Poderoso Cardenal McCarrick fuera del sacerdocio, por pederasta

Quien fuera el arzobispo más poderoso de Estados Unidos ahora es separado del sacerdocio tras un proceso canónico por delitos sexuales; una decisión del Papa a pocos días de iniciar la cumbre mundial con presidentes de conferencias episcopales sobre el tema de los abusos.

Dimisión del estado clerical. Sentencia inapelable. Por primera vez un ex cardenal es separado del sacerdocio por delitos sexuales. Se trata de Theodore Edgar McCarrick, quien llegó a ser uno de los clérigos más poderosos de los Estados Unidos durante su tiempo al frente de la Arquidiócesis de Washington. Tras un proceso canónico, fue hallado culpable de abusos contra menores por los tribunales vaticanos. La sanción, firmada por el Papa Francisco, resulta inapelable.

Un comunicado, difundido en italiano e inglés, dio algunos detalles de esta historia. Precisó que el pasado 11 de enero, el pleno de la Congregación para la Doctrina de la Fe emanó un decreto contra McCarrick al final de un proceso administrativo-eclesiástico.

Se le comprobaron los delitos de “solicitación en confesión y violación del sexto mandamiento del decálogo con menores y adultos, con la agravante del abuso de poder, por tanto le ha sido impuesta la pena de dimisión del estado clerical”. Es decir que él indujo a sus víctimas a cumplir actos de materia sexual mientras las confesaba, una práctica extremadamente grave para el derecho canónico. Además de haber abusado de personas tanto menores como mayores de edad.

Por todos estos motivos, el caso fue turnado a la sesión ordinaria de la misma congregación vaticana. Esa reunión es conocida como “feria cuarta” y es donde, según el protocolo, los clérigos que no están de acuerdo con las sentencias en su contra pueden presentar recursos de revisión. En cierto sentido se trata de un segundo grado de juicio, el espacio indicado para apelar.

McCarrick presentó su apelación y ésta fue examinada el 13 de febrero. Pero, como aclaró el propio Vaticano en su comunicado de este sábado, tras considerar los “argumentos presentados en el recurso” del imputado, se decidió “confirmar el decreto del congreso”. Se mantuvo la sentencia de primer grado.

“Esta decisión ha sido notificada a Theodore McCarrick con fecha del 15 de febrero de 2019. El santo padre ha reconocido la naturaleza definitiva, como norma de ley, de esta decisión, la cual convierte al caso en res juzgada y, por lo tanto, no sujeta a ulteriores recursos”, añadió la comunicación de la Santa Sede.

Este último párrafo resulta por demás significativo, porque confirma que le fue cerrada la puerta para una nueva apelación. De hecho, el arzobispo podría haber acudido a un especial “colegio de revisión” que existe dentro de la propia Doctrina de la Fe y que es capitaneado por el clérigo maltés Charles Scicluna. Se trata de una tercera instancia, creada hace apenas unos años atrás por el propio Papa Francisco. Una medida que respondió a la queja de diversos clérigos sobre la supuesta anomalía representada por el hecho de que los casos y las apelaciones (recursos) se estudiasen dentro de la misma congregación, prácticamente por las mismas personas.

Pero este colegio sólo revisa vicios de procedimiento y no entra en el mérito de las sentencias. Un paso que, en este caso, ha decidido obviarse. Sobre todo porque se trata de un imputado tan notable que, para analizar las denuncias contra él, es previsible que se hayan tomado todos los recaudos necesarios. Sea como sea, es potestad directa del Papa avalar una sentencia como esta e imponer una pena definitiva, como es la dimisión del estado clerical.

Se trata de una determinación sin precedentes, que ya había sido anticipada por otra decisión extraordinaria. A finales de julio de 2018, la Santa Sede anunció que Jorge Mario Bergoglio había separado del cardenalato al propio McCarrick y lo había suspendido del ejercicio de todo ministerio público, además de obligarlo a permanecer en una residencia determinada, donde debía conducir una vida de oración y de penitencia. Esto mientras “se aclarasen” las denuncias contra él que habían llegado hasta el Vaticano pocas semanas antes. En ese momento se anunció la celebración de un “regular proceso canónico”, que llegó ahora a su conclusión con la sentencia condenatoria.

Todo explotó por un episodio de 45 años atrás, cuando el acusado era sacerdote en Nueva York, diócesis de la cual se convirtió en obispo auxiliar en 1977. Pese al tiempo de distancia, el testimonio fue juzgado como creíble. En apenas una semanas se sumaron otros relatos sobre el “tío Ted”, como se le llamaba, incluidas historias sobre viajes a una casa en la playa donde seminaristas eran obligados a compartir la cama con él. Nada de eso impidió su escalada eclesiástica, siendo nombrado arzobispo de Metuchen y de Newark hasta que, en el año 2000, Juan Pablo II lo designó pastor de Washington y, un año después, lo creó cardenal.

Desde hace días, en Roma era un secreto a voces que el purpurado iba a ser dimitido del estado clerical y que eso ocurriría antes de la cumbre sobre abusos con los presidentes de las conferencias episcopales del mundo, convocada por el Papa del 21 al 24 de febrero próximos en Roma. La velocidad en este caso es, sin duda, una señal pública clara.

No obstante, todos estos antecedentes exhiben un problema de fondo, que ahora debe afrontar Francisco: no solo los abusos, sobre todo el encubrimiento de estos incluso de parte de la jerarquía en la Santa Sede, donde existían desde hace años noticias sobre el comportamiento desviado del cardenal, como emergió en los meses pasados gracias a investigaciones y testimonios públicos. No es casual, de hecho, que la cumbre de la próxima semana tenga como ejes principales “la responsabilidad, la rendición de cuentas y la transparencia”.

El caso McCarrick resulta también emblemático porque desencadenó el más duro ataque público contra el actual pontífice de parte de sectores críticos dentro de la Iglesia católica, empujado por el ex nuncio en los Estados Unidos, Carlo Maria Viganó, quien dedicó al tema un largo memorial en el cual acusó al mismo Bergoglio de supuestamente solapar los abusos del purpurado y exigió su renuncia. Un escrito con enormes lagunas, que omitió deliberadamente nombres y responsables, sin mencionar siquiera a los papas Juan Pablo II o Benedicto XVI.

Por lo pronto y a sus 88 años, el ex cardenal (ahora sentenciado) reside actualmente en el convento St. Fidelis en Victoria, Kansas, donde también viven cinco capuchinos franciscanos. Un apartamento ubicado en la diócesis de Salinas, junto a la Basílica de St. Fidelis, conocida también como la “Catedral de la llanura”, meta de unos 16 mil turistas cada año.

Tras una breve nota en junio pasado, en la cual sostenía su inocencia y se mostraba listo para declaran en cualquier investigación, desde entonces McCarrick no dio ninguna declaración. Afrontando todo el proceso a través de un abogado, en silencio.

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