El Salvador no está solo en su bajada al autoritarismo y al culto a la personalidad de un aprendiz de dictador. Por primera vez en más de dos décadas, el mundo tiene más autocracias cerradas que democracias plenas. El 72% de la población mundial, es decir, 5 mil 700 millones de personas, vivieron en países regidos por autoritarismos durante el año 2022.
La receta para el autoritarismo no es muy complicada. El venezolano Moisés Naim la llama la “receta de la triple P”. La primera “P” es del populismo. El gobernante identifica dos bandos. En un lado ubica al pueblo humillado, engañado, siempre explotado y nunca escuchado. En el otro lado, a los que lo han humillado, los que han gobernado antes. Todos los males vienen de este segundo grupo y el gobernante se autoproclama defensor y redentor del pueblo.
De lo anterior se desprende la polarización, la segunda “P”. El autócrata divide al país en dos polos opuestos. A los otros políticos se les demoniza, se les culpa de todo. Para el gobernante solo hay dos posibilidades: o se está a su favor, o en su contra. Y exige lealtad absoluta. Él puede violar cualquier norma y cometer abusos sin que ello le implique perder el apoyo de sus seguidores fanatizados, pues confían en él. Aristóteles sostenía que cuando un monarca deja de gobernar para el bien común y lo hace para su propio beneficio y el de los suyos, se convierte en un tirano y su gobierno se vuelve despótico.
La tercera “P” se refiere a la posverdad. El gobernante crea realidades ficticias y sus seguidores creen fervorosamente en ellas. Así, la mentira y la desinformación se convierten en sus mecanismos diarios de comunicación, utilizándolas para orientar las preferencias ciudadanas, atizar la división y reforzar su apoyo. Dos ejemplos: según The Washington Post, Donald Trump dijo más de 30 mil falsedades desde el 20 de enero de 2017, cuando tomó posesión, hasta el 12 de enero de 2021; por su parte, Andrés Manuel López Obrador, presidente mexicano, vertió en sus conferencias matutinas 86 mil 917 declaraciones falsas, engañosas o incomprobables.
Es esta una época de antipolítica. La gente no cree en los partidos políticos tradicionales porque, lejos de resolver los problemas de las mayorías, se han dedicado a medrar a la sombra del poder, instrumentalizando el Estado a su favor. La crisis de los partidos políticos tradicionales tiene una de sus expresiones más recientes en la elección de Javier Milei, en Argentina. Los autócratas populistas recogen los clamores de la gente y canalizan el descontento con un lenguaje que conecta con las mayorías. Gobiernan sin contrapesos que los controlen, entregándose a un ejercicio salvaje del poder. Este tipo de gobernantes apelan a las pasiones y emociones, no a la razón. Y esa sinrazón y ese poder total los llevan a la intolerancia contra cualquier voz que no se someta a sus designios. Nicaragua ilustra a cabalidad los resultados y consecuencias del autoritarismo y, en este sentido, es una buena ventana en la cual avizorar el destino de nuestro país.