Las elecciones municipales y del Parlacen, realizadas el domingo 3 de marzo, tuvieron menos incidentes que las presidenciales y legislativas. Sin embargo, sufrieron un fuerte descenso en la afluencia de votantes; prácticamente acudió a las urnas solamente el 30% de las personas censadas.
Por: José María Tojeira, SJ
Al analizar la escasez de votantes se puede decir que no es extraño que haya más personas con deseo de participar en las elecciones presidenciales que en las municipales. Pero el hecho de que se haya registrado la más alta abstención de los últimos 20 años nos dice algo más que el “es normal” al que acuden algunos. La desorganización y mal funcionamiento del Tribuna Supremo Electoral en las primeras elecciones tuvo sin duda algo que ver en el desánimo ciudadano, a pesar de que en las elecciones municipales se deciden temas de importancia muy concreta para la gente.
Además de la incapacidad y el desorden del Tribunal, hay otros factores interesantes. La centralización del poder ha impulsado la idea de que solo el gobierno central es operativo y que, por tanto, las elecciones municipales son insustanciales. Concentrar el antiguo Fodes en una agencia del gobierno central hace pensar a algunos que si se logra tener a la Presidencia en buena relación con una alcaldía concreta será más fácil tener acceso a los fondos de financiamiento para proyectos municipales. La ganadora de la alcaldía de La Libertad este sabe eso y dedicó tras su triunfo unas palabras de cariñosa amistad al presidente, a pesar de pertenecer a un partido de oposición.
Hay también en la baja participación una señal de que las cosas no caminan en el día a día del ciudadano, habitante de municipios en el que todo el mundo se conoce. La mala gestión de algunos alcaldes del partido en el poder era evidente y la nueva distribución municipal desorientaba a la hora de elegir. La reducción de municipios y el aumento de territorio deja al votante en una situación de pérdida de referencias personales. Crea un cierto malestar, porque resulta más fácil que solo los poderosos compitan, con frecuencia desconocedores de los problemas del municipio más pequeño absorbido en una estructura a veces notablemente más grande.
Y finalmente tenemos que ver la ausencia de votantes como una aviso. Hay descontento. Y el descontento municipal puede convertirse en descontento nacional si la nueva organización de los municipios no resulta más operativa que la anterior. El descontento puede motivar la ausencia de votos, pero puede también, en determinadas situaciones, convertirse en aliciente para votar en contra del poder. Las elecciones municipales han demostrado que la situación del país no despierta el mismo entusiasmo que levanta el presidente. Aun con todos los éxitos conseguidos, sería inteligente dialogar un poco más con la sociedad civil y escuchar las críticas a la situación que vive El Salvador.