Por: Guillermo Alvarado.
Recientemente se conoció que el gobierno de Bolivia, encabezado por Luis Arce, devolvió al Fondo Monetario Internacional, FMI, un préstamo por 327 millones de dólares que había sido contratado por la administración golpista el año pasado y que afortunadamente no llegó a ser utilizado.
Se trata de un hecho muy poco frecuente y que por cierto no salió barato, porque hubo que pagar 24 millones por concepto de comisiones, intereses y otros gastos, pero a la larga valió la pena porque se consolida la soberanía económica del país sudamericano.
Los créditos que otorga el FMI van acompañados de una serie de compromisos como la inspección periódica de las cuentas nacionales, la apertura de mercados a intereses foráneos, la reducción de gastos de interés social y el fortalecimiento del sector privado.
El gesto del ejecutivo boliviano está, además, a contrapelo de una peligrosa tendencia en el mundo de hoy, donde gobiernos, empresas y personas contraen cantidades asombrosas de deudas, que rebasan su capacidad de pagar.
De acuerdo con un informe emitido por Instituto Internacional de Finanzas, la deuda global es de 281 billones de dólares, según la notación europea en la cual un billón equivale a un millón de millones.
Esa asombrosa cifra equivale al 355 por ciento del Producto Interno Bruto mundial, lo que significa que por cada dólar que se produce se deben casi cuatro, lo que no sólo es irracional, sino impagable.
La situación ha llegado al colmo que una buena parte de los fondos que se contratan con corporaciones privadas o entidades multilaterales de crédito, como el FMI o el Banco Mundial, no son para generar desarrollo social o crear infraestructura, sino para cumplir obligaciones a punto de vencer.
Es la clásica serpiente que se muerde la cola o, dicho de otra manera, un círculo vicioso casi imposible de romper.
La pandemia de covid-19 vino a empeorar las cosas porque los créditos se abarataron y todo el mundo corrió a buscar dinero, de tal manera que en 2020 la deuda mundial creció en 24 billones de dólares.
Ahora el problema es ¿cómo pagar si hay importantes sectores de la economía que están paralizados total o parcialmente, como la construcción, el turismo, los servicios o el transporte aéreo, que es vital para el comercio internacional?
Los países pobres, por supuesto, tienen mucho menos posibilidades de hacer frente a los compromisos, contratados muchas veces por los gobiernos sin consultar con su pueblo, que casi nunca se beneficia de manera concreta por esta irresponsable hipoteca del presente y del futuro, si acaso en estas condiciones se puede hablar de un futuro.
Editado por Maite González Martínez