La pandemia del Covid-19, además de muerte y miedo, deja en España una estela de pobreza, hambre y desesperanza. Una realidad que tiene su cara más cruda, y al mismo tiempo la más real, en las llamadas “colas del hambre”, que se ven en la mayoría de los barrios de las grandes ciudades y en los que hay cada vez más gente que tiene que acudir a la beneficencia para llevarse un trozo de comida o un vaso de leche a la boca. Los datos son estremecedores: en un día se dan alrededor de 70 mil kilogramos de comida, con la que se alimentan más de un millón 600 mil personas que viven en el umbral de la pobreza.
Carlos Linares es un madrileño de 47 años que hasta marzo de 2020 trabajaba de mesero en un restaurante del centro de la ciudad, a los que suelen acudir los millones de turistas que dejaron de visitar España. Tiene tres hijos, el mayor de cinco años y la más pequeña de dos, y en menos de un año perdió su casa, su empleo y se quedó sin ahorros. Ahora vive, junto a su esposa y sus hijos, en un departamento que le ofreció la asistencia pública del Ayuntamiento, pero su situación es desesperada y cada dos o tres días tiene que hacer las largas filas que se forman en la sede de la Federación Española de Banco de Alimentos (Fesbal) en su barrio, Tetuán, para poder comer.
“No me había visto así en la vida, si no de qué iba yo a tener tres hijos. Si yo estaba bien, pero me dio un vuelco la vida que todavía no me lo creo. Al principio te da vergüenza ir a pedir alimentos para comer, sinceramente sí da vergüenza, pero estamos desesperados. Es muy duro verte así, pero es lo que hay que hacer si no quieres ir a buscar comida a la basura o a cualquier otro sitio”, explicó a La Jornada.
España vive una situación crítica, quizá la peor en décadas, con una tasa de desempleo que ya supera 17 por ciento de la población activa, que se traduce en cuatro millones de personas sin trabajo. A ellos hay que añadir un millón de trabajadores que se encuentran en un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE), que es una fórmula que combina los recursos públicos y los privados para mantener las fuentes de trabajo mientras las empresas están cerradas. El problema que hay con el cobro de los ERTE –que es aproximadamente 80 por ciento del salario que percibía hasta entonces– es que hay tal nivel de colapso en la administración pública central, que depende del Ministerio del Trabajo, que muchos todavía no han cobrado nada. Se calcula que alrededor de una tercera parte de los trabajadores que entraron en ERTE, en marzo de 2020, aún no han cobrado su salario. Lo que se traduce en más drama social, más pobreza, más hambre y más gente en las “colas del hambre”.
Lucía Cantú tiene 47 años, trabajó casi 20 años de peluquera, tiene cinco hijos y su esposa, quien todavía conserva el empleo, pero tiene un salario bajo. Así que para comer también tiene que hacer algo que nunca en su vida se imaginó: hacer fila para recibir un paquete de arroz, de pasta, un litro de leche o unos garbanzos.
“Nunca hemos estado como para tirar cohetes, pero íbamos tirando más o menos. Nunca habíamos estado en esta situación. En la vida nos habríamos imaginado algo así. Así que le pido a los políticos que piensen en las familias que estamos sin comer y que estamos desesperadas.”
Al drama del desempleo y de los problemas para cobrar los ERTE de la administración pública, se suma, para mayor desesperanza de las miles de personas que se han ido quedando sin alternativas, la ausencia de medidas concretas del gobierno para atender sus necesidades más urgentes.
El actual gobierno, del socialista Pedro Sánchez, quien preside la coalición con Unidas Podemos (UP), anunció como su medida estrella para servir de dique social de la pobreza la aprobación de un “ingreso mínimo vital” universal, que estaría destinado para que las personas sin trabajo tuvieran al menos un dinero fijo al mes como salvavidas, pero de nuevo la mayoría de la gente que lo solicita se topa con el colapso de la administración pública y, lo más grave, con unos requisitos que hacen prácticamente imposible cobrar la ayuda. De hecho del total de solicitantes de la prestación se calcula que menos de un 10 por ciento la recibe, lo que se traduce en más personas pasando frío en las calles para recibir alimentos.
Los datos son elocuentes, según los informes del Fesbal, que es donde se agrupan todas las organizaciones y voluntarios que entregan comida a las personas más necesitadas: actualmente reciben esta ayuda alrededor de un millón 630 mil personas, lo que representa casi un millón más que antes del inicio de la pandemia. Desde la plataforma explicaron que la situación se ha visto “extraordinariamente agravada, aunque gracias a campañas como la Operación frío y La gran recogida de alimentos tenemos un respiro, ya que esas grandes recaudaciones permiten mantener existencias al menos durante los cuatro primeros meses de 2021”.
Vladimir García es un ecuatoriano de 45 años que desde que emigró a España ha tenido trabajo; primero de obrero en el sector de la construcción y después se afianzó en una empresa de cristales y espejos, que cerró por la crisis de la pandemia. “Miro hacia atrás y todavía no me creo lo que me está pasando. Todavía fuerza y ánimo para resistir, pero cada vez menos. Hay que ver qué pasa”.
Fuente: La Jornada