(Por: Francisco Parada Walsh)
Es y será aquella migración de profesionales que en su viaje con retorno no serán violados, maltratados, secuestrados o correrán el riesgo de morir ahogados tratando de cruzar el rio Bravo. Viajarán con trajes elegantes, cuentas de ahorros, podrán regresar al país a traer algún patrimonio mensual. Son un estrato de personas que siguen las huellas de los primeros migrantes y que luego de determinado tiempo de estar en el país del norte tienen el derecho a pedir a parientes.
Pareciera algo normal, sin embargo este tipo de migración pone un foco rojo sobre El Salvador pues la migración de profesionales que no se van en busca de un trabajo mejor sino huyendo de la inseguridad y de la bajísima pensión que recibirán al jubilarse dice mucho de lo difícil que se ha convertido vivir y salir adelante en El Pinochini de América; todos tenemos el mismo valor y el derecho a una mejor vida, así como el jornalero que decide dejar su cantón en busca de un mejor futuro y corre todos los riesgos inimaginables, es el profesional que deja sus comodidades ante una cruda y vergonzosa realidad llamada: JUBILACIÓN.
Muchos, cuando empezaron a trabajar y fueron obligados a afiliarse en una forma hasta humillante nunca pensaron ni por un segundo que su dinero ganado con tanto esfuerzo no tendría valor alguno, que apenas se le daría unas migajas que no alcanzan ni para una vida digna, no hablemos de una vida con comodidades sino para lo elemental: Medicina, pago de recibos, gasolina, comida y algún antojo que merecido se tiene; no, este genocidio está pasando la factura a las dos partes, los dueños de las AFP por ver el bosque no vieron el árbol y el partido político que les facilitó realizar tal exterminio se ve en grave peligro de desaparecer y por el otro lado tenemos a un profesional que después de laborar 25 años decide acercarse a la AFP y le dicen que su jubilación será de 350 pesos.
¿Quién puede vivir en este país con esa miserable pensión?: Nadie, nadie. Conozco a muchos amigos que solo esperan la entrevista en la embajada americana para enrumbar sus vidas hacia lo desconocido pero de algo están seguros, no morirán ni de hambre ni por no entregar un celular; he hablado con tantas personas que tienen una excelente vida, profesionales exitosos, casas en residenciales de lujo, hijos en colegios bilingües pero prefieren dejar todo con tal de que sus hijos gocen de esa libertad que en El Salvador es negada a un joven; llevarse a la familia a pesar de saber que quizá jamás trabajarán en sus profesiones, eso duele, duele que profesionales tengan que migrar y duele más que un padre y su hija mueran ahogados tratando de llegar al suelo y sueño americano.
Ahora, si vemos mas allá, todas estas inseguridades que en apariencia son situaciones externas muy ajenas a un gobierno o estamento económico están tan bien elaboradas para que en vez de exportar café o caña de azúcar se exporte seres humanos que, con sus remesas y ese “pequeño impuesto” que se cobra por enviar dicho dinero, la ganancia para el sistema financiero casi llega a los dos cientos millones de dólares, pastel que se reparten los mismos de siempre y en el peor de los casos si el hermano lejano es deportado aprendió algún oficio que servirá para sobrevivir acá mientras busca otra oportunidad para aventurarse. Sea un profesional o un campesino el que migre, duele, pues es deber de un estado proveer seguridad, salud, trabajo a los suyos; no es recibiendo al hermano lejano con café y pupusas que se le da el valor al migrante; es en su país que se debe cuidar a cada hijo para que no migre.
Se tiene que detener ese genocidio llamado sistema de pensiones; ¡ya se lucraron hasta más no poder!, ¡devuelvan lo que corresponde por amor de Dios!