(Por: Epigmenio Ibarra)
Hoy un hombre a punto de cumplir 68 años. Uno que, como diría León Felipe, ya se sabe todos los cuentos. He vivido la guerra y conocido en ella lo peor y lo mejor de los seres humanos. La aborrezco. Nunca la quise para mi patria y maldigo a aquellos que, como Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto, en el colmo de la megalomanía o de la banalidad, ordenaron a los jóvenes salir a matar y morir sin correr ellos riesgo alguno. ¡Que fácil es enarbolar una bandera manchada con la sangre de otros!
He tenido el privilegio de vivir dos victorias históricas. La primera, en El Salvador, conquistada por un puñado de valientes que optaron por la fuerza de las armas y luego por la fuerza de la palabra en la mesa de negociación. La segunda aquí, en mi patria, hace apenas un año.
Aquí, la victoria sobre un régimen que llevaba décadas ensangrentando, saqueando, sometiendo y engañando al país no fue resultado de la lucha de solo un puñado de mujeres y hombres. Aquí fueron 30 millones de valientes los que, sin disparar un tiro y sin romper siquiera un cristal, tomaron la decisión de, con sus votos, dar un vuelco copernicano a la historia de México.
Se engañan y pretenden engañar a la gente los columnistas y presentadores de radio y Tv que hablan de la elección del año pasado como si hubiera sido una elección más, unos comicios “normales” en el contexto de una democracia real. Mienten cuando hablan como si este país hubiera sido Suiza.
Súbitamente olvidaron que en México se robaban o se compraban los votos, se manipulaban los procesos electorales; se asesinaba, torturaba, perseguía a los opositores, se reprimían las manifestaciones, se censuraba a las voces libres. La Tv, los barones del dinero y la iglesia oficiaban como grandes electores. Aquí, dos partidos —con un mismo proyecto— se habían perpetuado en el poder y, con fachada democrática, mantenían un régimen totalitario, uno de los más longevos, corruptos e impresentables de la historia moderna.
Quienes callaron ante los crímenes de ese régimen y salieron en su defensa se presentan hoy como los críticos de un gobierno que no los reprime, ni censura, ni persigue y que tampoco les paga. No son jueces, son parte interesada. No pueden evaluarse seriamente los resultados de los primeros meses de gestión de AMLO desde la perspectiva de quien, por consigna, niega la naturaleza histórica de la victoria electoral y, por interés, oculta el hecho de que enfrentamos un complejo proceso de cambio de régimen.
Aquí, la elección de 2018 fue un levantamiento popular pacífico. Aquí, se organizó un movimiento social inédito en la historia moderna del mundo. Aquí, de pronto, bastó con ser decente para ser revolucionario y se alzó la gente masivamente y en todos los estamentos sociales contra la corrupción y la impunidad. No hubo plazas tomadas ni motines, sino millones de votos.
Se obtuvo una victoria histórica pero el régimen corrupto, aún presente en los órdenes de la vida pública, se resiste a morir y actúa con virulencia contra la democracia conquistada. La tarea de erradicarlo por completo no le corresponde a un solo hombre, es una tarea colectiva. A mí, que hoy estoy de fiesta, a mis años y con mi vida a cuestas, me sobran energía y coraje para sumarme a la lucha para transformar a México.
Construir la paz hacer que, por fin, impere la justicia; será una tarea que tomará tiempo y no estará exenta de peligros, pero es urgente, necesaria y sobre todo posible.