En 2020 comenzará su despliegue en los países más desarrollados y para 2025 se espera que el número de dispositivos conectados alcance en el mundo los 100,000 millones, incluyendo sensores, vehículos, electrodomésticos, robots y otros.
En las últimas semanas, debido al enfrentamiento del presidente Donald Trump con la empresa de telecomunicaciones china Huawei, se ha vuelto común en la prensa el término 5G.
5G son las siglas utilizadas para referirse a la quinta generación de tecnologías de telefonía móvil. En febrero de 2017, la Unión Internacional de Telecomunicaciones reveló algunas de sus especificaciones: velocidad de descarga mínima de 20 Gbps y 10 Gbps de subida, y latencia de cuatro milisegundos.
En 2020 comenzará su despliegue en los países más desarrollados y para 2025 se espera que el número de dispositivos conectados alcance en el mundo los 100 000 millones, incluyendo sensores, vehículos, electrodomésticos, robots y otros.
Las redes 5G también reducirán prácticamente a cero el tiempo de retraso entre los dispositivos y los servidores con los que se comunican. Esa característica es imprescindible a la hora de configurar servicios en los cuales la velocidad de respuesta es una condición indispensable, como en la conducción asistida, las operaciones quirúrgicas o la producción industrial robotizada.
La 5G será más rápida, más inteligente y consumirá menos energía, lo que permitirá su aplicación a una gran cantidad de nuevos dispositivos inalámbricos. Tiene el potencial de ofrecer velocidades hasta 40 veces más rápidas que la 4G, podrá transmitir un video «8K» en 3D o descargar una película 3D en aproximadamente seis segundos (en 4G, tomaría seis minutos).
Para la Comisión Europea, los beneficios estimados por el uso de 5G en cuatro sectores productivos –automoción, salud, transporte y utilities– aumentarán hasta los 62 500 millones de euros de impacto directo anual en 2025, y se elevarán hasta 113 000 millones de euros al sumar los impactos indirectos.