El último enfrentamiento comercial aleja la posibilidad de un acuerdo entre las dos potencias económicas
El crecimiento económico sostenido de China a doble dígito fue una de las potenciales razones por las que Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos, muy a pesar de algunos núcleos republicanos.
Dada rienda suelta a la fiera, esta busca recuperar el poder a nivel mundial con el lema de «America first» (América primero) como bandera y justificante en todas las decisiones recientes.
Utilizando como método la guerra fría, sin conflictos armados pero con amenazas de por medio, la Administración Trump se ha encargado de utilizar las herramientas que siempre ha tenido a su disposición para desestabilizar a sus principales rivales: control del espionaje industrial de China mediante aranceles; liquidación del acuerdo con Irán y aplicación de sanciones a los países y empresas que tengan acuerdos con el país (Huawei y Europa); veto a la entrada de empresas extranjeras en Estados Unidos que tengan tratos con países prohibidos o que incumplan las estrictas medidas de control; y refuerzo fronterizo con México mediante presión arancelaria para que sea este país el que tome las medidas –y los costes– para controlar la migración ilegal.
En cualquier caso, todo gira en torno a la pérdida de poder que el dólar está sufriendo en las operaciones internacionales. El mundo sabe que por ahora no es posible sustituir esta divisa por otras.
Rusia, Japón y Europa no pueden competir, o bien porque sus monedas no tiene el suficiente peso a nivel mundial, o bien porque no son fácilmente convertibles. En el caso de Europa, donde el euro sí podría ser sustituto, no es posible por la debilidad del mercado de Europa. Una política de tipos bajos, incluso al 0%, no son factibles para soportar el peso de la economía mundial y, por tanto, competir con el dólar.
Pero China parece que sí ha decidido apostar por la guerra directa en el cambio de moneda. El Gobierno chino dejó caer conscientemente el yuan a su valor mínimo desde 2008 y Washington designó a China país «manipulador de divisas» –algo que no sucedía desde 1994– por socavar el consenso sobre los tipos de cambio, que tienen un grave impacto negativo en la estabilidad del sistema monetario internacional, algo que Pekín niega.
Ello provocó un seísmo de máximo grado en las bolsas mundiales, que cayeron con fuerza. Las autoridades chinas lanzaron una segunda andanada: la suspensión de las compras de productos agrícolas estadounidenses, respuesta directa a la decisión del presidente estadounidense de sumar nuevos aranceles del 10% a 300.000 millones de dólares en productos importados del gigante asiático. Si Trump entiende que el dólar deja de ser competitivo por el proteccionismo de su Administración, siempre podrá recurrir a la Reserva Federal para que intervengan los tipos de interés.