(Por: Francisco Parada Walsh)
Era una calurosa tarde de septiembre cuando se encontraron la Náusea y el Vómito, después de un flojo abrazo y darse un beso en la mejilla decidieron sentarse en una destartalada banca de madera; era evidente que Náusea no pasaba por un buen momento económico, su sencilla y raída vestimenta lo confirmaba mientras que el Vómito lucia finas ropas, tal vez un poco estrafalarias.
Fue la Náusea quien inició la conversación preguntando al Vómito qué era de su vida, fue así que éste pausadamente respondió: Bueno, mi vida cada vez mejor, día a día mi situación económica mejora, es duro decirlo pero lo que en un principio era algo que me causaba tristeza, ahora lo disfruto.
En eso interrumpe la Náusea preguntándole qué es lo que le da tanto gozo; es el Vómito quien le responde: “Todos los días vomito gente a otros países, no hay día que miles de personas sean vomitadas ya sea de colonias populosas pero lo que realmente me da más alegría es sentir cuando vomito a grandes hombres y mujeres, profesionales que soñaron, escucha bien, soñaron dar lo mejor para su país pero eso no nos interesa, poco nos importa, no merecemos a esa gente, deben irse por el mal del país, si esa gentuza tomara las riendas del país otro gallo cantara.
Mira Náusea, esos hombres están tan preparados como no tienes idea pero aquí no tienen cabida, para nosotros entre más lejos, mejor; a echar pulgas a otro lado porque les tenemos no miedo sino que terror, les tenemos un terror que no te lo puedo describir, son brillantes y no merecemos que esa luz ilumine a un país tan trágico, a un país que parece más un manicomio que una sociedad normal, al final, día a día se van del Pinochini de América lo mejor de lo mejor y yo ¿Qué puedo hacer?.
Mientras la Náusea dirige la mirada hacia la plaza central de un remozado parque no puede dar crédito a las palabras que “vomita” el Vómito, saca de su cartera una cajetilla de cigarrillos marca Advance, mientras salen bocanadas de humo de sus fauces su semblante cambia y dirige su vacía mirada hacia el vómito diciéndole: Siento tantas nauseas del trabajo que realizas, a pesar que somos tan cercanas somos a la vez tan pero tan opuestas; siento Náuseas por cada salvadoreño que se va, sea brillante profesional o un sencillo jornalero.
De pronto interrumpe el Vómito: No son así las cosas, pues nos interesa vomitar a esos grandes hombres, a esos brillantes profesionales, todo aquello que nos pueda hacer sombra no debe estar acá, deben irse, queremos salvadoreños sumisos.
La Náusea se lleva las manos a su frente, se pueden ver lágrimas rodando sobre sus flacuchentas mejillas quien alza la voz y le increpa al Vómito: ¿Más sumisos? ¡Por favor!, más no se puede y debes de entenderlo.
El Vómito no parece inmutarse y en una forma demasiado tranquila responde: Náusea, sí es cierto que el jornalero tiene algún valor pero poco nos importa, ese va y viene, su dinero nos sirve y quizá gracias a ellos podemos decir que tenemos una economía, ficticia pero son ellos los que la mantienen pero no hace sombra; pero de una vez por todas debes entender que debo vomitar al hombre íntegro, a la familia honorable, al profesional pensante, al hombre crítico.
La Náusea parece algo confundida, saca de su chaqueta dos caramelos de cardamomo, le da uno al Vómito y mientras desenvuelve su dulce, le dice: El asco es nuestro complemento pero tú, Vómito eres realmente repugnante, siento tristeza, mucha tristeza por esa gente que se va y quizá nunca regrese pero poco puedo hacer, no envidio tu trabajo pero has caído por los suelos que me resulta difícil explicarte lo que siento por ti, algo tenemos en común pero quizá tu eres más necesario que yo; este país no merece a los buenos, porque somos muy malos.