El cerebro reptil y la adicción al poder van siempre de la mano. Son personalidades regidas por las emociones más primitivas, las más agresivas y faltas de empatía, ahí donde solo respira el placer de la dominación y la preocupación por uno mismo. En sus mentes no existe el autocontrol, y menos aún menos la consideración por los demás.
Fue Paul D. MacLean quien en 1952 propuso su teoría evolutiva del cerebro triúnico para explicar los procesos emocionales y sus cambios a lo largo de nuestra evolución como especie. Según el célebre psiquiatra y neurocientífico, el ser humano sigue conservando a día de hoy esas tres estructuras básicas: un cerebro reptil, el sistema límbico y un cerebro más nuevo y complejo responsable de las funciones superiores, el neocórtex.
Si bien es cierto que los neurólogos están de acuerdo con esta concepción que alude a la evolución biológica de nuestro cerebro, no es menos cierto que se muestran escépticos ante la idea de un cerebro “fragmentado” y falto de armonía. Piensan que defender esta última conceptualización sería como defender esa distinción radical y casi obsesiva entre el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo que tan de moda ha estado durante algunos años.
Hemos de ver el cerebro humano como un todo, de otra manera nos equivocaremos. No es un puzzle, sino un órgano con determinadas áreas especializadas que se conectan unas con las otras para ejecutar determinadas funciones en conjunto, como un equipo eficaz y siempre perfecto. Ahora bien, en ocasiones, eso sí, puede destacar la activación de una parte, en especial si hablamos de emociones.
El cerebro reptil y nuestras decisiones irracionales
Hemos hablado ya de que existe un tipo de personalidad muy concreta que se deja guiar en exclusiva por el cerebro reptil: los que son adictos a la territorialidad, al control, la dominación o incluso la agresión. ¿Quiere decir esto que el resto de personas tienen “desconectada” esa área profunda, íntima y atávica de nuestro cerebro?
En absoluto, y de esto saben mucho los expertos en neuromárketing. Ese cerebro reptil, ese viejo y oscuro compañero, controla también muchas de nuestras funciones básicas, de nuestros instintos. De hecho, tareas como la respiración o la sensación de hambre y la sed están bajo su control, así como esas emociones más primitivas como el deseo, el sexo, el poder o incluso la violencia como medio de supervivencia.
La industria de la publicidad sabe bien que el ser humano se rige casi siempre por el cerebro reptil a la hora de decantarse por un producto u otro. La mayoría de las veces, al sacar nuestra tarjeta de crédito buscamos saciar nuestros deseos, nuestros instintos, necesidades y placeres.
El fumador, por ejemplo, seguirá comprando tabaco aun sabiendo que puede morir, y lo hará simplemente porque necesita saciar su adicción. En estos casos, el neocórtex, el cerebro más lógico, no tiene voz ni voto. Tanto es así que los expertos en neuromárketing saben que su poder de decisión en estos casos no supera el 20%.