Contra el voto informado. Los medios son actores sociales y, para el caso, también actores políticos.

(Editorial UCA)

Gracias a iniciativas de instancias académicas y ciudadanas, la campaña electoral está dando un giro: de la propaganda vacía a la difusión de contenidos y propuestas en espacios de diálogo y reflexión. La respuesta del público a estos espacios confirma el crecimiento de una parte de la ciudadanía que desea ejercer un voto informado y reflexionado. Sin embargo, estas iniciativas aún son insuficientes para contrarrestar la campaña sucia, más empeñada en atacar y descalificar que en proponer.

Y los medios masivos de comunicación son el escenario de ese montaje. Por supuesto, las expresiones más crudas y vulgares se vierten en las redes sociales, pero también los medios tradicionales tienen una cuota de responsabilidad en la mediocre y virulenta campaña actual.

La mayoría de medios de comunicación son empresas, y como tales lo que buscan es obtener ganancias. Por lo que se ve, sus dueños no entienden que la población necesita, más que mentiras y ofensas, valorar propuestas. Para ellos, el fin justifica los medios. Amparados en la libertad de expresión, dan cabida a casi cualquier tipo de propaganda. ¿Dónde está la ética? Descargar toda la responsabilidad en los que pagan la pauta publicitaria es cinismo. Un medio que tiene un código de ética rechaza publicidad que va contra la verdad, el respeto a la dignidad y la moral. Quien la admite carece de esos principios.

Los medios son actores sociales y, para el caso, también actores políticos. Aunque cada medio tiene su propia ideología e inclinación, reflejada en la línea editorial, su misión informativa los obliga, en teoría, a comprometerse con la objetividad. Pero en la actual campaña electoral, impera la desfachatez. Es de sobra conocido hacia qué lado se inclinan algunos medios, pero ahora se han desnudado. Temerosos de que pierda el candidato que promocionan desde hace mucho tiempo, desinforman.

Desinforman al privar al público de ciertos aspectos, datos, argumentos, noticias o información, con el objeto de beneficiar a la carta por la que apuestan. Es descarada y desproporcionada la diferencia entre la cobertura que dan a quien apoyan y la reservada al resto de candidatos, como también es descarado el enfoque positivo para aquel y negativo para su rival. Además, invisibilizan todo sondeo de opinión y análisis que no favorezca a sus intereses, mientras dedican gran espacio a encuestas de dudosa procedencia que benefician a su candidato.

Los medios de comunicación están llamados a hacer valer por lo menos dos garantías constitucionales. La primera, la libertad de expresión, establecida en el artículo 6 de la Constitución, que condiciona a ejercerla “siempre que no subvierta el orden público ni lesione la moral, el honor, ni la vida privada de los demás”. La segunda, la libertad de prensa, contenida en el mismo artículo, que instituye que “las empresas […] no podrán establecer tarifas distintas o hacer cualquier otro tipo de discriminación por el carácter político o religioso de lo que se publique”. Irónicamente, ambos postulados constitucionales están siendo pisoteados en nombre de la libertad de expresión.

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