El amigo.
Soy cuscatleco cien por ciento. Es decir, salvadoreño de corazón. Me gustan, el Dpto. de La Unión en donde nací; las playas del Espino y el Cuco, son tan hermosas; Morazán, mi tierra de infancia. Me gusta Santa Ana, Atiquizaya, Metalío, San Miguel, volcán Chaparrastique; La Palma-Cayagüanca; Usulután, etc. Menciono solo algunos lugares con los cuales he estado más relacionado para dar una idea pues cualquier sitio de El Salvador es mi lugar favorito.
Y a pesar de las diferencias en idiosincrasia, costumbres, comidas; a pesar de las de las diferencias naturales entre Oriente, Occidente y el Centro, todos nos parecemos mucho. Como cortados con la misma tijera. En los aspectos del juego ciencia es igual. Hay entusiasmo en cualquier parte, surgen buenos jugadores en un sitio y otro depende de la promoción y apoyo. Conocí el ajedrez cuando tenía 12 años. Estaba tan ocupado con mis estudios del Plan Básico en San Salvador, lleno de libros que apenas aprendí el movimiento de las piezas. O sea, que no jugué en forma. Sin embargo, me atrajo de tal forma que no salió jamás de mí. Sus piezas: El peón, la dama o la reina, el caballo, el rey, la torre y el alfil, piezas misteriosas con sus secretos ocuparon mi conciencia. Símbolos que algo significan, pensé, relacionados con la realidad.
Un día, ya grandecito por cierto de 24 – 25 años, el tiempo estaba oscuro, nublado. No sabía qué hacer. Alguien de repente tocó a mis espaldas. Sorprendido me volví viendo con atención. Hago constar que he sido una persona común y corriente. Con momentos de alegría y satisfacciones; con problemas y tristezas como todos pues las dos caras de la moneda están presentes en cualquier cosa. Es una ley general. Quien tocaba a mis espaldas era una hermosa mujer, alcancé a ver, bella. Difícil era distinguirla pues como dije estaba oscuro. Sin embargo, sentí su fragancia, su distinción. A golpe de vista era seductora y más que la belleza, hago constar, atraía su personalidad. Me acerqué con sigilo, precaución y hasta con miedo. Solo quería ver. ¿Quién era? ¿Porqué tan cerca y su apariencia tan agradable? Lo hice sin malicia, no aspiraba a más. Desapareció. Me quedó grabada su impresión que pareció un sueño. Comenzaría, confieso, un amor a primera vista o aventura que me llevaría lejos. A terrenos montañosos pero hermosos. ¿Quién era ella? Mientras tanto, retomé la práctica del ajedrez dándole más tiempo y desviándome del camino que traía -mi profesión- aunque sin abandonarla.
El ajedrez intuitivamente lo asociaba con ella; quien además tenía aspecto inteligente. Aprendí muchísimo, estudié de lleno los libros de Roberto Grau, argentino, gran maestro de ajedrez. Fundamentos de Ajedrez de José Raúl Capablanca, maravilloso, el cual se puede decir es un tratado de estrategia y táctica casi-casi militar. Y otros. Hay una abundante literatura ajedrecística. El Internet hoy en día es interminable. Dando un paso adelante, llegué al Club Salvadoreño de Ajedrez en el centro de San Salvador. Mi propósito era observar. La verdad es que me estaba metiendo en serio. ¡Sorpresas tiene la vida! Ahí encontré de nuevo a la hermosa mujer. Más aún desde lejos como estaba, hizo señas con un dedo para que me acercara. Vi a los lados. ¿Seré yo Maestro? Musité y fui directo.
Ella era nada más y nada menos que una hermosa dama conocida en ese medio. Parecía una diosa. La protectora y madrina de los ajedrecistas lo cual me dio animación. Selectas personas la acompañaban, entre ellos literatos, maestros, escritores, los más distinguidos jugadores de ajedrez. Mujeres, niños y niñas la admiraban. Lo anterior me cautivó tremendamente. Atraía su personalidad, repito; dominante, una mirada bastaba para que sus acólitos, asistentes o ayudantes, concurrieran. Me invitó a sus aposentos, no estaban cerca. Para llegar había que subir una montaña y tras de una montaña otra. Era como subir al picacho del Volcán de San Salvador a pie. Es decir, a golpe de calcetín. Tan entusiasmado estaba que lo hice. La conocí entonces personalmente. No era fácil mujer si no exigente. Las pruebas seguirían. Sus líneas, sus formas, sus intimidades estaban a la vista pero fuera del alcance de curiosos, de gente superficial que a la primera deja, abandona. Se necesitaba interés.
Me convertí así en un “Hombre del Deseo.” Término igual al de “Hombre León” que utiliza el filósofo Federico Nietzsche para distinguirlo del Hombre Camello o del montón. Diferenciándolo del que tiene fuego interior y quiere ser. Sobre el hombre del montón: “¿A dónde vas Vicente?” Preguntan en El Salvador. “A donde va toda la gente.” Contesta este. Al ver mi interés probado, con ardientes deseos, comenzó a revelarme sus profundos secretos. Feliz de la vida me enredé con ella. Me explicó entonces las claves del éxito.
“Querer es poder.” Me dijo con primor agregando también otra frase tan poderosa como la anterior: “Conocimiento es poder.” Máximas que había oído, dicen mucho. Yo, ni lento ni perezoso seguí sus consejos aplicándolas al ajedrez. Subir esas montañas cada vez tropezando de vez en cuando o muchas veces, era difícil. Había que echarle ganas, echar el arte. Me desvelaba y trasnochaba pero con más ganas quedaba. “Se aprende del triunfo como de las derrotas.” Reflexionó al oído una vez más. Solo así obtendría los premios merecidos. Hacía un diálogo conmigo mismo que enriquecía mi bagaje de conceptos. Me convertí entonces en un buen ajedrecista, digamos, dentro del medio salvadoreño naturalmente. Gané campeonatos. Cada vez más emoción, satisfacción. Desviarme del camino valió la pena. Cuando sentí estaba en la cúspide alternando con los más pintados y gané a muchos. ¡No podía creerlo! Figuré en la categoría de Maestros Nacionales que ya era bastante.
¿Quién era pues la mujer? ¿Mis secretos para ganar? Uno era la estrategia y táctica por supuesto. Atacar, defender, retirarse, dominar el centro. Consejos que los acólitos allegados de la bella dama me daban. Yo me concentraba en los dos libros de Grau y Capablanca antes mencionados. Mis adversarios en la categoría superior por su lado, eran buenos técnicos. Sabían de “pe a pa” las aperturas, el medio juego y final. Sin embargo, mis secretos más profundos eran otros. No ajedrecísticos valga aclarar. Más bien astrológicos, místicos, de voluntad y moral. Consultaba los momentos favorables para atacar, defender, etc. Como la marea en su momento de plenitud que aprovecha el pescador para lanzar la red. Analizaba las características de mi oponente. Fue especialmente bueno el libro: EL DOMINIO DEL DESTINO CON LOS CICLOS DE LA VIDA del Dr. H. Spencer Lewis. Gran filósofo, místico, ejecutivo, organizador de principios del siglo pasado. Una obra para la vida en general, no de ajedrez exactamente. Lo recomiendo. Conforme éste me regía teniendo buenos resultados, inaudito. Si le hubiera o hubiese contado a mis amigos, a los que compitieron conmigo especialmente, no lo creerían. Hasta hoy lo digo. A ustedes amigos lectores les cuento para que vean los variados caminos que existen para ajedrez y otras disciplinas. Diversos. Pero todos los caminos llevan a Roma.
Finalizando, comprendí la importancia del juego ciencia. Es de veras una terapia. Hoy no juego formalmente, estoy retirado. Sin embargo, paso ratos frente al tablero y los problemas mágicamente desaparecen. Me ha beneficiado mucho. Sin ser un profesional del ajedrez sino solo aficionado, conocí países, buenos amigos. Gané en simultáneas a más de un Maestro Internacional dejándome entera satisfacción. Lo aconsejo como práctica cotidiana o como simple distracción. Quedé en brazos de la dama, la hermosa mujer que no era otra que la Diosa Caissa, según la leyenda griega inventora del ajedrez. Y siendo un juego de inteligencia para evitar su profanación entre los dioses, lo lanzó a la tierra para esconderlo.
Los humanos lo descubrieron y se juega actualmente en el mundo entero. Ella, su protectora dejó a la Dama, otra mujer, como la pieza más poderosa del tablero. Gran lección. Significando que es altamente creativa, productora de vida. Agradezco a los lectores. He tratado lo elemental sobre el ajedrez que es infinito. Cada cual por sus propios medios puede obtener mayor información entre la abundante que existe. Con haberlos entusiasmado me conformo sintiendo con esto la satisfacción del deber cumplido. Trasmito como rúbrica finalmente, las estrofas de un poema de Borges connotado literato latinoamericano, en el que simbólicamente dice una gran verdad. Esta es: “En el Oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra. Como el otro, este juego es infinito.” (José Luis Borges –de su poema: AJEDREZ)
¡Sin comentarios!