El camino de nuestros mártires

Una vez más cae la fecha del aniversario de los mártires de la UCA en jueves, el mismo día de la semana en que fueron asesinados. La fuerza y la intensidad de los seis jesuitas, Elba y Celina tratamos de mantenerlas en nuestras vidas recordando la entrega generosa de quienes se sacrificaron por la pacificación de El Salvador en guerra y por la justicia social y los derechos humanos. Su recuerdo se vuelve especialmente importante en un momento en el que el liderazgo político usa la palabra “guerra” para combatir la delincuencia.

Una mala selección del lenguaje, porque la guerra, todos lo sabemos y lo vemos en Gaza y Ucrania, siempre produce víctimas inocentes en grandes cantidades. El término “guerra” se debe desterrar del lenguaje, especialmente cuando se habla de resolver conflictos entre seres humanos.

Los valores y virtudes que nos dejaron los mártires en herencia son caminos de racionalidad y cristiandad. A la violencia no se le pone fin matando al violento, sino tratando de reintroducirlo a una relación humana cordial. La paz siempre tiene más valor que la guerra, y por eso mismo dialogar es más importante que matar. Emplear el dinero en desarrollo es más importante que gastarlo en armamento. Lograr acuerdos de bien común con la oposición política y con la sociedad civil resulta mucho más productivo que insultar al adversario, desacreditar al opositor e impulsar campañas de odio contra quienes difieren del pensamiento oficial. Nuestros mártires mantenían siempre la racionalidad de sus propuestas, servían a las personas generosamente, resistían los insultos y amenazas de los violentos, y se ofrecían para mediar en los conflictos y colaborar en la búsqueda de soluciones amistosas. Eran personas con espíritu, siempre dispuestas a acompañar a los que sufren violaciones en sus derechos, a defender a los débiles y a comprometerse con las causas de los pobres que buscan la liberación de las estructuras o las situaciones que los oprimen.

Hoy no es fácil seguir el camino de racionalidad, inteligencia y servicio a la realidad y a los pobres. El mundo cae con facilidad en la locura del poder, del olvido de los excluidos y de las guerras. Si se entregara a un fondo de desarrollo el 10% de todo lo que en 2022 se gastó en el mundo en inversión militar, la suma equivaldría a 240 mil millones de dólares. Pero la idolatría del poder desprecia a quienes insisten en frenar la locura armamentista. Los regímenes autoritarios se dan el lujo de burlarse de quienes buscan respetar las leyes y los tratados de derechos humanos. A pesar de ser El Salvador un país especialmente expuesto a los efectos devastadores del cambio climático, se rechaza los acuerdos medioambientales y se apoya a quienes destruyen la naturaleza para construir en terrenos que debían protegerse. La superficialidad reina; prueba de ello es que se publicita como un avance la celebración de un concurso de belleza organizado por una empresa en quiebra.

Pero precisamente lo que nos enseñaron los mártires es a resistir, a tener conciencia crítica y a permanecer pensando, escribiendo y hablando en defensa de la igual dignidad de todos los seres humanos. Nos llaman a trabajar en favor de una nueva civilización en la que no sea el capital, sino el trabajo, la fuente del desarrollo personal y social, y en la que la política sea más lugar de encuentro en la búsqueda del bien común que propaganda superficial y estéril, envenenada con lenguaje de odio hacia quien no baja la cabeza ante el poder. Seguir a los mártires es un camino seguro de desarrollo humano y de civilización humanista y humanizadora. (Editorial UCA)

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