El FMLN y Arena han tenido que pasar por varias derrotas electorales y perder de manera estrepitosa la Presidencia de la República para darse cuenta de que requieren una renovación interna a fondo. Los resultados del 3 de febrero y la reacción de parte de su militancia frente a estos los han obligado a reconocer, con inusitada rapidez, la necesidad de apartar a su respectiva cúpula de la dirección y adelantar elecciones internas para iniciar el proceso de cambio de liderazgo, a fin de intentar adecuarse a los tiempos actuales y no estrellarse de nuevo en las elecciones de 2021. Esa renovación no será fácil, incluso es posible que no vaya en la dirección correcta.
En Arena, hay quienes señalan que la derrota electoral se debe a un partido tibio y avergonzado de sus ideales fundacionales. Son los que añoran a su fundador, Roberto D’Aubuisson, sus actitudes totalitarias y ultraderechistas; actitudes que se evidencian en la letra de su himno, a pesar de que muchos al interior del partido han pedido cambiarlo por estar vinculado a la lógica de la guerra y ser contrario a los ideales democráticos. Estas mismas voces son las que han hecho un llamado a los fundadores del partido y a sus líderes más tradicionales para que conduzcan la renovación.
Por otro lado, aunque con menos fuerza, hay quienes en Arena desean un cambio en consonancia con las demandas de la juventud y la nueva dinámica política. Un partido más liberal, respetuoso de la diversidad ideológica, ético y capaz de responder a los intereses de las mayorías, abandonando la defensa a ultranza de los intereses de las élites económicas. Incluso han señalado que lo correcto sería investigar a fondo lo que el partido ha recibido de manera ilegal, fruto de la corrupción, y devolverlo a las arcas del Estado. Como es evidente, son estas dos posiciones muy distantes entre sí, y con distinto peso al interior del partido. De momento, habrá que esperar cuál se impone y, en consonancia, qué Arena surge de este proceso de cambio.
En el caso del FMLN, a pesar de que hay consenso interno de la necesidad de recuperar los ideales revolucionarios, abrirse a la juventud y permitir una mayor participación de las bases, aún falta una verdadera autocrítica y un diagnóstico profundo y riguroso de qué es lo que ha pasado para que en cuestión de 5 años el partido perdiera más de un millón de votos, pasando de un récord histórico en la elección presidencial de 2014 a obtener el peor resultado de su historia electoral. Sin ese diagnóstico, sin entender a cabalidad por qué la población le ha dado la espalda, los nuevos liderazgos podrían incurrir en los mismos errores de sus antecesores, y la lección caería en saco roto.
En el FMLN hay más tela que cortar que el natural desgaste luego de dos períodos de gobierno, la supuesta ineficiencia de su gestión o la dificultad para mostrar los logros obtenidos desde el Ejecutivo. La población resiente que los una vez revolucionarios hayan participado de la corrupción, el maltrato y el despotismo propios del peor ejercicio de la política. Males a los que se sumó el enriquecimiento de los dirigentes (su suntuoso estilo de vida), la protección partidaria a figuras acusadas de delitos, el apoyo a regímenes autoritarios, el maltrato policial a la población (en especial, a la juventud) y la aplicación de las medidas extraordinarias en los centros penales, a raíz de las cuales más de 20 mil familias no saben nada de sus hijos privados de libertad desde hace ya casi cuatro años.
Si quieren sobrevivir como actores de alguna relevancia, si desean no convertirse en los nuevos PCN y PDC, Arena y el FMLN deben entender el resultado del 3 de febrero como un claro rechazo a su estilo de hacer política. Un rechazo del que la clase política salvadoreña en su conjunto debería tomar nota, para así emprender un proceso de renovación que los acerque a la ética y a un compromiso con el bienestar de la población. Por su lado, a Nayib Bukele y su movimiento les toca responder al clamor de cambio en un momento muy difícil, con mucho que enderezar y construir.
Un buen porcentaje de la población espera que el presidente electo asuma esta responsabilidad con el liderazgo, rectitud, generosidad y vocación de servicio característicos de todo buen gobernante. El tipo de gobernante que El Salvador necesita para superar la grave crisis que vive.
(Editorial UCA)