Màrius Carol (Director del periódico La Vanguardia de España)
Las redes sociales son el gran fenómeno de la última década, que está cambiando no sólo la manera de relacionarnos, sino también está replanteando la forma de entender la democracia. Sería difícil de comprender la victoria del Brexit o de Donald Trump sin conocer el papel desempeñado por Facebook y Twitter.
Precisamente por ello, han estado bajo sospecha: escuchar a Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, rindiendo cuentas ante el Parlamento Europeo por la fuga de datos de 87 millones de usuarios, resultó revelador: “No hemos hecho lo suficiente para evitar que las herramientas que hemos creado se utilicen también para causar daño”.
El problema reputacional de las redes no afecta únicamente a Facebook (2.200 millones de usuarios), pues asimismo Twitter ha tenido que dar la cara, después de que The Washington Post haya informado esta semana que ha suspendido 70 millones de cuentas porque no eran de personas, sino de bots (robots programados), que difundían mensajes interesados. Twitter ha explicado que ha decidido borrar las cuentas falsas, maliciosas o simplemente spams.
De hecho, este mes de julio siguen eliminando un millón de cuentas diarias, a pesar de que se reproducen con la misma facilidad. Twitter cayó en Bolsa un 8% tras la publicación de la noticia.
En realidad, el valor está sufriendo desde hace tiempo, porque esta plataforma resulta muy agresiva y muchos usuarios deciden irse a otras más tranquilas. En los últimos dos años Twitter se mantiene estable, por encima de los 300 millones.
La estrella de Twitter es Donald Trump, que con 53,4 millones de usuarios acaba de sobrepasar la cuenta del papa Francisco (47). Lo primero que hace Trump cuando se levanta es ver la televisión para, a continuación, disparar sus desbocados tuits contra los que discrepan de su visión del mundo.
Twitter es su mejor sedante, aunque pone a medio mundo de los nervios. Incluso a los bots.