La Mentira y la Verdad

Por: Francisco Parada Walsh*

Hubo una época en que viví de la mentira, fui un franco mentiroso y nadie me lo dijo pues el único engañado era yo, fue un momento en mi vida profesional que creí en un éxito tan superficial como la vida misma. Alquilé un local en el centro  comercial más  lujoso del país, era una clínica mentirosa atendida por un médico mentiroso con una sarta de profesionales mentirosos tratando a pacientes más mentirosos que yo; así transcurría mi vida, desde las seis de la mañana que abría el changarro empezaba a soñar, a esperar pacientes para mentirles, buscando convertirme en el médico más exitoso de la madre patria claro, los locos soñamos y tenemos ideas aunque descabelladas pero tenemos.

A poco empecé a tener un éxito mentiroso, llegaban pacientes con tres apellidos, remanentes de una oligarquía cafetalera y otros que entraban a las grandes ligas, tuve el privilegio de entablar alguna amistad con muchísimos pacientes, de la clínica salíamos a algún antro de moda, ellos invitaban y recuerdo en estos momentos el comentario de una paciente rica de dinero: “Yo todos los días voy a comer a los mejores restaurantes, sino tengo nada qué hacer”. Así transcurría mi vida, siempre afanado, sin faltar ese lazo con nudo que me ahorcaba llamado corbata, a veces de traje, tratando de vender una apariencia mentirosa; de a poco los números no cuadraban, todo se iba en pagos de servicios básicos, secretaria, vigilancia y alquiler; apenas había   ganancias, debido a eso decidimos cerrar la clínica- changarro-boutique  y a ver las cuatro paredes del cuarto de la vida. Todo fue una vil mentira.

Hay un mundo de diferencia entre esa etapa de mi mentirosa vida al momento actual, acá en mi montaña embrujada no miento ni me miento, vivo en la mayor paz del mundo, mis amigos son los cipreses, pinos, robles, el ocote, las matas de güisquiles, de granadillas, los repollales; el canto del cenzontle,  bellísimas platicadas  con mis gatas y una perrita que está asentada en la alcaldía de San Ignacio con el nombre de “Negrita mimi”; uso la misma chumpa por semanas, a nadie le importa mi presentación sino que le brinde una buena atención, no escucho el ruido de una moto por días, menos el motor de un carro,  esa vida solitaria buscada es hermosísima, al contrario, si mi vida fuera en  un campo de concentración en Siberia o en un centro de albergue en San Salvador viviría atormentado, sufriendo y puedo sentir que vivo en la verdad. No tengo que impresionar a nadie y menos a mí mismo, vivo para servir y nada más.

Incursionar en un cantón y adaptarme a lo que él ofrece es para algunos difícil, empecé a soñar, a conocer más la realidad de nuestro país, esa pobreza que asusta, el hambre que mata, la violencia que genera el alcohol no le envidia nada a las proféticas palabras del gran Alberto Masferrer en su bellísima obra “Dinero Maldito”, estoy claro que nadie me puso una pistola para subir a la montaña, nadie y no debe molestarme escuchar música a altísimo volumen, gritos de montaña a montaña, formas de vestir totalmente diferentes a lo que se vive en la capital del pecado, la multiparidad a corta edad; no puedo criticar todo lo anteriormente descrito porque si viviré hasta mi muerte en este valle de esperanza debo respetar y adaptarme a todo, desde ir a comprar tortillas hasta que aparezca alguien queriendo comprar anestesia, ¿Qué puedo hacer?: ¡Nada! La mentira quedó atrás, se vive el día como cualquier nativo de un cantón y mi vida está sostenida por una verdad y eso debe dar paz, alguna paz a mi alma. Los miedos son reales, todos tenemos miedos sin embargo me debo temer más a mí que a otros, debo respetarme para poder respetar a una comunidad que poco le importa mi fachada, mi ropa pasajera y lo único que desean es ser bien atendidos.

No soy nadie ni mucho menos  alguien que sea crea espectacular sin embargo es hermoso que el paciente pida que aun, de pie se le pueda atender, no piden locales astrales sino la verdad y aun con mis bajezas intento dormir en paz, esa paz que solo la da el buen actuar, caminar medio erguido y que nadie pueda decir algo adverso en cuanto al ejercicio de mi profesión; como hombre soy más malandrín que cualquiera pero de malandrines y malandrinas todos tenemos un poco o mucho. Duermo tranquilo, sirvo al mas necesitado.

*Médico salvadoreño

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