Cada año, la Sociedad Española de Neurología (SEN) nos recuerda que debemos seguir unas pautas básicas para cuidarnos durante esta época. Y es que a nuestro cerebro le sienta fatal el verano, al menos si vivimos en un país con altas temperaturas como el nuestro.
El motivo fundamental es que el calor interfiere con la actividad del hipotálamo, una parte muy importante de nuestro órgano pensante que, entre otras muchas funciones, se ocupa de regular nuestra temperatura corporal.
Como es previsible, este efecto tiene a su vez otras consecuencias más o menos dramáticas, entre ellas que dormimos bastante peor que en invierno.
Además, por encima de los 30⁰ C el impulso nervioso se ralentiza, provocando cansancio y fatiga. Como resultado de todo esto podríamos decir que estamos para el arrastre, no rendimos bien y somos más peligrosos al volante debido a la somnolencia.