El 31/10/2014 publiqué en el JB, Jornal do Brasil on line, un artículo sobre lo que significa el brasileño como un “ser humano cordial”. Lo publico de nuevo, modificado, por su candente actualidad. Los dos últimos años hemos conocido una ola de odio y de discriminación sin precedentes en nuestra historia. Particularmente durante la campaña electoral para presidente. Ha habido injurias, calumnias, millones de fake news y todo tipo de palabras gruesas. Ahí se mostró el lado perverso del “cordial” pueblo brasilero.
Decir que el brasilero es un “hombre cordial” viene del escritor Ribeiro Couto, y la expresión fue generalizada por Sérgio Buarque de Holanda en su conocido libro: Raíces de Brasil, de 1936, al que le dedica todo el capítulo V. Pero aclara –contrariando a Cassiano Ricardo, que entendía la “cordialidad” como bondad y trato amable–, que “nuestra forma ordinaria de convivencia social es en el fondo justamente lo contrario de un trato amable” (p. 107, de la 21ª edición de 1989).
Sergio Buarque asume la cordialidad en el sentido estrictamente etimológico: viene de corazón. El brasileño se orienta mucho más por el corazón que por la razón. Del corazón pueden provenir el amor y el odio. Bien lo dice el autor: “la enemistad bien puede ser tan cordial como la amistad, visto que una y otra nacen del corazón” (p. 107). Yo diría que el brasileño es más sentimental que cordial, lo que me parece más adecuado.
Escribo todo esto para intentar entender los sentimientos “cordiales” que han irrumpido en la campaña electoral presidencial de 2018. Ha habido por una parte declaraciones de entusiasmo hasta el fanatismo, y por otra, de fascismo y de odios profundos y expresiones chulescas. Se verificó lo que Buarque de Holanda escribió: la falta de un trato amable en nuestra convivencia social.
Quien haya seguido las redes sociales, se habrá dado cuenta de los bajísimos niveles de educación, de la falta respeto mutua, e incluso de la falta de sentido democrático como convivencia con las diferencias. Esta falta de respeto repercutió también en los programas de los partidos en la televisión.
Para entender mejor esta nuestra “cordialidad” hay que referirse a dos herencias que pesan sobre nuestra ciudadanía: la colonización y la esclavitud. La colonización produjo en nosotros el sentimiento de sumisión, teniendo que asumir las formas políticas, la lengua, la religión y los hábitos del colonizador portugués. Como consecuencia se crearon la Casa Grande y la Senzala. Como bien lo mostró Gilberto Freyre no se trata de instituciones sociales exteriores. Fueron internalizadas en forma de un dualismo perverso: de un lado el señor, que lo posee todo, y del otro el siervo, o servidor, que tiene poco y se somete. Se generó también la jerarquización social que se revela por la división entre ricos y pobres. Esta estructura –que subsiste todavía en la cabeza de importantes oligarcas y se ha vuelto un verdadero código de interpretación de la realidad–, aparece claramente en la forma como las personas se tratan en las redes sociales.
Otra tradición muy perversa fue la esclavitud, muy bien descrita por Jessé Souza en su libro: La élite del atraso: de la esclavitud al Lava-Jato (2018). Cabe recordar que hubo una época, entre 1817-1818, en que más de la mitad de Brasil estaba compuesta por esclavos (50,6%)…! Hoy cerca del 60% tiene en su sangre algo de esclavos afrodescendientes. Son discriminados y empujados a las periferias, humillados hasta el punto de perder su propia autoestima.
La esclavitud fue internalizada en forma de discriminación y prejuicio contra el negro que debía servir siempre, porque antes hacía todo gratis y se cree que todo debe continuar así. Pues de esta forma se trata, en muchos casos, a los empleados y empleadas domésticas, o a los peones de las haciendas. Una madame de clase alta dijo en una ocasión: “los pobres ya reciben la bolsa-familia, y además de eso creen que tienen derechos”. Esta es la mentalidad de la Casa Grande.
Las consecuencias de estas dos tradiciones están en el inconsciente colectivo brasileño en términos, no tanto de conflicto de clase (que también se da), cuanto de conflicto de status social. Se dice que el negro es perezoso, cuando sabemos que fue él quien construyó casi todo en nuestras ciudades históricas. Que el nordestino es ignorante, cuando es un pueblo altamente creativo, despierto y trabajador. Del Nordeste nos vienen grandes escritores, poetas, actores y actrices. Pero los prejuicios los castigan a la inferioridad.
Todas estas contradicciones de nuestra “cordialidad” aparecieron en los twitters, facebooks y otras redes sociales. Somos seres excesivamente contradictorios.
Añado todavía un argumento de orden antropológico-filosófico para comprender la irrupción de amores y odios en esta campaña electoral. Se trata de la ambigüedad fontal de la condición humana. Cada uno posee su dimensión de luz y de sombra, sim-bólica (que une) y dia-bólica (que divide). Los modernos dicen que somos simultáneamente sapientes y dementes (Morin), es decir, personas de racionalidad y bondad, y al mismo tiempo, de irracionalidad y maldad.
Esta situación no es un defecto de la creación, sino una característica de la condition humaine. Cada uno tiene que saber equilibrar estas dos fuerzas, y dar primacía a las dimensiones de luz sobre las de sombra, y a las de sapiente sobre las de demente.
No debemos ni reír ni llorar, sino procurar entender, como decía Spinoza. Pero entender no es suficiente. Urge practicar formas civilizadas de una “cordialidad” en la cual predomine la voluntad de cooperación con vistas al bien común, se respete a las minorías y se acoja a las diferentes opciones políticas. Brasil necesita unirse, para que todos juntos enfrentemos los graves problemas internos en un proyecto asumido por todos. Sólo así se gestará el Brasil al que se llamó “Tierra de la Buena Esperanza” (Ignacy Sachs).
No será el presidente electo la persona de la reconciliación nacional, pues él, por su estilo, es factor de división y creador de una atmósfera social de violencia y discriminación.