América Latina ha emergido en una ola de protestas sin precedentes. En octubre el descontento social colmó de tensión, enfrentamiento y represión las calles y ciudades. El común denominador son el hastío y el enojo, pero por su contenido es heterogéneo.
Las masivas movilizaciones surgieron como rechazo a la precarización de su nivel de vida, o a la necesidad de una mayor participación social en las decisiones políticas, pero no son necesariamente el preludio de una ‘revolución social’ que pretenda revertir las actuales estructuras socioeconómicas que subyacen en la región.
Ecuador, entre la espada y la pared
La contundente movilización social en Ecuador hizo retroceder, por ahora, el paquete de medidas económicas del Gobierno de Lenín Moreno. La presión social tuvo una cara visible, el liderazgo indígena a la cabeza de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Conaie.
Si bien se trató de una poderosa movilización, circunstancia que hizo que el presidente de Ecuador trasladara la sede de Gobierno a Guayaquil y decretara toque de queda en zonas estratégicas, esta protesta a todas luces no fue un movimiento insurreccional, como algunos quisieron hacerle ver.
No lo fue, pues los canales de diálogo entre la dirigencia indígena de la Conaie con Lenín Moreno no se rompieron, al contrario, se usó la movilización en las calles para obligar al Gobierno a negociar. El incremento en el precio de los carburantes fue suspendido y se logró desmovilizar a Ecuador.
El paquete de medidas económicas elaborado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) está aún pendiente de ser aplicado. Por su lado, la dirigencia indígena ve viable trabajar con el Gobierno de Moreno y por ello ha instalado un ‘parlamento popular’ que se encargará de elaborar un programa económico.
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Esta desmovilización ha permitido al Gobierno arreciar la persecución y represión a los seguidores del expresidente Correa y seguirá intentando aplicar las recetas del FMI, mientras que la Conaie ha retomado fuerza y anunció que creará un partido político.
Chile, sacudida por convulsiones
En el caso de Chile, el presidente Piñera ha descrito con claridad meridiana la situación actual al decir que «estamos en guerra contra un enemigo poderoso», sin atreverse a dar el nombre de su enemigo, el pueblo chileno.
El país que deslumbró por su «estabilidad y éxito económico» durante varios años, le estalló en la cara a Piñera.
La gente se cansó de la vida alquilada, endeudada y ha detonado en una gran protesta.
Los distintos estratos sociales que sostenían y nutrían ese estado de aparente éxito se han rebelado contra el sistema. Millones de jóvenes y adultos se niegan hoy a seguir siendo los acreedores de la élite chilena y de las transnacionales.
🇨🇱🎥📸 Según uno de los dirigentes sindicales, la única solución sería ser que el presidente Piñera convoque a un “pacto social” en el que se analicen los reclamos de los sectores populares
#⃣ #ChileDesperto #ChileProtests
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El aumento del pasaje fue apenas la gota que derramó el vaso. El sistema neoliberal, impuesto desde la época de la dictadura de Pinochet, lo privatizó todo, el agua, la salud, la educación, el transporte, las pensiones, la luz, la vivienda, etc.
El modelo pinochetista neoliberal fue diseñado para promover un consumismo brutal, que es el combustible que mueve esa economía. Un país donde los créditos son accesibles, pero salir de ellos es casi imposible.
La gente durante varias décadas intentó sostener y mejorar su nivel de vida endeudándose y viviendo un ficticio status social.
Tal es así que la proporción de hogares que mantiene algún tipo de deuda ronda el 70%, que se habría duplicado desde 2003 y ahora se registran unos 4,5 millones de deudores morosos.
La insurrección popular, con dirigencia heterogénea, incorpora vastos sectores sociales y el mundo no había visto a los chilenos tan unidos e indignados.
Una nueva generación que se resiste a caer en la dependencia de consumir ansiolíticos para lograr conciliar el sueño y evitar pensar en las deudas y el miedo al desempleo. Una pancarta en una marcha ilustró claramente lo que pasa: «no es una crisis es una estafa».
El clan pinochetista que gobierna Chile se ve sorprendido por las protestas en las calles, pues confiaba en que la adormecida sociedad chilena no reaccionaría ante la asfixia económica.
Por toda respuesta Piñera decretó el Estado de emergencia y el toque queda y militarizó el país.
A la cabeza de la represión estuvo el ahora exministro del Interior y Seguridad Pública Andrés Chadwick, a quien el presidente Piñera calificó en más de una ocasión como un «muy buen ministro«.
El pinochetista Chadwick fue clave en la represión pues tiene buena ‘escuela’, la que dio el propio dictador Pinochet hace años, quien confió tanto en Chadwick que lo llegó a designar presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica.
Las denuncias sobre muertes, tortura, heridos crece a diario. El Colegio Médico de Chile ha denunciado que más de un centenar de personas han sufrido graves lesiones en los ojos que implicaron pérdida de la visión, 29 con estallido ocular.
Algunos le llaman revolución social, insurrección popular, otros, revuelta, pero con seguridad es una explosión de hastío por las injusticias acumuladas, en una república privatizada hasta la médula.
El modelo aplicado en Chile es tan nefasto, que mantuvo durante años a grandes masas de población trabajando para pagar deudas inmobiliarias y de consumo, de educación, entre otras, que a muchos les había quitado la habilidad de protestar. Pero eso se acabó.
Para la élite gobernante esto es una crisis, para la gente es un despertar, y nuevos aires de esperanza.
La rebeldía en las calles muestra el agotamiento del modelo de acumulación de riqueza aplicado en Chile por la escuela neoliberal. La juventud hizo despertar a masas adormecidas y tal vez temerosas, de padres y abuelos que sufrieron la dictadura pinochetista.
Esta situación convulsa puede tener varias salidas, desde el diálogo con el Gobierno y establecer algunas mesas de negociación sobre temas clave, otros proponen que Chile convoque a una Asamblea Constituyente, otros tantos se proponen lograr la renuncia de Piñera.
Haití y la crisis desapercibida
Mientras tanto, en el Caribe, Haití vive en una permanente convulsión. Es el país más pobre del hemisferio occidental. Según el Índice de Capital Humano, un niño nacido hoy en Haití será solo un 45% tan productivo cuando crezca, como lo sería si disfrutara de educación y salud plenas.
Más de seis millones de haitianos viven por debajo del umbral de pobreza con menos de 2,4 dólares por día, y más de 2,5 millones sobreviven con 1,2 dólares por día. Según el Banco Mundial, Haití es extremadamente vulnerable a los desastres naturales con más del 90% de la población en riesgo.
Los haitianos salieron a las calles para protestar por las continuas dificultades económicas, el desempleo, los salarios impagos de los funcionarios públicos, los aumentos de los precios de los alimentos y el combustible y la devaluación de la moneda local.
La población está molesta por los escándalos de corrupción que involucraría al presidente Jovenel Moise y a otras gestiones, como es el caso del destino de casi 3.000 millones de dólares provenientes del programa Petrocaribe.
Hasta hoy, a pesar de la fuerte presión popular, Moise no ha ofrecido respuestas concretas ni un plan de contingencia para enfrentar la crisis multidimensional que sufre el pueblo haitiano.
Las distintas ‘misiones de ayuda’ internacional sirvieron para enriquecer a su élite, para negociados y para hacer al país más dependiente. A esto se suma el hecho que el destacamento de la Misión de Estabilización de la ONU, Minustah, dejó tras sí una estela de violaciones, enfermedades, represión, y muerte.
El FMI encomendó que para lograr la estabilidad macroeconómica se le otorgaría un préstamo, pero recomendó medidas para ‘el control de gastos’. Esos encargos no auguran buenos días para la sufrida Haití.
Los justos reclamos de la población, que se manifiestan en las calles nuevamente parecen haberse vuelto crónicos, pero al parecer, nada más que eso.
La comunidad internacional apenas presta atención a ese pequeño país, que para superar la crisis que le aqueja deberá buscar formas de organizarse para revertir la situación, pues de otro modo es imposible.
Una Bolivia enfrentada
Octubre encontró a Bolivia con marchas y contramarchas. Una Bolivia dividida y ahora enfrentada entre quienes defienden el triunfo en la primera vuelta del presidente Evo Morales y quienes arguyen fraude y reclaman una segunda vuelta en las elecciones presidenciales entre Evo Morales y Carlos Mesa.
El pedido de la segunda vuelta ahora tiene el espaldarazo de EEUU. El secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo manifestó mediante Twitter que hay que «proceder a una segunda ronda de elecciones libres, justas, transparentes y creíbles con los dos principales ganadores de votos».
We are deeply concerned over irregularities in the vote-counting process of #Bolivia’s Oct 20 elections. We call on #Bolivia to restore electoral integrity by proceeding to a 2nd round of free, fair, transparent, & credible elections with the top two vote winners.
— Secretary Pompeo (@SecPompeo) October 27, 2019
El país atraviesa una crisis política desde hace varios meses, pero el último detonante ha sido la desconfianza sobre el accionar del Órgano Electoral Plurinacional, que suspendió por más de 20 horas el conteo público de los votos de las elecciones llevadas a cabo el 20 de octubre.
El Tribunal Supremo Electoral declaró a Evo Morales triunfador en la primera vuelta y ese hecho ha agudizado la situación política.
A diferencia de lo que ocurre en Ecuador, Haití o Chile, en Bolivia el principal malestar no es de carácter económico sino político. Si bien existe una preocupación por una posible desaceleración de la economía, los motivos de la convulsión social estos días en Bolivia son distintos.
Cómo y cuándo se resuelva esta crisis es difícil de predecir, pues la polarización va en aumento. Con mucha crudeza estos días ha resurgido el racismo, la intolerancia y el regionalismo.
El principal contrincante del presidente Evo Morales, el expresidente Carlos Mesa, está siendo rebasado por el Comité Cívico pro Santa Cruz y la llamada Unión Juvenil Cruceñista, el ala violenta del Comité Cívico que la Federación Internacional de Derechos Humanos ha descrito como «una especie de grupo paramilitar».
🇧🇴 El conflicto poselectoral en Bolivia "se aproxima peligrosamente a un desborde de violencia"
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) October 28, 2019
El presidente del Comité Cívico cruceño, el empresario Luis Fernando Camacho Vaca, involucrado en el escándalo de los papeles de Panamá, ha desbancado a los viejos líderes regionales y arenga a la población con discursos incendiarios y regionalistas.
Por su parte, las organizaciones que apoyan al Gobierno han decido salir a defender el triunfo de Morales, y los reportes de enfrentamientos van en aumento, en un país que se muestra cada hora que pasa, más dividido y enfrentado.
Hace apenas unos días la discusión interna era la cantidad de voto y porcentajes logrado por los candidatos, pero ahora el país pareciera estar siendo arrastrado por distintas fuerzas hacia una crisis de gobernabilidad.
Lo vivido en Latinoamérica este mes parece mostrar no solo el malestar de la gente, sino también la obsolescencia de algunos instrumentos o liderazgos políticos, ya sea en el Gobierno o la oposición, que por ceguera, cansancio o acomodamiento no prevén lo que puede ocurrir y están haciendo poco o nada para evitar sufrimiento y empobrecimiento a la población.