La caravana del yo

(Por: Francisco Parada Walsh)

A los once años la caravana del yo avanzó hacia la capital del pecado, era un niño que bajó de la montaña y se topó con una ciudad llena de luces multicolores, semáforos, restaurantes; sabores y olores diferentes.

Y sobre todo aquella responsabilidad de aprender letras y números para lograr alcanzar un objetivo trazado por los adultos, ¡ Aún no sé cuál era ese objetivo!.

Recuerdo el brusco cambio, una metamorfosis del alma sufrida al cambiar mi sencilla educación en un pueblo con las exigencias académicas de un colegio capitalino; aprendí a sumar números pero no aprendí a sumar cariños; aprendí a restar números pero no aprendí a restar importancia a las cosas materiales; aprendí a multiplicar números pero no aprendí a multiplicar los panes; aprendí a dividir los números pero no aprendí a unir las piezas de mi vida.

El objetivo de la caravana del yo era llegar a ser un estudiante exitoso, un profesional que sobresaliera de las otras caravanas del yo; esa caravana del yo debía estar cargada de títulos, pergaminos. En resumidas cuentas, de basura.

Las exigencias académicas se limitaban a ser un profesional exitoso a la enésima potencia, este día, a mis 54 años me pregunto: ¿Qué es el éxito?: Puedo dar mi definición pero cada quien tiene la suya.

Pocas veces escuché a mi padre aconsejarme a ser un hombre de éxito pero sí un profesional de éxito, hay un abismo entre el hombre y el profesional. Todo radicaba en tener y no en ser.

Mi paso por la Universidad fue fugaz pues prefería nadar que ir a clases, prefería jugar billar que bostezar escuchando las peroratas docentes. Poco a poco fui tomando las riendas de la caravana del yo, empecé a entender que vine al planeta Tierra Roja a vivir, a tener vida propia y no a, sufrir.

Eso depende de mí. Ya la caravana del yo va llegando a la mitad del camino, decidí hacer una estación en el mar, encallamos por quince años; andaba descalzo, pedaleaba largas distancias para ir a comprar frescos mariscos al muelle de La Esclavitud; luego me disfrazaba de médico y zarpaba hacia la capital del pecado, llegaba la tarde y retornaba la caravana del yo a la marea, preparaba los aperos y a pescar sueños.

No siempre la caravana del yo pasó por bellos lugares, hubo dos ocasiones que la caravana del yo cayó presa; no llevaba contrabando de queso, cigarrillos ni cocaína, llevaba contrabando de muchos yoes; fueron horas pero aprendí que los títulos no sirven de nada, sirve más el sentido común y el respeto al otro preso que también anda en su caravana.

Poco a poco el cansancio aparece, la caravana del yo merma en fuerzas, necesita aguar las bestias. Va llegando a su meta. Decido enfilar la caravana del yo hacia mi montaña embrujada, poco a poco esa caravana del yo empezó a llenarse de pasajeros, son él, ella, aquellos y nosotros. La Caravana del yo cambió de nombre a la caravana del otro; como todo tiene un final sea triste o alegre ya la caravana del yo empieza a flaquear.

Me ha llevado 54 años detenerme a escuchar la lluvia, detener el maldito tiempo cuando tomo una taza de café negro en tazas verdes como la esperanza; escuchar a los Rolling Stones, Schubert, ACDC, Los Tigres del Norte, Beethoven y que sea Caetano Veloso quien me acompañe a cenar y mientras platicamos él cante: «Dicen que por la noche no más se le oía el puro llorar».

Reviso a mí alrededor y en bienes y males materiales no dispongo ni de mil pesos. Como sucedió hace un par de meses que fui invitado a una casa amiga y en su mayoría eran colegas desconocidos, eran casi apóstoles y una amiga me preguntó: «Pero ya compró sus cositas, ¿Ya tiene refri?: Mi respuesta fue: « No, no tengo refri, quiero que mi vuelo sea liviano, sin exceso de equipaje». Todos callaron.

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