionar que la Biblia, por múltiples razones es un libro controversial, su uso implica la pregunta ¿De quién es la Biblia de los sacerdotes, de los pastores, de los políticos o de la sociedad en general, creyentes o no? ¿Quién se adueña del uso de la Biblia en escenarios públicos? Indudablemente fuera o dentro de escenarios religiosos es el gusto y disgusto de muchos. En esta reflexión quiero enfocar la atención del uso de la Biblia como instrumento de apoyo político más allá de los diferentes usos teológico o bíblico que tiene.
En los últimos años hemos sido testigos del nuevo lenguaje y los nuevos instrumentos que los políticos usan para captar la atención y ganar credibilidad. Sobran razones para argumentar que a los políticos -al menos en México- se les tiene precaución en términos de confianza. Es probable que esto se deba a los nulos resultados en materia de desarrollo social y científico, o quizás a los escándalos políticos de robo, extorsión y corrupción de gobiernos anteriores, más el sistemático incumplimiento de sus promesas electorales. Ante este panorama, los políticos se apoyan en el uso de imágenes y escenarios religiosos como una forma de persuadir su proyección como persona «pura y santa», «temeroso de Dios» con el fin de captar la atención, generar confianza con el público a conquistar, logrando así un posicionamiento e influencia y el control de los escenarios. Tal y como sugieren Swartz, Turner, y Tuden, (1994) en Introducción a la antropología política es una forma de adquirir apoyo y visualizarse con la disposición de satisfacer las demandas para lograr de esta forma la conquista de un público, en este caso los electores de la comunidad evangélica.
Algunos estudios antropológicos de autores como Elio Masferrer (2018), Angelica Patiño (2016), Carlos Garma (2004) sugieren el fuerte crecimiento de la comunidad evangélica en México. En Latinoamérica los trabajos de Miguel Ángel Mansilla en Chile, Mariela Mosqueira e Hilario Wynarnczyk en Argentina explican cómo la comunidad evangélica cada vez tiene más presencia y la forma en que ésta se apropia de los escenarios. Incluso es notable, partiendo de los estudios e investigaciones conocer la cohesión social de la comunidad evangélica y cómo se desplaza sin importar las fronteras territoriales y denominacionales. Encuentra casi todo en común cuando se trata de ser una comunidad con identidad propia y opuesta al catolicismo.
Una comunidad religiosa como lo es la evangélica es objeto de interés de los políticos. Una prueba de esto es lo expuesto por Masferrer en su libro Lo religioso dentro de lo político: las elecciones de México 2018. Por lo tanto, no es de sorprenderse que los políticos intenten ganar simpatías usando instrumentos religiosos como la Biblia para obtener aceptación y algo de credibilidad. Desde esta perspectiva la Biblia se convierte en un instrumento que ejerce influencia al desplazarse en escenarios religiosos y políticos, quizás una especie de fetiche, un recurso de escenificación de propaganda política cuyo interés concierne a los juegos de poder, del discurso político y por supuesto como un dispositivo de control.
Esto lo podemos observar en los discursos y actuaciones de los presidentes desde Donald Trump en E.U.A, hasta Daniel Ortega en Nicaragua, Jeanine Áñez Chávez en Bolivia, Jaír Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, y Nicolás Maduro en Venezuela. La estrategia radica en conquistar el voto electoral y mantener un alto porcentaje de popularidad, aunque esto implique promoverse religioso, alzar la Biblia, orar, incluso hasta llorar. La pretensión de esta actuación mediática quizás radica en crear un vínculo y conexión con el actor religioso, como una forma de persuadir e influenciar que deben estar en el mismo bando tanto político como religioso. A pesar de que esta manera de buscar apoyo puede dejar al margen a otro tipo de público.
En México esta teatralidad es aceptada y también rechazada. Primero, por aquellos que defienden la separación radical del Estado e iglesias; segundo, porque también existe el rechazo de las comunidades que pertenecen a otro campo religioso; tercero los debates internos dentro de la misma comunidad evangélica, entre quienes se siente complacidos e identificados por el uso de instrumentos religiosos dentro de lo político y por quienes rechazan la forma y sus usos fuera del contexto de lo sagrado.
Finalmente, a pesar del gusto y disgusto del uso de la Biblia en lo político, claro está que es una forma de captar la atención ya sea por la aceptación o por lo controversial. Los reflectores se centran en quién alza la mano sosteniendo la Biblia. Por supuesto, esto ha fomentado que se convierta en una moda política que genera interrogantes ¿Logrará mantenerse el uso de instrumentos religiosos en el escenario político? ¿Cuáles son los resultados? ¿Qué repercusiones se han originado? ¿Qué grupos son los que quedan conformes y quienes quedan al margen? ¿En verdad, los políticos logran persuadir a los feligreses de una imagen digna de confianza? ¿Quiénes son los que se benefician del uso de la Biblia como instrumento político? ¿Son los políticos los que ejercen un control mediático sobre la comunidad evangélica? ¿Es posible que la comunidad evangélica quiera incursionar en los escenarios políticos? ¿Los políticos evangélicos lograrán el apoyo de la comunidad evangélica?
Por: Danna Ruth Eunice Rivas Martínez. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla – México