Habían transcurrido 43 años desde que Londres se incorporara al mecanismo aglutinador europeo, hasta que el 23 de junio de 2016, sus ciudadanos votaran por no pertenecer más al bloque.
Sería casi imposible que los hombres y mujeres del té a las 5 de la tarde, los que consumen como promedio 165 millones de tazas al día, opten por dar marcha atrás al acuerdo logrado hace dos años con el voto del 52 % de los británicos para que su país saliera de la Unión Europea (UE).
Ahora, los actuales enfrentamientos entre la jefa del Gobierno, Theresa May, y diputados de la oposición y de su propio partido tienen que ver, más con las concesiones que Londres hace a la UE, que con una posible revocación de lo acordado en 2016 que reflejó el sentir de la mayoría de los británicos no conformes con pertenecer a la congregación comunitaria.
Cuando se apagaron los cañones de la Segunda Guerra Mundial, los países del Viejo Continente, bastante afectados por la beligerancia, optaron por agruparse para afrontar en conjunto los gastos de la destrucción dejada por la guerra. Inicialmente fueron seis Estados y luego se integraron otros, hasta la actualidad en que eran 28, antes de que el Reino Unido se desgajara.
El área geográfica que integra la UE agrupa a unos 500 millones de personas y el Producto Interno Bruto promedio llega a los 19 billones de dólares. Para los Estados miembros, incluyendo Gran Bretaña, la Unión Europea tuvo como bandera el acceso a beneficios económicos, sociales y culturales que se derivaban de una Unión con fronteras abiertas y, lo que debió ser una lógica: el intercambio y la interacción entre economías de mayor potencial y otras más rezagadas. No obstante, el hecho de que el Reino Unido decidiera abandonar la organización ha constituido un precedente que refleja contradicciones y, a la vez, temores de componentes sociales, partidos políticos y otros, que conforman el escenario británico.
Los argumentos pro Brexit tomaron un tono más enfocado en cuestiones migratorias. Debido a la política de fronteras abiertas, el argumento de los que votaron por abandonar el bloque se centró en que los inmigrantes quitaban empleos a los británicos, los extranjeros eran los culpables del aumento de la criminalidad y habían disuelto la esencia de la nación. Dichos elementos levantaron las voces en contra de las ideas xenofóbicas que alimentaban el debate entre los dos lados del Brexit.
Muchos de los habitantes del Reino Unido tienen el sentimiento de que ellos no tienen por qué ser responsables de las fallas económicas de otras naciones, como el caso de las crisis en Grecia y España y, además, recibir la creciente ola de refugiados provenientes del Oriente Medio y el norte de África, así como de Europa oriental, refleja un artículo del diario El Economista, con informaciones de la BBC.
De acuerdo con análisis de prensa, la aplicación del Brexit afectará el libre tránsito entre países europeos y con ello limitará posibilidades de intercambio académico y el turismo. En ese contexto se augura una posible pérdida de una sexta parte del poder económico de la Unión Europea.