Quizá la edad me ha convertido en una persona tan sencilla, evito al hombre, lo evito; busco los parajes más solitarios, me siguen seis perros y en ocasiones van tres gatos; sé cómo debo interactuar con ellos y por eso prefiero a mis amigos que al hombre.
Por: Francisco Parada Walsh*
Esa caminata es como que Dios me diera otro día más de vida, debo ver su magnificencia en la tierra, en las flores, en el canto del pajarillo; todos deseamos amar a alguien con pasión, con esa fruición enajenada que pensamos que solo la amada es quien nos dará el hálito de vida, no me imagino decirle a una begonia que por más que intentó esconderse en lo más alto de mi montaña ¡Te amo begonia, muero por ti! Y esa es mi historia, amar a las plantas y sé que ellas, con disimulo saben que mi trato para ellas será basado en el amor más puro.
Las envidio, a los lejos veo una orquídea que viste sus mejores galas y mientras camino para llegar a ella me dice: “Francisco, siempre andrajoso, arréglate, luce tus mejores galas, mírame, no dejo mi mejor traje para mañana, pero ustedes los humanos, creyendo en un futuro incierto y huraño dejan todo para mañana, vive el presente”; quise disimular mi enfado pero no pude, la molestia en mi rostro era notoria, que una orquídea me dijera tal verdad me irritó pero le daba la razón, en eso me interrumpe una bellísima heliconia “Vienes a arrancarnos de tajo, ese maldito ego de tener todo, de no valorar nada y atesorar todo lo que puedas”, mi enfado iba en aumento pero sabía que lo que me decían era verdad, la más pura verdad.
Solo pude ver una mirada no sé si de asombro entre la heliconia y la orquídea, quizá fue una mirada cómplice; como pude intenté subirme a un altísimo árbol, sé que una caída de tal altura sería mortal, sin embargo acariciar una orquídea es para mí encontrar el Santo Grial, con esfuerzo logré llegar a ella, su color amarillo y los hermosos gajos de flores me hizo pensar que mis amigas orquídeas no se quedan con nada, a diferencia mía, que no doy nada y lo quiero todo.
Sé que caerme del cielo es morir y quizá no morir sino que sería una dicha enorme, un privilegio volar por segundos y gritar con todas mis fuerzas ¡Te amo orquídea!, algo parecido al enamorado que llega en silencio a ver a su amada, sube por una escalera, no le importa el riesgo, lo único que desea es abrazar a su amada, lo mismo me pasa, no creo que haya dolor en una muerte mágica donde la asesina sea una orquídea que me llama, capta mi atención, la busco, la tengo en mis manos y caigo al vacío, prefiero esa muerte a morir en este silencio y en esta inacción que mata mi alma, prefiero abrazar a la heliconia y morir con ella en mis brazos; quizá los únicos testigos de mi viaje serán mis perros y gatos que, saben que mientras converso con mis amigas plantas, soy inmensamente feliz, demasiado feliz.
El miedo a la muerte es inherente a nuestra cultura, por un lado tengo a un diablo que me espera por pecador cuando discrepo con él pues creo que entre más he jodido en mi vida, mi recompensa en su averno debe ser el goce total, sin embargo todos los humanos deberíamos siquiera pensar en qué forma deseamos morir pero tenemos miedo
Quizá por saber que debo ser alimento de esas orquídeas es que las amo tanto, tantísimo y en saber que resucitaré en una rosa, en un lirio me da paz; así como he obtenido mis momentos más felices de mis viajes en búsqueda de la magia de las plantas, sé que debo regresar a esa tierra, a ese polvo que me creó y no tengo reparo alguno.
Y aún, la planta más bella tiene los secretos más oscuros que harían que el inframundo se ruborice. No me imaginó al juez dirigiéndose a mi amiga orquídea: “Se le acusa de darle vida a un muerto que creyó que podía volar, será condenada a lucir sus mejores galas”.
*Médico salvadoreño