Retamar en la sobrevida

En homenaje al cubano Roberto Fernández Retamar, quien partió de esta dimensión el pasado 20 de julio.


Roberto Fernández Retamar fue, es y será esencialmente el poeta. Más de una vez confesó que la poesía le había dado razones para vivir. Desde la poesía llegó a sus grandes pasiones: Martí, Cuba, Nuestra América, la Revolución, la familia, el amor, lo mejor del género humano.

Solo un poeta pudo decir, casi al final de su existencia, en un ensayo con motivo del sexagésimo aniversario del triunfo de la Revolución cubana: «Volvamos a confiar en la Esperanza, que según Hesíodo fue la única que quedó en el vaso, detenida en los bordes, cuando todas las demás criaturas habían salido de él. En otros tiempos convulsos, tanto Romain Rolland como Antonio Gramsci mencionaron el escepticismo de la inteligencia, al que propusieron oponer el optimismo de la voluntad. Hace años conjeturé añadir a este último la confianza en la imaginación, esa fuerza esencialmente poética: la historia, dijo Marx, tiene más imaginación que nosotros».

Nunca Roberto dejó de estar a tono con la historia, es decir, con el tiempo y el lugar donde creció y actuó. Ya era un destacado, aunque todavía joven, intelectual cuando se entregó a plenitud a la tarea de construir un nuevo país. La fundación de la Uneac, la cátedra, la diplomacia, el trabajo en la Casa de las Américas iluminada por Haydée, el Centro de Estudios Martianos, las tareas políticas, la militancia en el Partido, el hacedor de revistas, el amante de la trova y el béisbol, el hogar compartido con la imprescindible Adelaida y sus hijas, todo a la vez integra la imagen de un hombre coherente y consecuente.

Había nacido el 9 de junio de 1930 en La Habana, donde sintió particular apego por el barrio en el cual se empinó, la Víbora. Por eso declaraba sentirse «viboreño». En un cuaderno escolar descubrió a Julián del Casal y su lectura influyó en la afirmación de una vocación que contaba, desde siempre, con el estímulo de haber accedido al misterio poético de José Martí. Comenzó a escribir en la adolescencia y publicó sus primeros versos en 1948, en la revista Mensuario. En 1950 Elegía como un himno, poema en cuatro partes editado por quien sería uno de los grandes cineastas cubanos, Tomás Gutiérrez Alea, se halla otra de las claves de su estirpe lírica: el culto a la memoria histórica. La composición está dedicada a Rubén Martínez Villena.

Hacia 1951 comenzó a colaborar en la revista Orígenes, ­vínculo que lo unió en lo ­adelante a dos ejemplares martianos como él, Fina García Marruz y Cintio Vitier. Mientras cursaba Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, casa de estudios en la que después por largo tiempo dictaría cátedra y llegaría a ser distinguido como Profesor de Mérito, recibió la noticia de la obtención del Premio Nacional de Poesía por el cuaderno Patrias. Viajó a Europa a mediados de los años 50 para realizar estudios de postgrado y ejerció la docencia en la prestigiosa Universidad de Yale, en Estados Unidos.

Entretanto, en México apareció su poemario Alabanzas, conversaciones, en su día saludado por su colega Luis Marré con estas palabras: «Roberto Fernández Retamar ha logrado en estos poemas su propósito, el de un poeta honrado, que no puede ser de otra naturaleza sino puro y desinteresado, ni otro que el ser leído con respeto, desde el primer poema hasta el último».

En 1959 aumentó su cosecha poética y comenzó un nuevo compromiso con la Revolución. Daba a la imprenta

En su lugar, la poesía y Vuelta de la antigua esperanza, preludio de una década pródiga en la que sumó otros poemarios: Historia antigua, Con las mismas manos, Buena suerte viviendo y Que veremos arder. La experiencia combativa y solidaria con el pueblo vietnamita se reflejó en Cuaderno paralelo.

Con los años, hasta hace muy poco, larga y pródiga siguió siendo su entrega lírica, publicada en Cuba, traducida a una veintena de lenguas y reconocida en medio mundo, especialmente en América Latina y el Caribe. Una manera de intentar aprehenderla se halla en antologías como Algo semejante a los monstruos antediluvianos (1948-1988), Antología personal (2004) y Una salva de porvenir (2012).

El ensayista y teórico literario que trazó pautas con La poesía contemporánea en Cuba (1927 1953) e Idea de la estilística ensancharía su caudal con Ensayo de otro mundo y Para una teoría de la literatura hispanoamericana.

Otros importantes títulos en ese campo son Algunos usos de civilización y barbarie, Ante el Quinto Centenario, Nuestra América: cien años, y otros acercamientos a Martí, Recuerdo a…, En la España de la eñe, Cuba defendida y Pensamiento de nuestra América. Autorreflexiones y propuestas. Una selección de su obra ensayística se puede encontrar en Para un perfil definitivo del hombre.

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