Relacionar el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) y el mundo del trabajo toca necesariamente múltiples áreas de las ciencias sociales, las humanidades y las ciencias naturales.
No es tarea fácil, entre otras, porque así como el trabajo, la IA se analiza casi exclusivamente en términos del crecimiento de las economías y los ingresos. Se despoja al trabajo de su carácter de “institución forjadora de nuestra civilización” (Bourdieu, Pierre, 1996, p 89-90) y de las relaciones sociales como vehículo de realización humana.
La IA tiende a minar estas funciones y a deshumanizar el trabajo al limitar sus espacios sociales. Es un debate en marcha que requiere amplia profundización.
El desenvolvimiento de la IA, como de toda evolución científica y tecnológica, obedece a intereses bien establecidos, algunos de carácter militar y de geopolítica, como la internet desarrollada a instancias y financiación militar durante la guerra contra Vietnam, o los programas contra la malaria para la salud de los ejércitos en las colonias, bien como estrategia corporativa para desplazar competidores y dominar los mercados. Pocas veces el objetivo primigenio es el bien público, así, en el largo plazo brinde algunos.
Aceptar, sin salvaguardias los efectos de la IA y centrar el análisis en los trabajos desplazados y los diagnósticos en políticas de adaptación es concebir el desarrollo tecnológico como un bien fatal, inmodificable del crecimiento económico.
La Inteligencia Artificial (IA), término acuñado en 1956, surgió como preocupación académica, política y de competencia industrial al terminar la Segunda Guerra Mundial. Es un blanco móvil cambiante al ritmo de la obsolescencia tecnológica de máquinas, programas de cómputo, algoritmos o apps, amén de que diversas disciplinas lo analizan desde su perspectiva.
La IA comprende ya sistemas computacionales de capacidades y comportamientos de interacción humana o capacidades flexibles de interpretar, aprender y usar correctamente datos externos en tareas concretas. Estos procesos de IA se agrupan en cuatro sistemas que: i) piensan como humanos. Enfoque que define como humano el razonamiento de una máquina y presupone que éste se puede conocer vía introspección o mediante experimentos psicológicos; ii) piensan racionalmente. Se basan en procesos de razonamiento irrefutable, “la forma correcta de pensar”. Parten de silogismos y de premisas correctas para desarrollar notaciones definitorias de sentencias y relaciones; iii) actúan como humanos. Con la “prueba de Turing”1 se define si una máquina actúa como humano, si procesa el lenguaje natural, representa el conocimiento; razona o aprende automáticamente; visualiza computacional y robóticamente; iv) actúan racionalmente sin, necesariamente, realizar inferencias.