Chile, las palabras del Papa sobre los homosexuales y las indicaciones olvidadas de Wojtyla

El caso chileno y la explosión de nuevos escándalos después de la renuncia que todo el episcopado puso en manos del Papa Francisco dejan en evidencia la profundidad de las raíces que tiene la enfermedad que aflige a la Iglesia de ese país (y no solo). Demuestra también que muchos enseñamientos de los Pontífices, publicados en las últimas décadas, han sido considerados letra muerta por muchos obispos.

La semana pasada, dialogando a puerta cerrada con la asamblea general de la Conferencia Episcopal de Italia, el Papa Francisco (que ya había manifestado toda su preocupación por la disminución de las vocaciones sacerdotales) los invitó a ocuparse más de la calidad que de la cantidad de los futuros sacerdotes, refiriéndose al caso de personas homosexuales que deseen entrar al seminario: «Si tienen incluso la mínima duda, es mejor no dejar que entren». Francisco habló siguiendo la huella de dos documentos publicados en los últimos años por la Santa Sede: el primero es de 2005, cuando comenzaba el Pontificado de Benedicto XVI; el segundo es de 2016 y fue promulgado ya durante el Pontificado de Bergoglio. En ambos, respetando profundamente a las personas en cuestión, se sostiene que no es posible admitir en el seminario ni en las órdenes sacras a «aquellos que practiquen la homosexualidad» o que «presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas».

En una nota del documento entregado por el Papa Francisco a los obispos chilenos cuando estos últimos llegaron a Roma, se puede leer una crítica por haber encomendado la guía de los seminarios a «sacerdotes sospechosos de practicar la homosexualidad». La existencia de entramadas y organizadas redes de sacerdotes que cazaban presas en internet, así como los casos de abusos contra menores en los que se han visto involucrados eminentes sacerdotes, indican claramente que los criterios de discernimiento no se han aplicado correctamente.

En 1992, es decir diez años antes de que se publicara la instrucción de la Congregación para la Educación Católica en agosto de 2005 sobre el tema “Criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas con tendencias homosexuales en vista de su admisión al seminario y a las órdenes sacras”, y más de veinte años antes de que se publicara la “Ratio Fundamentalis” de la Congregación para el Clero, titulada “El don de la vocación presbiterial” (son dos documentos que invitan a no dejar que entren al seminario a quienes presenten tendencias homosexuales profundamente arraigadas o practiquen la homosexualidad), Juan Pablo II divulgó la exhortación apostólica “Pastores dabo vobis”, dedicada a la «formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales».

En ese documento se lee: «Puesto que el carisma del celibato, aun cuando es auténtico y probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y los impulsos del instinto, los candidatos al sacerdocio necesitan una madurez afectiva que capacite a la prudencia, a la renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, a la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, a la estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres. Una ayuda valiosa podrá hallarse en una adecuada educación para la verdadera amistad, a semejanza de los vínculos de afecto fraterno que Cristo mismo vivió en su vida».

El Papa Wojtyla también afirmó que «la madurez humana, y en particular la afectiva, exigen una formación clara y sólida para una libertad, que se presenta como obediencia convencida y cordial a la “verdad” del propio ser, al significado de la propia existencia, o sea, al “don sincero de sí mismo”, como camino y contenido fundamental de la auténtica realización personal. Entendida así, la libertad exige que la persona sea verdaderamente dueña de sí misma, decidida a combatir y superar las diversas formas de egoísmo e individualismo que acechan a la vida de cada uno, dispuesta a abrirse a los demás, generosa en la entrega y en el servicio al prójimo».

El problema que surge con los recientes escándalos no se relaciona solamente con la patología de la pederastia: en varios casos se trata, efectivamente, de abusos contra menores que ya son adolescentes. El problema más amplio, profundo y al que todavía no se ha dado una respuesta adecuada, tiene que ver con la inmadurez afectiva de los candidatos al sacerdocio, que, si no son hombres “resueltos” y maduros en su afectividad (sean heterosexuales u homosexuales) se dejarán condicionar por su inmadurez afectiva en las relaciones con los demás.

Que exista un problema relacionado con la homosexualidad dentro del clero lo demuestran las estadísticas de la OMS, según las cuales alrededor de 150 millones de niñas y chicas, y 73 millones de niños y chicos que no han cumplido los 18 años son obligados y sometidos a tener relaciones sexuales.

Si tomamos en cuenta los abusos contra menores perpetrados por exponentes del clero, las víctimas masculinas representan el alrededor del 75%.

El problema de la inmadurez sexual en los candidatos al sacerdocio, que acaba de explotar en Chile pero no solo existe en este país latinoamericano (como demuestran los diferentes escándalos en países europeos y en otras partes del mundo) indica que ha habido en las últimas décadas un grave problema con los criterios para seleccionar a los obispos.

La reacción de absoluta cerrazón auto-referencial y auto-defensiva con la que los pastores chilenos reaccionaron al escándalo (poniendo siempre en primera línea el buen nombre de la institución en lugar de defender a la grey, a los fieles, a los más pequeños y a los más indefensos entre los fieles) debería suscitar más de una pregunta sobre los criterios de selección y sobre el poder de grupos a la hora de promover ciertos candidatos al episcopado. Incapaces de vigilar sobre la madurez afectiva de sus seminaristas y de sus sacerdotes. Incapaces de hacer las cuentas con la realidad y de cobrar conciencia de los abusos (incluso cuando se denunciaban) escudándose en comportamientos de casta y lavándose las manos. Frente a los abusos, a los delitos terribles, ala inmadurez afectiva de sus sacerdotes, prefirieron hacer finta de no darse cuenta y demostraron, a la vez, ser inmaduros como padres.

Francisco en varias ocasiones (en entrevistas, homilías y libros) ha subrayado la distancia que existe entre la actitud de Jesús y la de Poncio Pilatos: Cristo vino para servir y lavó los pies a sus discípulos. Pilatos, en cambio, se lavó las manos. Una imagen útil para interpretar muchos casos eclesiales contemporáneos.

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