Por: MIGUEL BLANDINO.
Aunque menos que en mi niñez, aún se escucha un dicho que reza “así como es el sapo es la pedrada”. Midiéndolo sin considerar los cambios culturales y de época no hay duda que es anti ecológico. A los sapos se les veía como hoy puede mirar Trump a los migrantes, bukele a los pobres o Netanyahu a los demás que no pertenecen a su círculo cercano.
El desusado dicho se refiere al concepto de estrategia. Al plan para la consecución de un objetivo y que comienza con el estudio de la situación y el diseño de los instrumentos para modificarla al modo deseado. Eso es lo que define el dicho: del tamaño y la complejidad del propósito (el sapo) depende el tamaño y la complejidad del instrumento (la pedrada).
Pero visto todo como un sistema en el que las partes forman el todo y no como un amontonamiento de piezas inconexas. Esa visión que propone Edgar Morin, para citar al creador del paradigma. Es necesario citarlo, aunque sea derechista en términos políticos e ideológicos. La ciencia, es decir, el conocimiento, es el método más adecuado que ha desarrollado la humanidad para actuar de manera eficaz a la hora de enfrentar sus cuitas. Aún antes de su clasificación dentro de una disciplina científica, incluso antes de ponerle nombre y considerar ciencia un determinado conjunto de saberes, ese conocimiento sistemático, ordenado, basado en reglas, era ciencia, como lo que hacían Pitágoras o Euclides o los desconocidos arquitectos e ingenieros mayas o egipcios.
La observación de los fenómenos de modo inconexa, sin vincular un acontecimiento con sus probables causas y sin considerar sus posibles consecuencias, es propio del hombre primitivo, anterior a la domesticación del maíz, del trigo o de la avena y, por supuesto, de la gallina y el huevo, la cabra o la oveja.
En El Salvador, a lo largo del periodo iniciado tras el fin del conflicto armado, han sucedido multitud de hechos que quedaron ahí, plasmados en negro sobre blanco de las páginas de los periódicos y se escucharon como el golpeteo de la lluvia sobre los techos de lámina. Rimero que no es estiba. Puro y simple amontonamiento. Y eso, solo de cosas que salen a la luz y acaban sabiéndose. Y que de las que suceden tan alto que no alcanzan a ser vistas desde la superficie en que pululan los simples mortales.
Una vez, durante la presentación del informe trimestral sobre la situación de los derechos humanos de la Revista Justicia y Paz de la que yo era responsable, invitamos a un argentino periodista y profesor de posgrado de la FCPyS de la UNAM para que hiciera los comentarios. El hombre, con su talante sobrado y pedante propio de su naturaleza, comenzó a hablar diciendo que no acostumbra leer los diarios o revistas ni a escuchar los noticieros de radio o tv., porque si algo realmente es importante, ya lo leerá en un libro, bien ordenado, con las ideas centrales puestas por categorías y con un hilo conductor lógico y despojado de lo superfluo.
Me cayó como patada al hígado. Lo sentí muy prepotente porque estaba demeritando el objeto de la presentación, que era una revista. Hasta el final, cuando dijo que la clasificación que hacíamos de modo cuantitativo permitía el análisis cualitativo y servía como sustento de las conclusiones y recomendaciones con las que siempre estaba coronado el esfuerzo. No importaba mucho, según el comentarista las temáticas puntuales que mes a mes abordaba la revista -que eran muy importantes en sí mismas- sino la lectura del rumbo que podía apreciarse al comparar un informe tras otro. El hilo conductor, para el caso, eran los Derechos Humanos vistos en su integralidad, su interdependencia e interrelación. El constante seguimiento mostraba la perspectiva de forma clara hacia donde se estaba dirigiendo la nación como conjunto y por qué, o sea, a qué intereses respondía.
La vida de la nación no son hechos dispersos y sin rumbo. Todo está conectado. El gobierno tiene un rumbo y todo lo que hace es un componente del plan. La crítica de un hecho puntual, como la compra de un edificio e instalación de un restaurante de lujo en su azotea, es un escándalo, pero no está disociado de la captura, tortura y muerte de Alejandro Muyshondt, o de las redadas de cien mil gentes, la mitad de ellas inocentes, en las barriadas pobres de todo El Salvador. Todo contribuye al mismo propósito y está en función del mismo interés. ¿Que los bukele son rateros? Si, claro que sí. ¿Que están rodeados de delincuentes? Por supuesto. ¿Que son violadores de la constitución y las leyes y destructores de la República? Es evidente y no hace falta demostración porque está a la vista.