Por: MIGUEL BLANDINO.
En El Salvador sabemos mucho sobre la vida y obra de personajes de dudosa calidad humana, adictos a sustancias psicoactivas y etílicas, o evasores de impuestos que esconden sus fortunas en paraísos fiscales, o pobres ancianas bailarinas callejeras, o, lo que es todavía peor, sabemos tristemente que existen adoradores de sus propios verdugos.
Pero, bueno, es muy probable que El Salvador no sea el único lugar plagado de pobres masoquistas y de masoquistas pobres.
La falta de educación, la falta de respeto por la cultura, el desprecio por la historia nacional, la sistemática pérdida de valores, el consumismo de la banalidad, el amor por lo superficial y lo efímero, y el culto a la escasa autoestima por debajo de la marca de zapatos, han sido inyectados a través de múltiples vías por la sociedad y las multifacéticas instituciones del Estado, desde la familia, la iglesia, los medios, el “arte”, las instituciones políticas por excelencia, etc.
Es así como, a pesar de la escasísima bibliografía acerca de cualquier tema, tampoco tenemos ni siquiera una semblanza de nuestros científicos, médicos, maestros, periodistas, etc. Apenas conocemos acerca de algunos de nuestros literatos, pero no con la riqueza de información que existe acerca de algunos militares cuyo único “mérito” o “talento” fue el de llegar al gobierno para fundar las bases de su riqueza oligárquica.
El otro día escuché a un historiador llamado Carlos Cañas,en una entrevista hablando a propósito de la innombrable violencia bukelista contra el patrimonio de la Nación y, en un momento dado, habló de un personaje capitalino que vivía en el terreno donde hoy es la Catedral Metropolitana de San Salvador.
Aparte de lo pintoresco de la anécdota, me llamó la atención el hecho de que dijera que fue un astrónomo y estudioso de la física teórica, que aplicó sus conocimientos para la determinación de la velocidad de la luz ¡antes de Einstein y esos famosos científicos reconocidos en cualquier escuela secundaria del mundo!
Cuando escuché el nombre del interfecto lo anoté para indagar después de la entrevista. Y eso hice.
Escribí en Google “Ireneo Chacon”. De inmediato aparecieron una serie de notas, unas de la prensa y otras seguramente las que sirvieron como fuente para aquellas. Todas lacónicas. A pesar de ello resulta que la biografía del buen hombre es realmente impresionante, asombrosa, quizás sea un mejor adjetivo.
Pero, antes de continuar, es necesario decir que es tan precaria la información que ni siquiera hay acuerdo en dos datos simples pero vitales: el nombre y la fecha de su nacimiento.
En uno se llama Ireneo, en otro Irineo y en otro lado es Irinio.
En unos es Chacón Puente y para otro es Chacón de la Puente.
En unos casos fijan su fecha de nacimiento el 6 de abril de 1825, en otro en 1829.
Pero, todos coinciden en que nació en un pueblecito que se llamaba Tejutepeque (hoy es una ciudad un poquito más grande y otro poquito menos rural). Y si no es leyenda, dicen que a los 19 años era iletrado de solemnidad, ni leía ni escribía.
Pero huyó de su casa y se fue a la capital en donde aprendió a leer con un silabario y en solo tres años hizo la primaria, la secundaria y el bachillerato, para luego entrar a la universidad, graduarse como el primer alumno que egresó de ella, haciéndose abogado e ingeniero.
Alcanzó una magistratura en la Corte Suprema de Justicia y encaramado en un árbol de tamarindo que estaba en el centro del patio de su casa, a ojo pelón, cartografió los cielos y produjo un calendario en el que señalaba la posición de los cuerpos celestes, en cualquier momento, entre otras cosas.
Hizo el cálculo del tamaño del universo (el de su tiempo, claro, antes de que Doppler dijera que realmente era infinitamente mas grandote) y midió el tiempo que tarda la luz desde que sale de la superficie del sol hasta que llega a la tierra, casi sin error. Su cálculo de la velocidad de la luz apenas difiere en un segundo con el de las mediciones que se hicieron en 1986 cuando se hizo un ajuste con relojes atómicos.
En fin, todo una joya el caballero.
Hace unos sesenta años el Ministerio de Educación le puso su nombre a una escuela de Tejutepeque.
¡Qué cosa! Sabemos más de los familiares de los diputados que cobran sueldo en la Asamblea Legislativa como empleados fantasmas o de la marca de brassiere de las impúdicas sexi asesoras only fans legislativas, que de nuestras verdaderas glorias nacionales.
¡QUÉ COSAS! Ireneo Chacón, Salvadoreño que midió la velocidad de la luz
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