Por: Francisco Parada Walsh*
Nuevamente la grandeza del ser humano toca a mi puerta, a mi gente, a mis pacientes. El día martes recibí una llamada telefónica de un Amigo que me dice que otro Amigo ha enviado específicamente a mi persona un donativo de medicamentos. Ayer mismo me apersoné a traer ese divino donativo y regia bendición, son cuatro cajas selladas de medicamentos y una caja de diferentes medicinas que son y serán de gran ayuda para ese paciente invisible que atiendo. ¿Cómo puede un padre de familia costearse una consulta con un especialista o sub especialista si apenas gana ocho dólares salvadoreños al día? ¡Es un imposible! Por lo tanto debo desmarañar esa madeja para que el paciente se lleve lo mejor con apenas unos pesos gastados; desde que los traje a mi clínica, ya en el camino empecé a entregar medicamentos a mis vecinos, a las familias más pobres que el pobre; no puedo tomar algo que un Ángel me envía y sacarle lucro pues ya fallé en esa cadena de milagros, perdí el rumbo por unos dólares más y la razón de ese donativo quedó en mi bolsillo cuando es para paliar a las familias más necesitadas, más necesitadas.
¡Qué alegría recibir esas sorpresas! Mi sueño es que esta solidaridad y compasión por mi gente crezca, crezca, crezca; que nada detenga la gracia de Dios plasmada en medicamentos; lo que admiro con todo mi corazón es que un colega se tome la molestia para dirigir su mirada a mi montaña, eso no es común en una sociedad que pierde día a día el tejido social y que sea el Dr. Ricardo Alejandro Patiño Ruiz, un reconocido otorrinolaringólogo quien dedique tiempo y cariño para pensar y enviar tal donativo, eso ¡No tiene precio! Esa caridad para los niños y los pobres es el Cielo en la tierra donde ángeles revolotean sus alas y desde la altura ven las necesidades de mi gente.
Una de mis grandes felicidades es dar más de lo que uno cree que el paciente merece, en un mundo donde las apariencias deciden el rumbo de las relaciones humanas no puedo enmarcar a un paciente por su pobreza o riqueza, al contrario, muy al contrario, es en aquel que sé que tiene una vida adversa volcar todo mi ser y mi fuerzas para darle más de lo que él cree que merece ¡Si merece lo mejor! Y esta apreciación personal es lo que compartimos con el colega Dr. Ricardo Alejandro Patiño Ruiz que con sus Divinas Manos manda lo mejor a mi gente.
Soy afortunado, muchísimo de lo que sucede a mi alrededor es el servir a mi prójimo y poder conjugar ese infinitivo verbo: El, Ella, Nosotros, Aquellos y dejar a un lado el “yo” que tanto estragos causa en el mundo.
¿Cómo fuera este país si imitáramos lo mejor de nuestra gente? ¿Cómo fuéramos? Sin duda alguna esta nación sería el sueño de todos y no la pesadilla que toca vivir y nuevamente recalco que, El Salvador no necesita siete millones de Dr. Ricardo Alejandro Patiño Ruiz, con uno por cada cien mil habitantes; SETENTA Dr. Ricardo Alejandro Patiño Ruiz este país sería un paisaje de amor. Nuevamente Dios se manifiesta disfrazado de médico y como dice la Biblia: Setenta veces siete debemos perdonar a quien nos ha causado un daño y como el destino es mágico, también debemos amar setenta veces siete a nuestro prójimo y a nuestros pacientes. Son los preferidos de Dios los que se visten de gala: Los niños, los pobres y los Ancianos; aquí serviré a los preferidos de Dios.
Mientras entregaba unos medicamentos a un buen hombre que tiene dos hijos, su agradecimiento y esa sonrisa de no entender por qué le estoy regalando algo no lo puedo olvidar, no; esas caras surcadas por largas horas de trabajo donde cada arruga habla por el sol que curte esa piel, por el hambre aguantada, por la cultivada fallida me dicen que esa sonrisa es el regalo más bello que puedo recibir. Gracias Señor, gracias Dr. Ricardo Alejandro Patiño Ruiz por hacer de este mundo, un mejor lugar.
*Médico salvadoreño