Por Luciano Troncoso
En estos tiempos de pandemia, como si de una Pasión se tratara (demasiado atingente a este tiempo pascual), el mal intenta ir de nubarrones la tierra. ¿El mal? Es mejor hablar de acciones, de personas, de instituciones que median a los ídolos de muerte, aquellos falsos dioses a los que se rinde el falso culto y profesan la anti-diakonia/servicio.
Como si estuviéramos viviendo una prolongada Semana Santa, el pueblo sencillo, el que sufre tanto odio a la vida, ha sido revestido de los ropajes del Siervo Sufriente de YHWH (cf. Is 52, 13 – 53, 12). Ha recibido los escupos, las patadas, el desprecio de los idólatras de Mammon. Son los que van a estar (o ya lo están) enfermos, contagiados, muriendo. Son los que deben tomar, por obligación, atestadas micros, llenas de también crucificados, a llenar los bolsillos y el goce de los más acaudalados, los que proclaman al viento ser pro-vidas. Pro-vidas de los peones descartables, reemplazables, que pueden ser entregados como ofrendas de muerte a Moloc.
Dentro de esta tragedia, de este Pathos del pueblo sencillo, resuena en mí las palabras de Jon Sobrino sj, las cuales he leído en el capítulo elaborado por el, llamado «El Crucificado», en el texto 10 Palabras claves sobre Jesús de Nazaret (Verbo Divino, Estella 1999): «¿Qué luz trae hoy el pueblo crucificado? Ante todo, su realidad crucificada es lo que puede – y, a la postre, lo único que puede – desenmascarar la mentira con la que se encubre la realidad de este mundo y muestra así la verdad».
Es este pueblo sufriente, crucificado, los que son capaces de sacar las máscaras de la mentira. Son estos rostros (Panim en hebreo, prosopon en griego) los que se revelan ante el otro, como provocación y como justicia. Son la alteridad de otro sistema posible (Dussel). Este pueblo es el que, en sus rostros (el de verdad, considerando que prosopon también es «máscara»), muestran, más que demuestran, la muerte, las mentiras de quienes gobiernan desde la normalidad (de la ontología [del] dominante) y desde la paz (del sistema, del cementerio). Pueblo en cruz, es la exterioridad del sistema, lo que denuncia la mentira de los mediadores y las mediaciones de muerte. Son la verdadera transparencia sin más cubierta que la vida rota, los que no tienen más que perder que las cadenas de lo malo (no es la transparencia como exposición vacía y voyerista del liberalismo/neoliberalismo; Byung Chul Han).
Es pueblo de amor, de esperanza porfiada, de perdón (capaces de romper, en justicia, la espiral del odio, para conversión de los captores, tanto los Pilatos como los Caifás). Son crucificados que llevan la solidaridad a niveles de desborde, de exacerbación no enferma, sino sanadora. Son un modelo de Iglesia, que la misma debe ver, sentir (padecer, de pathos), para entrar en la tan necesaria conversión. Son miles de rostros, un rostro: el de Jesús el Nazareno.
En definitiva, el pueblo que hoy muere en hospitales, en casas, los descartados (ancianos, pobres, niños…) son los que sacan la máscara de la mentira y manifiestan la verdad de la muerte absurda y, a la vez, la victoria de la Resurrección, cuyo paradigma demoledor es Jesús de Nazaret. Son vida en abundancia, para conversión y radical cambio hacia una sociedad de justicia, de pan compartido y fiesta sincera de verdad. Es la ética eucarística, la del nvtram, la que necesitamos con urgencia, ya que han sido desvelados los hacedores de maldad que, insisto, no son una abstracción. Son concreciones, son nombres, son carne al servicio de ídolos de muerte y corrupción.
Jesús y el pueblo hoy están colgando de una virulenta cruz (la del COVID-19 y la de la ira de los tecnócratas/sacerdotes de Mammon). Hoy nos toca ver la verdad, el rostro que protesta como amor doliente, para así cargar con la realidad y cambiarla. Como una verdadera Pascua.
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