–Sí, soy ella… – La casualidad de un viaje me llevó a conversar con la señora de cabello ceniciento, casi plateado, durante más de una hora sobre bueyes perdidos, claro que en este caso todos esos bueyes tenían que ver con Jorge Luis Borges.
Por: Marcelo Valko
Dada mi obsesión por la puntualidad y sobre todo durante los viajes suelo llegar con bastante antelación. El hall de Aeroparque reservado para pequeñas compañías aéreas tenía poca gente y el mostrador de Sol Líneas Aéreas aun no estaba habilitado. Sentada en el barcito próximo a la ventanilla de la aerolínea observo una señora vestida con tonos claros que me recuerda a alguien. Ocupo otra mesa, el tiempo pasa y el embarque se demora. La miro de reojo y la encuentro muy parecida a María Kodama, casi una doble. Cuando aparece una empleada de Sol ambos nos acercamos a la ventanilla y nos informa que el vuelo tiene un pequeño retraso. Escucho que la señora vestida con sobria elegancia tiene que estar en Santa Fe a las 19 para dar una conferencia. La empleada sonríe con cara de circunstancia. En ese momento la encontré aún más parecida. De regreso a nuestras mesitas la saludo y le pregunto:
–Sí, soy ella… – responde con una salida muy borgeana y una mínima sonrisa.
La demora que al final no fue para tanto ya que el piloto como alguna otra vez pude constatar, durante el vuelo “metió pata” y recuperó tiempo, me brindó una de esas sorpresas memorables. De chico tuve el privilegio que Sábato me invitara varias veces a su casa de Santos Lugares a raíz de unos poemas que hoy tengo bien ocultos. Como cualquier lector, me hubiese gustado conocer a Cortázar y desde luego a Borges. Y ese fortuito encuentro con Kodama era casi como estar con el autor de Las ruinas circulares. A poco de iniciada la conversación advertí la devoción que profesaba por el escritor. Ella, albacea de su obra, viajaba para dar una conferencia sobre los primeros libros de poemas con el hombre con quien se había casado pocos meses antes de su muerte. Sabía por algún reportaje que Jorge Luis le había propuesto matrimonio más de una vez, pero ella decía que no estaba hecha para esa palabra, como años después aseguró que “viuda no va conmigo”. La comprendo, ya que cuando mi hija se casó, dije en el Registro Civil que nunca seré el “suegro” de Lautaro compañero de Ayelén a quien quiero como un hijo. Era evidente que María no solo estaba habituada a hablar de él, sino que lo apasionaba. En ese momento en que tropezamos en Aeroparque, octubre de 2015 ella tenía 78 años, dijo que arrastraba algunos achaques “que no eran para tanto”, aunque es evidente que su ascendencia japonesa la predisponía al estoicismo me pareció que llevaba muy bien su edad.
Como cualquiera en esas circunstancias, hablamos de lo fastidioso que resultan las demoras y la impuntualidad en general. Sin embargo ambos coincidimos que es un placer abordar uno de esos pequeños aviones como los que utiliza la aerolínea Sol, un modelo SAAB 340 de unas treinta plazas con dos turbohélices que tornan el viaje tan casero como aventurero. En Bolivia e incluso en Perú más de una vez tomé uno de esos aviones plateados de dos motores que aparecen en las películas de exploradores. Teníamos asientos separados y viajaba poca gente. Se ve que estaba a gusto con nuestra conversación ya que finalmente nos sentamos juntos, ella del lado de la ventana. Le gustó que yo recordara alguna de las kenningar islandesas que menciona Borges. Le comenté que de muy chico las había leído y memorizado unas cuantas. Le comenté que cuando a comienzo de los ´70 vivimos en la selva paraguaya frente a Brasil, un colega de mi padre que había viajado a Buenos Aires me trajo de regalo las Obras Completas. Una primera edición de EMECE en papel biblia. Antes de cumplir quince lo había devorado por completo y me había perdido en laberintos de arena, mirado en espejos incomprensibles, viajado a sitios de nombres que desconocía e incluso acabar abrumado con la desventura de la prodigiosa memoria de Funes o el cansancio de aquel legionario inmortal. Evidentemente María, custodia de la obra de Borges conocía las distintas ediciones como la palma de la mano, sonrió y agrego “¡es una impresión hermosa!”. Pero lo que más la entusiasmó fue hablar de aquel viaje en globo aerostático que hicieron ambos aquella mañana californiana. Cuando lo mencioné sus ojos se iluminaron y fue un torbellino de palabras. Sentada en la butaca del pequeño avión, Kodama regresó al vuelo que se elevó en el Valle del desierto de Napa que pese a durar menos de una hora, fue imborrable. Borges aseguró en el libro Atlas sobre sus viajes escrito en conjunto con María que el avión no se parece en nada a volar en globo. Un trayecto en avión linda con el tedio, es un encierro, en cambio en la canasta del globo se siente el viento, los pájaros, el desplazamiento. Aquel hombre de la biblioteca infinita, el que aseguró “muchas cosas he leído y pocas he vivido” estaba volando. Le comenté que hace unos años yo también hice un vuelo en globo. Y si, es verdad, coincido en esa cuestión de sentirse vecino de las águilas, compañeros del sol, hay algo de la demencia de Icarus al estar por encima del mundo y del tiempo. O como aquel poema de Octavio Paz: “águila o sol”. Vaya a saber por qué, no le aclaré que el viaje en globo que realicé en Berlín era una atracción turística que lo elevan sujeto por tensores de acero a unos cien metros para ver la ciudad durante unos quince minutos para luego descender lentamente, pero que me permitió captar esa sensación de vértigo que da la libertad de las aves.
Al llegar al aeropuerto de Sauce Viejo nos separamos, ella se quedaba en Santa Fe para su conferencia y a mí me buscaban para cruzar a Paraná para mi charla la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Entre Ríos sobre Pedagogía de la Desmemoria. Cuando me preguntó por mi tema, lo escuchó entrecerrando sus ojos diminutos como si le estaría hablando de algo muy lejano e incomprensible. No la culpo, le pasa amucha gente. Me basta saber que Borges se arrepintió profundamente de aquel almuerzo al comienzo de la Dictadura de Videla. Agrego algo más. Pocos meses después, a comienzo de 2016, Isela Constantini la interventora de Aerolíneas Argentinas puesta por el flamante gobierno de Macri rescindió el contrato con Sol y la llevó a la quiebra con la pérdida de 300 puestos de trabajo.
La vorágine de los días y los meses hizo a un lado aquel lindo encuentro. La definitiva muerte es un cachetazo que despabila a cualquiera y su golpe siempre afrentoso me arrojó al bar de siempre para escribir esto. Nunca más la volví a ver, ni a estar tan cerca de aquel absoluto Maestro de la palabra. http://marcelovalko.com Es lento pero viene…