Por lo pronto, los admiradores de Romero lo recuerdan en el aniversario de su martirio, perpetrado por un sicario de la oligarquía que mató al hombre, pero propició el nacimiento de una leyenda.
El pasado año fue solicitada la reapertura del proceso penal contra los responsables intelectuales, materiales y cómplices del magnicidio, en busca de verdad y arrepentimiento.
La anulación de la Ley de Amnistía esfuma todas las excusas para negarse a hurgar en el crimen, en el cual estuvo presuntamente vinculado Roberto d’Aubuisson, fundador del derechista partido Arena.
La mejor prédica de Monseñor Romero fue su ejemplo, pero igual legó frases lapidarias que acabaron costándole la vida, pero ganándole la inmortalidad en el corazón de los salvadoreños.
Al cumplirse 38 años del asesinato del Arzobispo de San Salvador, víctima de una conspiración fraguada por la oligarquía y ejecutada por escuadrones de la muerte, perduran algunas frases legadas por la Voz de los Sin Voz.
Entre ellas destacan ‘la verdad siempre es perseguida’, ‘el hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es’ o ‘mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo quedará en los corazones que lo hayan querido acoger’.
Romero consideraba inconcebible que alguien se dijera ‘cristiano’ y no tome como Cristo una opción preferencial por los pobres, y proponía una educación que hiciera a los hombres sujetos de su propio desarrollo.
‘Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla’, aseguró el día en que suplicó, rogó y ordenó a los militares, en nombre de Dios, cesar la represión.
‘Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré con el pueblo salvadoreño’, aseguró poco antes de morir. Y de nuevo, Monseñor Romero tuvo razón… (PL)