«Durante años, la ciencia relegó al amor a un instinto básico, casi como una adicción que no tiene cualida¬des que la compensen». Así lo dice Stephanie Caciop¬po, una neurocientífica de la Universidad de Chicago que ha dedicado buena parte de su carrera a mapear las interacciones que provoca el amor en el cerebro.
Con el uso de escaneos cerebrales, la doctora recopi¬ló datos que sugieren que enamorarse activa no solo el cerebro emocional, sino las regiones involucradas con actividades intelectuales y de cognición de alto nivel. Eso significa que es posible que el amor tenga una función real, además de conectar, emocional¬mente, a las personas.
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