CARTA A MI PADRE EN EL DÍA DEL PADRE

Por Prof. Mario Juárez.

Han pasado los años, y mis canas y arrugas hoy lo atestiguan. Pasaron los días en que yo, adolescente, pasaba las horas luchando con mi identidad, recogiendo mieles y hieles de esa etapa, y que tú me esperabas con el café y pan para compartirlo conmigo por las tardes.

Siempre me miraste como tu niño –así son ustedes, de mayores-, y cuando llegaba la Navidad, ibas a las tiendas de juguetes a comprarme algo, aunque sea para mi colección, porque sabías que yo me sentiría incompleto si en la mañana del día bendito, al lado de mis ropas y mis cosas, no encontrara un mono de cuerda, o uno de esos carritos impulsados a presión que avanzan con ruidos que presumen de estremecedores.

Si el vivir pudiera revertirse hasta los días de mi infancia, me gustaría que fuera hasta aquel cuando, vestido yo con pantaloneta roja y camisa blanca con estampado de Supermán, indagaba el mundo y descubría las respuestas de mis urgidas preguntas, mientras tú te proponías cargar conmigo hasta donde la vida diera.

Es verdad que nos hicimos tanto el bien el uno al otro. Nadie me conoció mejor que tú, ni nadie te conoció mejor que yo. En la medida de nuestras posibilidades, cada uno fue para el otro luz y aliento.

Reconozco también que alguna vez nos ocasionamos algunos problemas –la juventud es intemperante, y terca la mayoría de edad-; pero sé, seguramente que los tropiezos y obstáculos son lugares para que el amor ejerza su vocación de comprender y perdonar.

Me dijiste que un día como otro ibas a emprender el camino al Creador; que tu herencia no sería mucho, y quizá lo mejor que podrías dejarme eran los caminos que recorrimos juntos y el testimonio de que fuimos como instrumentos de Dios para hacer de nuestras vidas algo noble, útil, verdadero y valedero: lo mejor que hicimos durante el paso por la tierra.

Por otro lado, también me heredaste esa verdad que fui descubriendo a lo largo de estos años, que terminaría de entender cuando yo tendría un tiempo como el tuyo, y que sería mi horizonte cuando ejerciera como padre… Después de todo, la vida termina por devolverle a uno lo que uno le ha dado… Me dijiste que, con esa certeza en mi corazón, tendría yo ánimo para hacer de mis hijos lo que buenamente tú hiciste conmigo…

Ya no te escribo más. Sé que esta carta te llegará a donde te encuentres. Sólo déjame decirte que ahora cuando el gozo y el dolor trenzan nuestra tierra, te doy mi abrazo más solidario, y te pido perdón por las equivocaciones, que no faltaron.

Feliz día tuyo, padre.

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