La encrucijada energética que vive el mundo impone encontrar alternativas a los combustibles fósiles. El precio del petróleo sigue al alza, por lo que los costos de la energía que se produce con él son cada vez más altos.
Además, el aumento de la temperatura y los estragos de las sequías y las inundaciones se generalizan sin que el concierto de naciones sea capaz de cumplir las metas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero contempladas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Urge, pues, encontrar modos de producción energética que no dependan de los combustibles fósiles.
Hasta el momento, hay dos caminos disponibles: la energía nuclear y las energías renovables. Para algunos, la energía nuclear es la mejor opción porque produce cantidades mínimas de gases de efecto invernadero y, por tanto, tiene un bajo impacto ambiental. Sin embargo, la energía nuclear crea residuos muy peligrosos para la salud humana y para el medioambiente. Cuando se produce un accidente en una planta nuclear, los efectos radioactivos pueden durar desde decenas hasta miles de años, y dejar inutilizables regiones enteras por la radiación. En dosis altas, la radiación ionizante tiene un efecto instantáneo en el cuerpo humano, produciendo enfermedades agudas y la muerte; en dosis más pequeñas, causa enfermedades cardiovasculares, cataratas y cáncer.
El accidente en 1986 en la planta nuclear de Chernóbil, al norte de Ucrania, contaminó un área mayor al territorio de Nicaragua, el país más grande de Centroamérica; pasarán cientos de años antes de que la radiación deje de ser nociva en la zona. En Fukushima, Japón, el 11 de marzo de 2011, un tsunami a raíz de un potente terremoto inundó la planta nuclear de la localidad, causando que explotara.
160 mil personas fueron evacuadas. 13 años después, la zona del desastre de Fukushima sigue siendo inhabitable; diversos estudios señalan que deberán pasar aproximadamente cuatro décadas antes de que vuelva a serlo. Y los japoneses aún no saben cómo solucionar el problema del agua contaminada por la radioactividad. Si el accidente de Fukushima hubiese ocurrido en El Salvador, el área afectada sería equivalente a una vez y media el departamento de San Salvador. Una de las lecciones de Fukushima es que equivale a una locura construir una planta nuclear en una región sísmica.
Por otra parte, la energía nuclear no es barata. En América Latina, solamente México, Brasil y Argentina tienen plantas nucleares, y la producción de esas plantas es muy baja en relación a su participación en el total nacional. Por el riesgo que la opción nuclear supone para la salud humana y para el medioambiente, la apuesta debería ser por las energías renovables, como las obtenidas del sol, el viento y el agua. El Salvador ya tiene experiencia en la producción de energía geotérmica, la cual es muy abundante y no contamina. Meritxell Bennasar, responsable de Energía y Cambio Climático de Greenpeace España, afirma que “adoptar un modelo energético 100% renovable y eficiente es técnicamente posible, económicamente viable y sostenible”.