El ser humano, a medida que envejece, duerme menos. Sin embargo, no se debe a que nuestro cuerpo no necesite horas de sueño, sino que se pierde la habilidad para generar un sueño profundo y reparador. De hecho, este descanso perdido sigue saliendo caro para la salud física y mental de la persona. A medida que el cerebro envejece, las neuronas y los circuitos en las áreas que regulan el sueño se degradan lentamente, resultando en una menor cantidad de sueño lento o no REM. Según los investigadores del Laboratorio de Sueño y Neuroimagen en la Universidad de California en Berkeley, Estados Unidos, este cambio puede empezar a explicar el envejecimiento en sí.
Estudios sobre la relación entre falta de sueño y aumento del apetito concluyen que dormir mal aumenta voracidad y sobrepeso. Ocurre un descenso de los niveles de leptina en paralelo a un aumento de los niveles de grelina y de otras hormonas como el cortisol. En consecuencia, al reducir las horas de sueño el organismo interpretaría que es hora de comenzar a almacenar grasa.
Llamativa es también la propuesta de la Universidad de Yale, EE. UU., que incorpora un tercer elemento a la pareja sueño-hambre: el estrés. La base cerebral de esta relación está en las neuronas sintetizadoras de orexina del hipotálamo, que al sobrestimularse por el estrés mental o ambiental del día a día pueden provocar insomnio y aumento del apetito. Su recomendación es clara: si padece insomnio-sobrepeso, combata el estrés antes de medicarse.